VIERNES 15 DE SEPTIEMBRE

Ť Trabaja en San Diego, es hijo de mexicanos y "podría llegar a jefe"


Pandillero en su adolescencia, ahora es detective policiaco

Roberto Bardini, corresponsal, San Diego, 14 de septiembre Ť En su adolescencia, Ernesto Servín fue pandillero y le escapaba a los hombres de uniforme azul. A los 17 años se enroló en el ejército y en 1991 estuvo en la guerra del Golfo Pérsico. A su término pidió la baja e ingresó en la policía.

Contra todo lo que podría pensarse, el ahora oficial de 35 años es un hombre tranquilo y amable al que le gusta trabajar con la gente común y corriente de los barrios.

Servín está contento: hace apenas ocho años que egresó de la Academia de Policía y lo acaban de ascender a detective para atender casos de violencia familiar. Desde ahora vestirá ropas civiles y podrá exhibir la famosa placa dorada.

Muchos dicen que este hijo de mexicanos nacido en San Diego tiene ideas, iniciativa y visión de futuro. Algunos se atreven a pronosticar que podría llegar a ser jefe de policía.

A primera vista, Servín podría pasar por un actor de telenovelas latinoamericanas, pero lo cierto es que recorrió un largo camino hasta obtener este ascenso.

"Mi padre es de Michoacán y mi madre de Durango, pero vivían en Tijuana y trabajaban en San Diego", cuenta. "Papá tenía dos empleos y mamá trabajaba cuando podía. Ninguno de los dos tuvo oportunidad de ir a la escuela y por más que trataban de darnos lo mejor a mí y a mis dos hermanos, en realidad, no supieron prepararnos".

A fines de los años 70, Ernie Servín estaba a punto de terminar la preparatoria, andaba en malas compañías por los suburbios de la ciudad y no sabía qué dirección darle a su vida. Ignoraba incluso cómo se hacía el trámite para ingresar a la high school.

"Muchos de mis amigos de aquella época todavía están en la cárcel", dice. "Y algunos cumplen condenas de 20 años por cometer distintos crímenes".

Fue entonces cuando Servín siguió el consejo de un policía que atendía casos de delincuencia juvenil en las escuelas, quien le recomendó que se inscribiera en el ejército. "Ahí quizá te enderecen y luego verás qué haces con tu vida", le dijo el agente.

Después de un periodo de entrenamiento en Fort Benning (Georgia), el soldado Servín conoció un poco de mundo: estuvo cinco años en una base militar estadunidense en Alemania. "Fue ahí donde sentí que quería ser policía", recuerda. "Me di cuenta de que podía ser alguien útil: así como estaba sirviendo al país, también quería servir a la ciudad".

A fines dede 1988 lo destinaron a una base en Fort Worth (Texas). Todavía le faltaba cumplir un año y medio en el ejército, pero comenzó a tomar clases para prepararse al ingreso a la academia de policía.

En 1990, cuando estaba a punto de desmovilizarse, estalló la guerra del Golfo Pérsico. Participó con su regimiento en la llamada Tormenta del Desierto y permaneció nueve meses en un campamento en Arabia Saudita.

En noviembre de 1991, el mismo día que regresó de Medio Oriente, Servín se quedó sentado en la sala de su casa, "esperando que saliera el sol para ir a inscribirme en la policía, y 24 horas después hice el examen".

Egresó en 1992, luego de siete meses en la Academia de Policía. Al principio patrulló las calles vestido de uniforme, pero quería trabajar en Sherman Heights y en el Barrio Logan, donde se concentra la más alta población de origen mexicano en San Diego.

Parece que Servín logra lo que se propone. Hace tres años se postuló como oficial de relaciones comunitarias y desde hace uno y medio trabaja en Sherman y Logan. Ahora, con el ascenso a detective, su área de trabajo se extenderá a toda la ciudad.

Hasta hace unos días, el oficial asistía a juntas vecinales, recogía quejas y canalizaba inquietudes. Dice que hay "muchos problemas graves: pandillerismo, drogadicción, alcoholismo y violencia doméstica".

Y también hay problemas menores: ruidos molestos, graffitis en las paredes, basura en los callejones. "La gente de la comunidad llama a la policía cuando la luz no funciona o hay una pérdida de agua en la calle", cuenta.

"No son problemas estrictamente policiales, pero les doy información para que llamen al departamento correspondiente y hagan las gestiones", explica Servín. "Trato de hacerles sentir que toman responsabilidades y participan en las soluciones".

Ante el comentario de La Jornada de que algunos vecinos y grupos como la Unión del Barrio no están muy conformes con la estación de policía de Logan, que costó 13 millones de dólares en un lugar que carece de un cine o una guardería infantil, el oficial responde: "Ellos, como yo, quieren mejorar la comunidad, construir un hospital o instalar una biblioteca, pero no están organizados para llevar los cambios a la práctica".

Servín asegura que su trabajo le dio mucha experiencia. "Me mejoró como oficial y como persona, y eso mejora a la policía. Se necesita ser un hombre sincero, que sienta en su corazón que hay que hacer cambios para mejorar a la comunidad. Y eso no se aprende en ningún curso".

Servín dedica tiempo voluntario en la National Conference For Comunity and Justice, un grupo que trabaja con adolescentes de 14 a 18 años y les enseña a combatir el racismo y la discriminación.