JUEVES 14 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Adolfo Sánchez Rebolledo Ť
Carlos Castillo Peraza
En el ensayo intitulado Cien años y seis lecciones, Carlos Castillo Peraza resume su visión sobre el Partido Acción Nacional y la obra peculiar de su fundador, Manuel Gómez Morín. Me valgo ahora de aquel texto para rastrear, mediante una transposición de los argumentos, algunas características relevantes de la personalidad política e intelectual de Carlos Castillo Peraza, la mismas que él vio, engrandecidas, en la figura del padre intelectual del panismo.
En primer lugar, conviene apuntar que, como Gómez Morín, Castillo no es "hijo ni alumno de panistas", condición significativa y en cierto modo excéntrica en el dirigente de una formación política construida sobre el tejido piramidal de varias notorias familias. Esa relación plenamente individual de Castillo con el partido, y en general con la política, excluye como primer impulso de su compromiso la emoción filial, ese resorte inconsciente que es la segunda naturaleza de los iniciados en el cenáculo patriarcal, aunque su llegada al panismo tampoco sea un accidente oportunista, sino una elección ética y racional que en el curso de su vida activa supo encauzar con inteligencia y pasión.
Siguiendo a Gómez Morín, piensa que el PAN es algo más que una organización, "es, en síntesis, la expresión política de una cultura que existe antes y existirá después del PAN", como existe y existirá el pensamiento católico que lo nutre y orienta sus formulaciones doctrinarias. Sin las ataduras ideológicas de la guerra fría, asume desde la derecha civilizada el diálogo con otras corrientes, incluida la izquierda, privilegiando como única exigencia la aceptación de las normas de la convivencia democrática. Piensa en el país con la mente abierta, sin exclusiones, pero lo hace sin relativizar el peso de la doctrina de la Iglesia que es el fundamento esencial de su concepción del mundo. Castillo Peraza es, no sobra recordarlo, un intelectual católico de fin del siglo mexicano, asomado a la modernidad desde la ventana abierta que le da una sólida formación y un país en cambio.
En esa manera de vivir la política sin incurrir en los estrechos lugares comunes de la vieja derecha, también se parece mucho a su maestro Gómez Morín, de quien expresó palabras que son aplicables a él mismo: "Su universalidad lo hizo abierto y tolerante, dialogal y, en el mejor sentido de la palabra, retórico, es decir político capaz de ceñirse al argumento probable". Lector acucioso de los clásicos católicos se ajusta a las coordenadas del humanismo cristiano. En consecuencia, considera junto a su maestro que el panismo debe proponerse, justamente, "desarrollar, hacer florecer, profundizar esta cultura"; ésa es la "condición sine qua non para que el partido exista como algo mejor y mayor que la legítima búsqueda del poder por medios legales y pacíficos, y de la voluntad de ejercerlo democráticamente en orden a la consecución del bien común, de la justicia social y de la libertad política plenas". Esta idea trascendente de la cultura --y luego de la "victoria cultural" como hegemonía de estirpe gramsciana- es la clave de su visión del papel del panismo, justo en el otro polo del foxismo que vino a desplazarla aunque todavía no se ha dicho la última palabra.
En el ambiente claroscuro creado por la "muerte de las ideologías", sin embargo, esa retórica plena de antinomias puede ser incomprensible e irritante: escándalo e indignación nos causaron, por ejemplo, sus juicios sobre el aborto, incompatibles en el mejor de los casos con el talante crítico, civilizado del político meridano. ƑCómo podía un cristiano moderno y democrático asumir sin contradecirse las posturas vaticanas en delicados asuntos existenciales o de moral pública? Sin embargo, por criticables que fueran sus opiniones, la inconsecuencia, si la había, no era sólo suya sino de quienes aún creen que el pensamiento conservador es únicamente hijo de la ignorancia. Castillo quería recordarle a sus críticos que la ortodoxia tampoco exige estar reñida con la inteligencia, como suele ocurrir por desgracia en muchas parroquias políticas o culturales, ni dejaba que sus opiniones en esas materias contaminaran otras regiones de su quehacer público.
Una reflexión final. Carlos era un hombre cordial, sensible, afable, endurecido epidérmicamente por el fuego de la política. Al principio de su liderazgo tuvo un éxito arrollador al colocar al PAN como una fuerza nacional seria y responsable, pero acabó por admitir, acaso dolorosamente, la muy weberiana distinción que separa al sabio del político, al filósofo del líder partidista. Quiso seguir el ejemplo de Gómez Morín, y en una decisión poco convincente abandonó la militancia política, sin cancelar, por ello, las tareas críticas a que su vocación le llevaba. ƑQué ocurrió? Es difícil precisarlo, aunque tal vez ayude a entender mejor ese capítulo la última lección de Castillo recibida de su maestro Gómez Morín:
"El fundador del partido, escribe Castillo Peraza, supo retirarse en tiempo y forma, para dejar paso y lugar a lo que él mismo llamó 'nuevas capacidades y métodos y vocaciones nuevos', 'hombres nuevos y nuevas aptitudes'. Lejos del maestro la concepción de los cargos partidistas como una especie de concesión a perpetuidad para un grupo reducido, y más lejos aún de él los aferramientos al poder interno y a los cargos públicos". Así sea. Descanse en paz el amigo y el mexicano imprescindible de nuestro tiempo.