JUEVES 14 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 

Ť Soledad Loaeza Ť

Gato por liebre

El próximo gobierno representa una oportunidad para la educación privada que se ha apresurado a demandar nuevamente subsidio público. A algunos puede parecer injustificada su solicitud de acceso a financiamiento y reducción de impuestos. Las carencias y dificultades monetarias de las escuelas de paga son tal vez las mismas que las de instituciones públicas, pero seguramente no son peores. En éstas se educa la mayoría de los mexicanos, y se sostienen con los impuestos que pagamos todos. Es claro que si dejamos de hacerlo habrá menos recursos para sostener la educación pública.

Sin embargo, más allá del tema de la solidaridad social que debería apoyar los razonamientos a propósito de la necesidad de una reforma fiscal, la propuesta de la Confederación Nacional de Escuelas Particulares y de la Federación de Escuelas Particulares del Distrito Federal se inspira en la experiencia de países como Francia y España, donde las escuelas que cobran colegiatura reciben apoyo estatal. Sin embargo, en estos países la recaudación fiscal es efectiva y los ciudadanos pagan impuestos que representan entre 30 ó 40 por ciento de su ingreso. Una situación que nada tiene que ver con la triste realidad mexicana, donde la evasión de impuestos es casi una especialización profesional y la tasa impositiva podría matar de risa a los haitianos. Más todavía, falta saber si estas escuelas están dispuestas a aceptar el tipo de controles de calidad sobre la educación que imparten que existen en los países de referencia. Tanto en España como en Francia, y prácticamente en todos los países industriales, se aplican exámenes nacionales por ciclo escolar diseñados por el Estado. Los estudiantes que terminan la primaria, la secundaria o la preparatoria, tienen que presentar un examen que certifica su preparación y sus aptitudes. Estas pruebas son también una certificación de las instituciones donde se formaron. Sería muy importante saber si las escuelas de paga mexicanas que demandan subsidio del Estado están dispuestas a apoyar el esquema que proponen en su totalidad, ellas que normalmente son tan reacias a cualquier tipo de control.

La expansión reciente de la educación privada, 37 por ciento en diez años según información de la SEP, puede ser vista como una medida de las carencias de la educación pública, o también como resultado del libre juego de las fuerzas del mercado y del ejercicio de la preferencia ideológica o religiosa de los padres de familia. Curiosamente, este dato contradice la percepción generalizada de que se ha deteriorado el nivel de vida de las clases medias. Si así hubiera sido, entonces las escuelas públicas estarían desbordadas por la demanda, porque las familias no podrían darse el lujo de pagar una colegiatura, por modesta que fuera.

Más allá de las razones particulares que llevan a los padres de familia a optar por la escuela de paga, la importancia que han adquirido estas instituciones obliga a una revisión de reglas cuya inoperancia o inexistencia puede tener consecuencias de largo plazo para el país. Una de ellas puede ser que se profundicen las fracturas que dividen a la sociedad mexicana, con el agravamiento de la distinción pública/privada; otra consecuencia de la falta de control puede ser que a los padres de familia de las escuelas de paga les estén dando gato por liebre.

Desde que México se fundó como nación independiente la escuela fue considerada como un instrumento privilegiado para la formación de una comunidad nacional; debía ser el agente de transmisión de valores e imágenes en que se reconociera un país dividido en clases sociales, grupos de ingreso, etnias, identidades regionales, entre otras. De ahí la importancia de que existiera una secretaría de educación pública que tuviera responsabilidad nacional. Desafor-tunadamente hoy la escuela ha dejado de cumplir ese papel, tiene que competir con la televisión o con medios de entretenimiento para los jóvenes que son hoy mucho más accesibles y están más generalizados de lo que nunca lo habían estado en el pasado.

La existencia de escuelas de paga ha sido siempre reconocida como una necesidad por las autoridades educativas, que han tenido que aceptar la incapacidad del Estado para responder a una demanda que se incrementaba año con año. Tradicionalmente, el vehículo de una cierta homogeneidad entre la escuela pública y la privada fueron los programas de enseñanza y la currícula. Unos y otra eran determinados por la autoridad educativa suprema que era la SEP, y las escuelas de paga que aspiraban al reconocimiento oficial debían cumplir con estos programas. No obstante, cuando las escuelas de paga empezaron a multiplicarse, en los años setenta, las autoridades educativas optaron por una política mucho más liberal, y los mecanismos anteriores de control fueron cayendo en desuso. La diversidad, si no es que la anarquía, se instaló en ese medio. Florecieron escuelas pertenecientes a todas las corrientes pedagógicas imaginables: Montessori, Piaget, Freyre. Conforme pasó el tiempo y ante la creciente competencia, muchas escuelas de paga se entregaron de lleno en el bilingüismo español-inglés. La diversificación fue motivo de aplauso, pero también abrió el camino a la improvisación.

Para muchas familias de clase media, escuela de paga es igual a escuela de calidad. Sin embargo, no hay ningún fundamento de que así sea. Es decir, es muy probable que muchas escuelas particulares sean tan deficientes como las públicas. El control de calidad sería una de las muchas virtudes de exámenes nacionales, otra más sería el efecto integrador que puede tener sobre generaciones de jóvenes que comparten una experiencia vital de gran importancia para su futuro. Una tercera consecuencia, no menos valiosa de los exámenes nacionales, sería que permitirían distinguir los gatos de las liebres.