VIERNES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Miguel Concha Ť
Grito de los excluidos
Este 15 de septiembre miles de personas salen a gritar en más de 120 municipios de 18 estados de nuestro país. Esos gritos, desde luego, no se identifican con el hasta ahora único grito nacional, de carácter oficioso gubernamental, que perdió su contenido original y que recordaba la construcción de la independencia nacional, aún no acabada en México.
Los gritos se insertan en un proceso cobijado por la Campaña Continental del Grito de los Excluidos, que en México se empezó a dinamizar el año pasado. En el ámbito continental 150 organizaciones la han asumido, y el próximo 12 de octubre unirán sus voces en el Grito Continental, para con ello barbechar la tierra y dar el Grito Mundial en 200l.
Son gritos de indignación frente al empobrecimiento deseado y generado por quienes pretenden mantener un modelo económico (y desde luego mantenerse de él) que de suyo es generador y reproductor de exclusiones en lo económico, lo político, lo simbólico-cultural, y también lo libidinal, como explica Helio Gallardo, el filósofo chileno, catedrático de la Universidad de Costa Rica, quien acompaña la iniciativa del Grito en México con sus foros y talleres.
Son esas lógicas de muerte, tan asumidas e internalizadas, las que nos animan a salir a gritar. Más aún, en el contexto mexicano actual urge gritar para evitar mantener el imaginario, casi generalizado, de que en México la alternancia en el poder es ya garante de alternativas de "vida digna", construidas desde arriba y desde afuera de la diversidad de los procesos mismos que, de manera intensiva, están gestando una nueva manera de ser y estar en la realidad.
Por eso mismo, la Campaña del Grito de los Excluidos no es un evento más ni se agota en la mera demanda de cosas, sino que pretende construir otra manera de conseguirlas y apropiárselas. Esta "otra manera" es básicamente la "autoconstitución de sujetos" (e identidades), mediante y desde la lucha social liberadora. El poder, por decirlo así, no se consigue, sino que va ejerciéndose. Constituye un proceso y un despliegue de em- poderamiento no excluyente. Lo político resulta de esta forma una acción centrada en los procedimientos sentidos, es decir, en una acción cultural.
La movilización social que se está generando, gracias a la campaña, busca no sólo incidir con sus acciones, sino convocar y acumular fuerzas para adquirir una cada vez mayor capacidad de incidencia y de transformación de las estructuras y lógicas de dominación que nos golpean.
Es importante hacer notar que el Grito puede ser entendido como un suceso que hace presente la existencia de gente condenada a la miseria, que denuncia la injusticia inherente a esa existencia, y que clama el final de la exclusión. Si es así, la Campaña del Grito conduce a determinadas acciones sociales, que inciden de manera puntual y no estructural. Pero el Grito de los Excluidos pretende también que lo asumamos como una movilización social popular contra las estructuras de exclusión.
La movilización se hace entonces para crear las condiciones en que todos y todas, cualquiera que sea su condición social (anciano, niño, mujer, indígena, obrero, campesino, empresario, profesionista, etcétera), tengan la capacidad y necesidad de expresarse como sujetos. Una movilización de este tipo no puede agotarse en un suceso o evento, porque, entre otras cosas, implica una vigilancia permanente para resguardar los logros (y empujar por más) que se vayan obteniendo en las estructuras educativas, de género, socioeconómicas, políticas, culturales, etcétera.
Por definición, el Grito de los Excluidos debería tener la forma de una movilización social permanente, aunque el término esté desgastado y desacreditado, hasta el punto de excitar la burla revolucionaria.