LUNES 11 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Elba Esther Gordillo Ť
ƑCumbre de la esperanza?
Los vertiginosos cambios que han ocurrido en las últimas dos décadas continúan sorprendiendo a la humanidad con encrucijadas, promesas y desencantos, lo mismo en la organización económica de las sociedades, que en las formas de vida cotidiana de la sociedad. Impulsados en buena medida por impresionantes transformaciones científico-tecnológicas y por la internacionalización de pautas de comportamiento, esos cambios reclaman la redefinición y reorganización de la convivencia internacional de cara al siglo XXI.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) reunió la semana anterior en Nueva York a 147 jefes de Estado y de Gobierno. Cumbre sin precedente que se imaginó como una oportunidad invaluable para compartir reflexiones y propuestas sobre el futuro de la humanidad y como la última llamada para rescatar al organismo del abismo, como lo reconocen sus propios funcionarios.
Además de los jefes de Estado y de Gobierno, el acto congregó, por primera ocasión desde 1992, a los 15 integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU (en el cual Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia, China y Francia tienen un escaño permanente y derecho de veto) para abordar las posibilidades de ampliación de los asientos permanentes y no permanentes del Consejo, así como la participación mayor de países en desarrollo, como lo demandan diferentes naciones que reclaman su impostergable democratización.
La ONU del año 2000 enfrenta más que nunca severas críticas por su ineficacia para contener las crecientes crisis internacionales, justamente cuando se pensaba que el fin de la confrontación bipolar capitalismo-socialismo, el advenimiento de la globalización y el predominio del mercado traerían paz, progreso y prosperidad a la humanidad.
En las intervenciones de los gobernantes reaparecieron una y otra vez los más graves problemas que aquejan a la humanidad y que la llegada de la posmodernidad no ha podido erradicar, ya ni siquiera brindando la esperanza, finalmente equivocada, que nos hizo creer que la vida sería mejor a la vuelta del siglo.
El fin del viejo orden mundial no nos condujo al nuevo orden internacional del que hablaba George Bush después de la caída del Muro de Berlín, del derrumbe del bloque socialista y cuando el mundo asistía por televisión a la Guerra del Pérsico. Lejos de ello, el miedo a la confrontación atómica entre las superpotencias dejó su lugar a nuevos conflictos y guerras por motivos nacionales, étnicos y religiosos, a la persistencia y expansión de la pobreza, a la emergencia del narcotráfico como un crimen igual por su feroz violencia.
Las visiones que campearon en la cumbre no pueden ser más contrastantes y, no obstante, ciertas, como las expresadas por mandatarios que lo mismo remachaban el carácter injusto del orden mundial que recordaban que en este momento es cuando más pueblos del mundo gozan de prosperidad, libertad y democracia. Ambas visiones reflejan partes de la realidad: la paradoja de avances y retrocesos en el quiebre de los siglos.
Y entre las distintas posturas, vale subrayar el reconocimiento dramático, en voz del secretario general de la ONU, Kofi Annan, y de muchos dirigentes, particularmente de América Latina, Asia y Africa, de los males que azotan a la humanidad: pobreza, enfermedades, calentamiento global, guerras dentro de las naciones.
Los objetivos y las propuestas son ya conocidos: la erradicación de la pobreza, la humanización de la economía, el acercamiento de las políticas macroeconómicas a las necesidades sociales, la defensa y promoción de los derechos humanos, el desarrollo sustentable, los desafíos al multilateralismo en la era de la globalización, el desarme...
Como en otras ocasiones (Seattle, Davos, Washington, Tokio y ahora Nueva York), en las calles de la ciudad anfitriona se desarrolló una cumbre alternativa. Una coalición de redes de organizaciones no gubernamentales denominada Movilización para la Cumbre de los Pueblos se pronunció por un desarrollo humano real, rechazó el dominio empresarial del mundo y habló de cómo es la "democracia de verdad" en las calles neoyorquinas.
En el comienzo de un siglo, no podemos soslayar la enorme distancia que corre entre el compromiso retórico y la realidad; entre el gasto militar y el gasto educativo; entre el precio que se paga por los bienes del mundo industrializado y los productos del mundo en desarrollo; entre los países desarrollados y las regiones más pobres.
ƑCuántas cumbres más, cuántas alianzas para el progreso, cuántos proyectos, cuánta agua correrá antes de que este mundo de contrastes aberrantes dé paso a un orden internacional justo, civilizado, verdaderamente humano?