MARTES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 

Ť Alberto Aziz Nassif Ť

Democracia laboral: Ƒser o parecer?

Mientras los medios de comunicación se dedican a discutir intensamente los salarios del equipo de transición del presidente electo, Vicente Fox, el espacio de la opinión pública no llega a los problemas de mayor fondo, los que van a conformar las políticas públicas en los próximos seis años y que son los que más preocupan a la ciudadanía.

Hay un tema que tiene importancia de primer nivel y que no ha recibido la atención suficiente: el mundo laboral.

Es un hecho que mientras el país avanzó en democracia electoral, en el mundo del trabajo seguimos en la Edad Media y lo único que ha cambiado es el discurso. La retórica habla de una nueva cultura laboral, heredera directa del Acuerdo Nacional para la Elevación de la Productividad y la Calidad, que se remonta al sexenio de Carlos Salinas.

Los documentos de ese acuerdo son un conjunto de buenas intenciones y palabras bonitas, pero no tratan los problemas reales. Tienen una lógica que eslabona el crecimiento económico, la creación de empleos y la estabilidad, lo cual, según este modelo, está peleado con la contratación colectiva, la libertad sindical, la transparencia en los procedimientos y la autonomía de la justicia laboral.

Los nuevos adjetivos de las relaciones laborales son la calidad, la competitividad y la buena fe. El proyecto de la nueva cultura laboral niega la democracia laboral. Uno de los firmantes de ese proyecto, signado en agosto de 1996, es ahora el encargado de la cuestión laboral en el equipo de transición: Carlos Abascal Carranza, ex presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana.

Hasta el día de hoy la democracia electoral y la alternancia no han podido modificar las relaciones laborales. Ningún gobierno democrático le ha querido entrar al problema ni en los estados ni en el Distrito Federal. Parece ser que tanto la izquierda como la derecha, PAN y PRD, han comprado el mito de que la democracia laboral equivale a falta de estabilidad y, por lo tanto, ahuyenta a los inversionistas, lo cual es tan falso como el argumento de que en México la alternancia en el poder produciría un caos.

Se puede establecer un símil entre el mundo laboral y el espacio electoral: hasta que tuvimos reglas de competencia equitativas, instituciones autónomas, organismos ciudadanos, transparencia y voto secreto, hubo democracia electoral y alternancia en el poder. Mientras en el mundo laboral no exista autonomía para la impartición de justicia frente al Poder Ejecutivo; eliminación de los trámites para autorizar un sindicato; un sistema público y transparente de registro y de contratos colectivos; respeto al derecho de los trabajadores de pertenecer o no a un sindicato; elección democrática de las directivas sindicales; condiciones de voto libre y secreto y equidad en los recuentos previos a la titularidad; y se termine con la simulación que sostiene actualmente a la mayoría de los contratos colectivos, no habrá democracia ni transparencia ni posibilidad alguna de mejorar las condiciones de vida de los mexicanos.

Todos estos ingredientes están muy cerca del presidente electo Vicente Fox y forman parte de los 20 Compromisos para la Libertad y la Democracia Sindical que suscribió el 27 de junio pasado.

Estamos frente a dos proyectos: la nueva cultura laboral y la democracia sindical. La transición mexicana estará incompleta si no se cubre el expediente laboral. Sería decepcionante que México siga basando su competitividad y su presencia económica internacional en los bajos salarios y los contratos de protección.

El próximo gobierno, ampliamente legitimado en las urnas, tiene el reto y el compromiso de impulsar un cambio en el mundo laboral. Salir del esquema corporativo de control para entrar a un proyecto de retórica bonita y artificial, que ni siquiera le puede llamar a las cosas por su nombre, sería un paso en falso. La democracia laboral necesita ser real y no sólo parecer, es decir, fundarse en una legitimidad de los interlocutores, en una auténtica concertación y en una contratación colectiva.

En vez de polemizar con Rudiger Dornbusch hay que atender a Norberto Bobbio, quien señaló: "Si hoy se quiere tomar un indicador del desarrollo democrático, éste ya no puede ser el número de personas que tiene derecho a votar, sino el número de las sedes, diferentes de las sedes políticas, en las cuales se ejerce el derecho de voto". Los trabajadores tienen derecho a elegir a sus representantes; los representantes tienen legitimidad para concertar con las otras partes. En tanto no exista esta base, no habrá relaciones laborales democráticas. ƑSer o parecer?