VIERNES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Ť Apoteósico concierto de la agrupación inglesa Deep Purple en el Auditorio


Rock, sinfonías y jipitecas, santísima trinidad musical

Ť Hilarante encontronazo de dos mundos en el recital con filarmónica: roquers vs modosos

Pablo Espinosa Ť La dialéctica de los contrarios sonó como un mazazo en pleno bajo vientre y como resultado saltaron cual resortes las neuronas. El espectáculo es conmovedor: el Auditorio Nacional ardiendo en gente, diez mil en las butacas, más de cien en la escena y al filo del proscenio una de las máximas improntas de la cultura rock: Deep Purple.

El experimento es harto jugoso: la combinación de una orquesta sinfónica con grupo de rock, es decir, las antípodas supuestas, ahora superpuestas. No sólo el fresota Paul McCartney se ha aventado de clavado al dominio de otros melenudos (Bach, Beethoven, Mozart, aunque usasen pelucas, ruqueros igual son): Metallica, Scorpions, et. al., también han gozosamente amaridado el rock con la ''música culta''.

La noche del miércoles en México ocurrió así un concierto real y maravilloso: composiciones magistrales del maestrísimo Jon Lord ejecutadas por una sinfónica armada como trabuco de entre los buenos atrilistas que hacen funcionar los engranajes del mundo sinfónico en nuestro país. Inconfundible, fascinado, Zbichek Paleta, ese polaco del Ajusco, estaba entre los primeros violines, como diciendo "esto es chidísimo, como cuando toco con Souza y/o con El Tri''. Un coro de mujeres también disfrutaba a mares, al igual que el mar de gente alucinada, en su totalidad, cuando Deep Purple soltaba sus riffs endemoniados y la orquesta sus tuttis frutosos, sus unísonos de fábula. Pero era en particular muy disfrutable el espectáculo para quien no se indignara sino contemplara con piedad y a carcajadas el encontronazo de dos mundos: el de los salvajes jipitecas que gritaban de manera soez "šqueremos rrrooock!" contra el de los modosos que se escandalizaban porque tales expresiones del puritito folclor hiper mécsican roquero no permitían escuchar con calma los pianissimi, los momentos delicados (encima de los cuales sonaban las mentadas de madre en silbidos, gritos y una serie de ocurrencias desmadrosas, como si el público de Bellas Artes se convirtiera de súbito en salvajes roqueros) de la exquisita disertación de sinfonista que imprimió el maestro Jon Lord en la partitura que una sinfónica estrujaba en pleno balcón y sin red de protección, porque no hay cosa más arriesgada para una orquesta sinfónica que tocar techada de micrófonos, de manera tal que cada pifia, tropezón y desafinada se amplificarían de forma vergonzosa en las bocinas.

Mares alucinógenos, en cambio y merced a la calidad de orquesta y cuarteto de rock, ardieron y sonaron. Los riffs de profundísimo violeta (deepest purple) con los acordes sinfónicos a los que se unió el duende Dio en las vocales y una sección de metales tan prodigiosa que parecía el griego Heracles multiplicado. šSantísima Trinidad -el rock, lo sinfónico, los roquers en masa- qué chidísimo alucín!