DOMINGO 10 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 

Ť Rolando Cordera Campos Ť

No estamos solos... nos están observando

Después de las buenas cuentas del sexto Informe de Gobierno, no sobra asomarse a lo que ocurre en otras latitudes. De no hacerlo así, se corre el riesgo del ensimismamiento y el regodeo con unos logros que, siempre relativos, pueden no ser tan buenos si se les compara con otras experiencias nacionales y no sólo con lo que aquí ocurría.

En estos días pudimos enterarnos por la prensa de la caída de la economía nacional en materia de competitividad, según los criterios del Foro Económico Mundial. A pesar de nuestra capacidad exportadora, que nos ha ganado un lugar distintivo en el comercio mundial y en el mayor mercado del mundo, no logramos entrar a las grandes ligas de la clasificación de ese foro, tampoco en las intermedias y ahora se nos informa que hemos incluso bajado en la escalera de las capacidades para competir en y con el mundo. Mala nueva, sin duda, unos días después de que para muchos, ahora sí la habíamos hecho.

En otra entrega similar aunque tal vez más sofisticada que la mencionada, la casa de inversiones Merrill Lynch explora las capacidades que 35 países, entre ellos el nuestro, tienen para crecer y de esta manera ser o convertirse en fuentes de ganancias para las acciones. El ejercicio es interesante y dará lugar a muchas discusiones y quizás a decisiones de inversión, pero aquí sólo referiremos algunos de sus resultados. (Global Ranking System. Merrill Lynch, 30/08/00).

Según el estudio, habría cinco grandes categorías qué atender para examinar las perspectivas de crecimiento económico de los países: oferta de capital, recursos humanos, tecnología, política gubernamental y estructura social, y riesgo. Cada una de estas categorías tiene cinco componentes (en oferta de capital, por ejemplo, están la inversión nacional y extranjera, o la capitalización del mercado accionario; en recursos humanos, la remuneración en las manufacturas, la matrícula en la educación media y superior, el crecimiento del mercado de trabajo, etcétera, y así sucesivamente).

A partir de estos renglones, los economistas de Merrill Lynch califican y clasifican para llegar a medidas parciales y una final. De aquí resulta un cuadro complejo pero comprensible a partir del cual los inversionistas pueden trazar su mapa de preferencias y realizar sus decisiones de inversión en el tiempo.

Independientemente de las objeciones que puedan hacerse al esquema, tómese en cuenta que éste es, además de un trabajo académico (principalmente basado en los trabajos del premio Nobel R. Solow), un producto de la firma de inversión mencionada destinado a quienes arriesgan sus capitales en acciones. No es un juego inocente sino una guía para la acción de los inversionistas globales.

El primer país en el orden de perspectivas de crecimiento es Suecia, seguido por Singapur, Australia, Estados Unidos de América, Canadá y Holanda. El último es Rusia, antecedido por Indonesia, Pakistán, Egipto y Brasil. México ocupa en esta calificación global el lugar 25, por debajo de Argentina, Polonia, Malasia, China y otros 20 países.

Esta baja calificación general se da a pesar de que en oferta de capitales se ocupa el lugar nueve, categoría en la que Suecia, que es el puntero global, aparece atrás de nosotros en el lugar 13. En el resto de los rubros es donde el panorama se va del gris al negro.

En recursos humanos el lugar 26, en tecnología el 27, en gobierno el 20 y en riesgo de inestabilidad económica el 25. Lo grave es que dentro de cada categoría ocupamos muy bajos lugares en renglones decisivos para el crecimiento sostenido, ya no digamos para el bienestar. En crecimiento del mercado de trabajo estamos en el lugar cuatro, pero en matrícula en educación media y superior ocupamos los lugares 28 y 29, respectivamente. En disponibilidad de infraestructura se nos reserva el lugar 24, igual que en usuarios de Internet, mientras que en corrupción nos vamos al 27 y en igualdad distributiva casi tocamos fondo en el 32.

Las comparaciones son odiosas pero no ociosas, y en este caso no nos queda ni el consuelo que da el mal de muchos. No es sólo cuestión de admitir la relatividad o lo efímero que puede ser lo logrado sino de asumir el tiempo que se ha perdido. Hay algo que hacer además de tirar cabezas y levantar piras y no estaría mal empezar a hacerlo ya, para de veras estrenar la democracia.