JUEVES 28 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Soledad Loaeza Ť
El bulto
La palabra "salinismo" tiene hoy en día una poderosa conotación negativa, pero en realidad ya no se sabe qué quiere decir. Ha dejado de ser un patrocinio y se ha convertido en un bulto. En el origen tuvo el significado más o menos preciso que se ha atribuido en México a todos los -ismos presidenciales. Al igual que el obregonismo, el callismo, el cardenismo, el alemanismo, y todos los que les siguieron, el -ismo del sexenio 1988-1994 se refería al grupo de personas que se identificaban personal y políticamente con el presidente, en este caso, Carlos Salinas. Los primeros fueron, como es obvio, los miembros de su gabinete; sin embargo, el término se fue extendiendo hacia las políticas y decisiones de ese gobierno, que se identificaban a su vez con otra noción que ha adquirido resonancias diabólicas: el "neoliberalismo". En los últimos seis años el "salinismo" adquirió cualidades proteicas y empezó a utilizarse para designar a todo personaje fastidioso, todo hoyo negro --grande o pequeño--, toda crítica o diferencia de opinión --grande o pequeña--, que aparecía en la vida política sin importar si tenía relación alguna con el referente inicial. "Salinismo" se convirtió en una suerte de fórmula económica que ahorra tiempo para escuchar a otros, así como el trabajo de desarrollar argumentos en una discusión y aportar pruebas en una acusación.
No obstante, el que "salinismo" sea una fórmula de ahorro no significa que aclare o simplifique las cosas. Al contrario, hoy la palabra es un bulto que se avientan tirios y troyanos con distintos propósitos, todos ellos denigratorios. Sirve para proyectar una sombra oscura y disimular huecos --de información o de razonamiento--, y en el peor de los casos se usa deliberadamente para distraer la atención de un asunto incómodo, cuando no para estorbar una visión de conjunto de lo que pasó o de lo que está pasando.
Al bulto se le han atribuido tantos significados que los ha perdido todos. Como ya no sabemos lo que es, tampoco sabemos si es tan grande como dicen los apocalípticos, o tan pequeño como afirman los preciosistas. Ya no tiene una forma muy precisa: si es una pirámide o un círculo. Desconocemos también su composición. Ha dejado de ser un grupo bien identificado, porque cada partido o comentarista político tiene su propia lista de indeseables que inscribe en el bulto, y que no sólo no coinciden sino que en más de un caso son incompatibles; pero además no son pocos los apóstatas. De manera que muchos de los que creíamos que formaban parte del bulto, ahora nos mirarán sorprendidos con cara de "no sé de qué me estás hablando", mientras que otros han sido incorporados al grupo, sin haberse percatado de ello hasta que alguien los señala, acusadoramente desde luego. Sabemos que el bulto pesa mucho, porque cuando se le atribuye a una persona, un político, un universitario o un opinador, la intención es detenerlo, cuando no simplemente hundirlo. Muchos afirman que conocen bien el contenido del bulto, pero cuando se trata de examinarlo surgen grandes diferencias de opinión entre quienes encuentran en él todo lo que cabe en una bolsa negra de plástico y quienes, en cambio, están dispuestos a separar la materia orgánica, del vidrio y del papel. Sin embargo, el vocablo "salinista" ha adquirido tal poder de descrédito y desautorización que incluso aquéllos que están dispuestos a salvar algo del bulto, proceden de inmediato a sacudirlo para borrar cualquier huella.
La transformación del salinismo en bulto, nada tiene de nuevo. La satanización de los presidentes es un ejercicio recurrente en México, pero no necesariamente saludable y desde luego nada tiene que ver con la democracia, con una vida política moderna y menos todavía con una mejor comprensión del pasado. Cuando los males y los errores de la nación se personalizan en un individuo, son vistos nada más como anécdotas, se alimenta la creencia de que su remedio está en otro individuo mejor y no hay ningún estímulo para tratar de entender la complejidad del país en sus propios términos y tampoco lo hay para construir y fortalecer las instituciones que contienen y limitan el comportamiento de los individuos.
Sin embargo, más allá del problema que supone el empobrecimiento asociado con una historia reducida a una simple sucesión de anécdotas, el contenido emotivo de ciertos vocablos políticos conduce a excesos de ridiculez e intolerancia. Hace unos años bastaba haber sido visto en la calle de enfrente a la que cruzaba Carlos Salinas para ser considerado sospechoso de algún crimen horrible, aunque indefinido. Hace unos meses la campaña de los priístas usó el bulto para canalizar frustraciones y resentimientos, pero sobre todo como una careta. Ahora algunos aspiran a hacer de "salinista" una descalificación de significado universal, pero la verdad es que el mundo es muy ancho, y de Libia a Yugoslavia hay candidatos más fuertes y bultos más pesados.