MIERCOLES 20 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Luis Linares Zapata Ť
La hora de los pueblos
los cambios de régimen se suceden en Latinoamérica con secuencias variables, distintos ritmos y profundidades, pero la dirección lleva un rumbo inequívoco: ése donde se intersectan el sentir de los ciudadanos y sus opiniones, con las decisiones y las conductas de aquéllos que detentan el poder. Durante largo tiempo tales extremos de la ecuación han estado divorciados en la región; y, en múltiples ocasiones, hasta en violento conflicto.
Por un carril de intereses han fluido los movimientos y actitudes de los poderosos y, por otro, muy distinto, corren las aspiraciones y necesidades de los pueblos. Pero, para fortuna de la actualidad, en muchas de las naciones americanas se registran sendos encuentros que, por lo demás, ocurren de manera casi inevitable. Los últimos sucesos de Perú así lo indican.
Los encuentros con la democracia no han sido oportunos, rápidos y menos aún pacíficos. En casi todos los casos los acompaña el sufrimiento y enormes costos humanos y materiales. Larga y trastabillante fue la transición en México. Traumáticos y criminales fueron en Argentina, Uruguay o Chile. Todavía preliminar y confuso aparece el sendero venezolano. Brasil, en cambio, después de su azaroso paso por las dictaduras militares, ha ido ajustando, con aceptable ritmo, sus formas de gobierno a los patrones usados en cualquier país moderno.
Los golpes que el régimen forjado por Fujimori y apoyado por el ejército ha recibido, son devastadores. Ni las más autárquicas dictaduras o los gobiernos más sordos al sentir popular pueden resistirlos sin acusar graves cambios y buscar puntos de reconciliación con sus pueblos. Las documentadas evidencias del férreo control sobre los medios de comunicación, en especial los electrónicos, fueron tan claras como el apetito corruptor que lo animaba. Le siguieron los mecanismos ilegales que El Chino usó para lanzar su tercera campaña con los millones de firmas falsificadas al calce. La flagrante violación al mandato expreso de la Constitución para reelegirse fue un punto neurálgico que asumió un Congreso a indigno modo. Le siguieron la utilización del aparato de inteligencia del Estado para el chantaje, espionaje y control de disidentes. Las elecciones pasadas fueron denunciadas a diestra y siniestra no sólo por los contendientes opositores, sino por todos los organismos de observadores internacionales (OEA y el ex presidente Carter incluidos). La comunidad mundial se distanció del gobierno peruano. Aun así, Fujimori, apoyado por los militares y los sectores privados por él favorecidos, pensaron que resistirían el descrédito.
Pero después del escándalo del tráfico de armas para la guerrilla colombiana, en el cual con toda seguridad estuvieron mezclados altos mandos militares peruanos, el descrédito de esa institución se precipitó por un sendero peligroso y de graves consecuencias. Lo mismo ocurrió con el prestigio de Fujimori, ya muy estropeado a raíz de las fraudulentas elecciones pasadas, sus hazañas guerreras y el ya añejo autogolpe. El affaire Montesinos, con sus sobornos a los diputados, fue la puntilla, la gota que derramó el repleto vaso de las ciertamente opacadas conciencias peruanas. Ningún sistema de poder establecido resiste tales quebraduras. El gobierno de Fujimori se descubrió, sin tapujos de ninguna especie, como un régimen corrupto y hasta criminal. De aquí para adelante y mucho en función de las presiones circundantes, Perú parece encaminarse a un sistema más sensible en sus maneras de conducir los asuntos públicos.
Se unirá a Chile y sus esfuerzos por enjuiciar a Pinochet como un medio para su reconciliación y final ajuste entre sus instituciones y la sociedad plural. Tendrá que acompañar a Argentina en sus intentos para saldar los abusos de sus militares. Tendrá que voltear hacia México para celebrar elecciones indisputadas y preparar sus organismos que las lleven a cabo con toda transparencia y legalidad. Una vez recorrida tal distancia y sin importar quiénes sustituyan al renunciante presidente podrá esa nación inaugurar el tedioso y difícil camino donde mande la voluntad popular, esa realidad tan nueva como ansiada en Latinoamérica.