MIERCOLES 20 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Vilma Fuentes Ť

Locura de críticos y autores

Dominique T., psiquiatra a la moda sin por ello ser mal médico, me cuenta que, durante la segunda quincena de agosto y septiembre, la mayoría de la consultas urgentes le son solicitadas por escritores y críticos literarios.

Su información no deja de sorprenderme y le pregunto qué los lleva a consultar un psiquiatra y por qué en esa época del año.

-En agosto se prepara la salida a la venta de los cientos de novelas editadas cada año en esa temporada y que están en librerías desde el 1 de septiembre. El autor ha llevado a cabo su servicio de prensa, es decir, alrededor de 500 volúmenes dedicados a los críticos, que comienzan a recibirlos antes de las vacaciones y los ven acumularse en sus departamentos, muchas veces estrechos, invadiéndoles todo su espacio. Dáte cuenta, este año salen casi 700 libros, la mayoría novelas francesas, pero hay también las extranjeras, los ensayos... Eso en lo que toca a la época. En cuanto a los motivos que los llevan a ver un psiquiatra son muy distintos y varían de un autor a otro. En los críticos, en cambio, el delirio es más o menos el mismo, desde luego con sus matices según la persona en cuestión. De todos modos una cosa es cierta: los escritores comienzan a afluir desde agosto, antes de que su obra se distribuya a las librerías.

-Personas demasiado sensibles, sin duda. El problema de la creación...

-No exactamente. Fíjate, hace dos años me tocó ocuparme de un célebre escritor, con una gran experiencia. Sacaba su décima o undécima novela, sin contar una multitud de ensayos, volúmenes de poemas, cuentos. Galardonado varias veces. Cuando me telefoneó para pedirme una cita urgente, su voz era temblorosa y parecía un niño indefenso. Llevaba dos semanas sin poder dormir más de dos horas por día. Llegó a mi consultorio con los nervios de punta, por completo deshecho, oscilando entre la furia y la depresión. Resulta que durante uno de esos vagabundeos que París inspira en verano, X. -la deontología me impide dar su nombre- descubrió su nueva novela que todavía no era distribuida, en pleno agosto, rematada a mitad de precio en una de esas librerías que venden libros usados.

-ƑRematada antes de salir a la venta? No entiendo. Es un verdadero misterio lo que me cuentas. Hay de qué volverse loco.

-X. no pudo o no quiso comprender la evidencia de inmediato y, en un acceso de paranoia, comenzó a ver enemigos ocultos, siendo uno de los principales su propio editor, con quien casi se pelea creyendo en un complot.

-No es para menos...

-Mira, las relaciones entre editores y escritores es asunto más complicado y puede requerir un largo tratamiento. Cada caso es tan particular y conflictivo que muchas veces me cuesta trabajo diagnosticar a cuál de los dos, si no a ambos, debería encerrar.

-Pero eso no me aclara el misterio vivido por tu paciente.

-Y sin embargo es muy sencilla la explicación. Simplemente, X. se negó a verla al principio. Su vanidad herida prefirió inventar un complot. Después de una ligera terapia de apoyo y algunos tranquilizantes para ayudarlo a dormir, él mismo me aclaró el misterio: se trataba de uno de los cientos de ejemplares dedicado a un crítico que, por falta de espacio o de dinero, lo vendió a la librería en cuestión. Desde luego, la hoja de la dedicatoria había sido arrancada, como la de los otros 500 libros, si no más, enviados a su casa por las editoriales. No era el primer año que acudía a ese método para ganar algo de dinero y de espacio. Esa hoja arrancada fue la gota de agua que provocó el derrame de furia de mi paciente. Para X. un autógrafo suyo debía encarecer el ejemplar y el crítico anónimo le daba, con su acto, la prueba de lo contrario.

-ƑY esos críticos son los que te piden consulta?

-Para nada. Si dependiera de los críticos que venden los libros sin siquiera abrirlos, no tendría pacientes. No, ésos se hallan en perfecta salud. Son los otros. Los inmunes al hastío, los escrupulosos, los que tienen la ambición de leer página a página las 300 de cada una de las centenas de novelas que reciben. Es natural que pasen noches en vela, insomnes, sumidos en la lectura. De ahí al transtorno mental hay un paso. Un delirio que parte de una ambición en apariencia legítima, tras la cual se esconde un sueño quijotesco. Cuando veo llegar a uno de éstos a mi consultorio, reconozco los síntomas en la confusión mental de su memoria, donde se mezclan nombres de autores, títulos, trozos de narraciones de manera disparatada. Y yo -concluyó Dominique B.- que me opongo a cualquier censura, no puedo dejar de pensar en la profunda sabiduría del cura y del barbero creados por Cervantes al quemar tantos malos libros, así como en la del testamento de quien corrió irrazonables aventuras con el nombre de don Quijote de la Mancha, a causa de las noches en vela que pasó leyendo y secándose el seso sin poder comprender ''las razones de las sinrazones'' de tanta novela.