MARTES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Marco Rascón Ť
Fidel y la Cumbre
Fidel y Cuba son el ejemplo de consecuencia entre lo que se dice y lo que se hace. Concordancia entre Estado y nación que les ha convertido en una de las referencias éticas del mundo y los pueblos. Fidel es ahora y seguirá siendo la voz frente a los poderes mundiales y los costos frenéticos de la globalización.
En Nueva York, al igual que en octubre de 1998, Fidel y Clinton representaron y polarizaron la visión del mundo en la primera Cumbre. Los siete minutos a Fidel le bastaron para definir que todo esfuerzo contra la visión imperial es justa, que los dictados no son leyes divinas y que hay millones de razones humanas para pensar en otras alternativas de orden mundial.
Fidel en la iglesia de Riverside, cerca de Harlem, se ha convertido en una voz espiritual de los pobres y los explotados, incluyendo a los de Estados Unidos, porque habla con la razón y la verdad de los excluidos. Respalda sus palabras el país que gobierna una revolución que no ha claudicado y ha demostrado el más alto grado de independencia, a pesar de que sus críticos afirmaron que Cuba era un simple satélite del derrumbado bloque socialista del este.
La estadunización cultural de muchas izquierdas condujo a desastres políticos e ideológicos como en México, pues se aceptó que las únicas formas de la democracia eran las virtuales, sin masas actuantes, entregadas a los medios de comunicación, instrumentos oligárquicos de poderes globales y locales; muchas izquierdas se apartaron de Cuba en el peor momento, cuando la dirección de Fidel gana batallas históricas que son para todos los pueblos. Cuba ha logrado responder a todos los embates, simplemente porque tiene claridad hacia dónde quiere ir y sabe todas las dificultades que enfrenta, y no ha cesado de movilizarse y mantener el vínculo entre partido, gobierno, sindicatos, gremios, campesinos y barrios. El arma de Fidel más importante es la verdad.
Paradójicamente ahora acrecienta su popularidad en Estados Unidos, mientras la gusanera loca se aísla y pierde todas las batallas frente a Cuba y ante el mismo imperio, que erigía como ejemplo. Fidel no está haciendo testimonios, sino sentando las bases para una reunificación con las nuevas generaciones de cubanos nacidos en Estados Unidos y la misma isla, y sin renunciar a ningún principio. El fin del bloqueo económico ha empezado, pero no a favor de los viejos intereses mafiosos, sino del pueblo cubano que si gana, tendrá una de las victorias más importantes de nuestro siglo y para todos los pueblos. Ese es el valor del discurso sembrado en Nueva York ante la actitud del resto de los mandatarios presentes en la Cumbre que decidieron no invitarlo a cenar en el cielo del poder globalizado.
La espiritualidad reconocida de Fidel en Riverside deviene de que ha sido un dirigente humano, que sabe hablar públicamente de sus propios errores. La verdad, como ejercicio de gobierno, hace de Cuba el lugar más cercano a la aspiración socialista, pues más allá de la dureza de las condiciones materiales, ese país forma extraordinarios niños, jóvenes, mujeres y ancianos de enorme dignidad, respaldando con hechos lo que dijo Fidel ante cientos de representantes populares de Estados Unidos, que luchan desde el centro del imperio por relaciones humanas justas.
La fuerza de Fidel y Cuba representa hoy a los pueblos de América Latina con las mismas razones de hace 40 años, en los primeros tiempos de la Revolución Cubana. Si los procesos democratizadores de nuestros países tuvieran como base ideológica la claridad mundial y continental que contiene el discurso fidelista, lograríamos darle a la aspiración democrática un cimiento sólido, un objetivo de nación más allá de la simple coexistencia de las ideas. El pensamiento político democrático se plasmaría en ideas prácticas para resolver problemas de millones, tomar decisiones inteligentes, oportunas y radicales para dar valor al esfuerzo de millones que viven condenados a más pobreza por generar más riqueza concentrada.
Esto implica reconstruir cimientos con las razones de la aspiración socialista, el internacionalismo, la actitud de cambiar condiciones existentes, mediante la actividad humana de la política, la más compleja de las ciencias y que ahora se encuentra desprestigiada por el pragmatismo.
Por eso en la Cumbre sólo hubo dos visiones y dos discursos verdaderos: el del imperio y el de Fidel, a nombre no sólo de Cuba, sino de todos los pueblos explotados del mundo.