MARTES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Ugo Pipitone Ť

El rescate del euro

El plan de rescate del euro, acordado la semana pasada entre Estados Unidos, Japón, Inglaterra, Canadá y el propio Banco Central Europeo, prefigura una acción concertada de gobierno de la economía mundial. Una acción de la que pocos ejemplos hemos tenido en los últimos años. Es obvio para cualquiera, que el mundo vive una anomalía que necesita ser corregida: una economía cada vez más globalizada que aún no produce en su seno instrumentos de regulación a la altura de los nuevos imponentes fenómenos mundiales que producen bienestar así como amenazas de inestabilidad global.

Desde que la moneda única europea (el euro) fue lanzada en enero de 1999, perdió más de 25 por ciento de su valor frente al dólar. A complicar el escenario, la explosión del precio del petróleo de los últimos meses ha afectado más a Europa que a Estados Unidos, acelerando la transferencia de capitales del viejo al nuevo continente.

La prolongada ola creciente de la economía estadunidense se ha convertido en un imán irresistible para inversionistas y especuladores (una frontera no siempre clara) europeos. A juzgar por sus comportamientos se diría que la economía de Europa está bloqueada en un estancamiento irremediable, por lo menos en el mediano plazo. Pero una rápida mirada a los datos no justifica tanta desconfianza en el futuro de la economía europea, como sensatamente señalaba hace algunos días la revista inglesa The Economist.

Varios elementos obligan a reconocer que las cosas no están tan mal en Europa como parecerían creer inversionistas y especuladores. Primero: en el último año, la inflación está en Europa consistentemente por debajo que en Estados Unidos (2.4 contra 3.5 por ciento). Segundo: el desempleo, si bien lentamente, sigue en los últimos tres años una pauta descendente que comienza a hacer posible una reducción de la carga fiscal tanto sobre las familias como sobre las empresas europeas. Tercero: si se usa como referencia temporal la década de los 90, y no obstante la alharaca periodística, la productividad total de los factores (un indicador que expresa los avances tecnológicos, la mejor organización del trabajo y las ganancias de eficiencia relativas a cambios sectoriales) ha avanzado más rápidamente en Europa que en Estados Unidos. Cuarto: las cuentas públicas en Europa están alcanzando una situación de equilibrio que se da simultáneamente con el superávit de las cuentas externas regionales.

ƑPor qué, entonces, no obstante estos indicadores, tanta desconfianza hacia el euro y, en general, hacia las perspectivas de la economía europea? La respuesta a esta pregunta contiene un elemento racional y uno irracional. El primero, como se dijo, es el encanto ejercido por una economía americana que parecería haber encontrado la fuente de la eterna juventud en los años finales del siglo XX. La segunda es la irracionalidad propia de especuladores que se comportan siempre respondiendo de manera exagerada a los indicadores reales de la economía. Y dejemos a un lado los pasatiempos analíticos de los economistas que postulan expectativas racionales que brotan de sus cerebros hambrientos de principios universales capaces de explicar la realidad con un par de ecuaciones bien armadas. La realidad, infortunadamente, sigue siendo más sucia e incómoda que la elegancia (palabra esencial en el léxico económico) de sus ecuaciones que intentan imitar la precisión de la física y la matemática.

El hecho positivo del presente es que, a contrapelo de las montañas de ideologismos matematizados que la profesión económica despliega sin descanso, los principales poderes del mundo acaban de armar (es de suponer que con la íntima vergüenza que produce el alejarse de los principios sagrados del mercado) una ingeniería financiera transitoria para evitar que el derrumbe del euro produzca problemas globales indeseables.

Aun descontando que los jóvenes que se concentran en estos días en Praga expresan una moralidad global sin ideas, queda el hecho que la humanidad aún espera que la política corra por lo menos tan aprisa como la economía y abra las puertas a estructuras globales de intervención para salvar el euro e iniciar un combate serio contra la miseria mundial. Pero, obviamente, la miseria es, hasta hoy, menos peligrosa que el derrumbe del euro.