MARTES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Ugo Pipitone Ťx
Petróleo: izquierda y derecha
Si excluimos el efímero aumento del precio del crudo durante la guerra del Golfo, el actual es el precio más alto de las últimas dos décadas. La novedad de este cuarto boom petrolero es que, por primera vez, ocurre en un contexto de paz. La primera sacudida ocurrió a fines de 1973, en ocasión de la guerra del Yom Kippur; la segunda, entre fines de los 70 y comienzo de los 80, en tiempos de la revolución iraní y de la guerra entre este país e Irak; la tercera, hace diez años, en ocasión de la guerra del Golfo. Esta vez, sin guerras de por medio, el precio se ha disparado arriba de los 30 dólares el barril en un contexto de crecimiento estadunidense, recuperación de la economía europea y repunte de las economías asiáticas después de los recientes resbalones.
Dejemos de lado las predicciones de los expertos que, en su gran mayoría, ni pudieron prever la brusca caída del precio del crudo en 1997 y 1998 ni, menos aún, la triplicación del precio del barril en el último año y medio. En su descargo habrá que reconocer que el reforzamiento de las interdependencias mundiales activa una aglomeración de elementos y posibilidades de crisis localizadas con efectos globales, que la tarea del "experto" se hace cada vez más compleja. Así que no es motivo de asombro que los expertos sean cada vez más cautelosos en predecir el futuro, mientras el vacío es llenado por gurúes que, en el mejor de los casos, son personajes mediáticos con un vago conocimiento técnico.
Quien esto escribe --que no es ni técnico en asuntos petroleros ni aspirante a gurú mediático-- se ve obligado a llamar la atención sobre dos aspectos. Primero: ningún país ha superado el atraso gracias al petróleo. Segundo: las alzas y bajas súbitas en el precio del crudo no benefician a nadie. Sobre el primer punto es suficiente observar las condiciones sociales de los principales productores mundiales de petróleo para tener una idea de lo que es el desarrollo: creación de energías productivas de amplias bases sociales y no aprovechamiento rentista de recursos naturales. En caso de dudas, una mirada a Venezuela o a Nigeria podría despejarlas. Sin estorbosos, e inútiles, moralismos de por medio, la riqueza súbita es como una ligera lluvia sobre el desierto. Que persiste después.
El otro aspecto es igualmente importante: la globalización es fuente de nuevas oportunidades de desarrollo y de peligros de inestabilidad internacional. Si los precios actuales se mantuvieran por un periodo prolongado podrían desatarse reacciones inflacionarias capaces de producir una seria recesión en los tres motores principales de la economía mundial: Estados Unidos, la Unión Europea y el Oriente asiático. Y la euforia actual de los países productores podría trastocarse en consternación. Considerar la economía mundial como un juego a suma cero entre Norte y Sur es peor que una ingenuidad, es una forma de aturdimiento intelectual.
Desde hace décadas el mundo necesita un gran acuerdo global sobre el precio del petróleo. Un acuerdo que permita evitar el despilfarro de un recurso estratégico finito y que consienta a los países productores tener ingresos predecibles en el largo plazo. Sin embargo, a nadie interesa emprender un camino que regule la acción del mercado (con su secuela de especuladores) a escala global.
A la derecha, llegar a acuerdos políticos globales sobre el precio del petróleo, suena como la entrada de la caballería cosaca en San Pedro. De la misma manera como le suena la posibilidad de establecer impuestos a la circulación mundial de capitales, cuyo monto es 20 veces superior al comercio de mercancías. ƑQuién toma hoy en serio a Tobin o a Mahatir Muhammad? La sacralidad del mercado (derivada de una teoría microeconómica del siglo antepasado) cierra los ojos de sus vestales frente a sus daños globales. La izquierda (cuanto más "revolucionaria", mejor) considera la globalización una obra del demonio y se siente más cómoda satanizando cambios mundiales que no entiende, que asumiendo la ardua tarea de pensar y proponer caminos para mejorar la calidad de interdependencias globales que, en ocasiones, tienen efectos perversos. Una izquierda que --enfrascada entre una retórica petrificada o en guetos exclusivos-- no tiene tiempo para ocuparse de temas tan irrelevantes como la regulación de los mercados. Coordinación y solidaridad son demasiado para una profesión económica acaparada por técnicos ideologizados y son demasiado poco para una izquierda "radical" en busca de paraísos ultraterrenos.