JUEVES 28 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Margo Glantz Ť

Un frágil estatuto: el bufón y la mujer

Tomo un texto de Calderón de la Barca, es justo, celebramos este año el cuarto centenario de su nacimiento. Elijo una de sus tragedias más extensas, El médico de su honra. Me concentro en el gracioso, se llama Coquín. Lo que sale de su boca produce risa entre los espectadores, mientras los demás personajes, los de clase social elevada, los galanes y las damas, lamentan la pérdida de su honor o de la vida.

Y es extraño o por lo menos curioso que así se divida la risa de las lágrimas, ambas cualidades distintivas del hombre, las que lo diferencian del animal, como quería Aristóteles, aunque en verdad sólo la risa, y no las lágrimas, convenga a esa caracterización del filósofo estagirita.

Hago una pausa, resumo la historia de este drama para poder entender la función del gracioso, los mecanismos de la risa y la fragilidad de la condición femenina. El infante don Enrique de Trastámara, hermano y luego asesino de don Pedro el Cruel, rey de Castilla, cae de su caballo y, por una de esas casualidades del destino reiteradas en el teatro de Calderón, es alojado en una casa sevillana donde vive su antigua enamorada doña Mencía de Acuña, ahora desposada con don Gutierre Alfonso Soliz. Varios equívocos provocados por el infante y diversos errores de la protagonista propician su muerte. Su marido es un acendrado defensor del honor y la limpieza de sangre que rige en España, tal y como fueron codificados en el drama de los Siglos de Oro. Gutierre sobrepasa a Otelo: no necesita de un tercero, un Yago, para provocar sus celos, o quizá podría sugerirse que tiene un cómplice -o quizá un defensor-, el rígido concepto de justicia que detenta el Rey Don Pedro, concepto que acrisola y aumenta la susceptibilidad de quien se cree engañado. Podría inferirse, por tanto, que son el rey y su vasallo los asesinos de la dama.

Gutierre lava su honra con sangre, como se dice y se hace vulgarmente; secuestra a un barbero, que entonces también era conocido como sangrador y lo obliga a practicar una sangría en el cuerpo de su mujer, quien, todavía viva, ha sido colocada en un ataúd, al lado del cual arden dos cirios y detrás del cual hay una cruz. El honor se ha salvado y el vengador no es un verdugo sino el médico de su honra, sólo un médico que cura, aunque el remedio produzca la muerte. La muerte de la dama a instancias de su marido parecería coherente en un universo totalmente regido por la violencia. La obra concluye con un final feliz: Leonor, antigua dama de Gutierre y con quien hubiera debido desposarse antes que con Mencía, pero a quien ha repudiado por una simple sospecha en donde está involucrado el honor, aparece casualmente por la calle en el momento más oportuno, y se convierte por órdenes del rey en la nueva esposa de Gutierre cuando éste todavía tiene literalmente las manos manchadas con la sangre de su primera mujer: ''un providencial ajuste de cuentas que reúne a don Gutierre y a doña Leonor", concluye el calderonista inglés Bruce Wardropper.

La única voz discordante en estas escenas justicieras es la del gracioso, conocido también como truhán, bufón, albardán o chocarrero y que, como tal, fue personaje principal de las cortes españolas desde el Medioevo. Coquín parodia una frase acuñada por la aristocracia -''Yo soy quien soy"- para definirse, la pronuncian por igual damas y caballeros, es decir, galanes y damas, aquellos que se saben miembros de la más alta jerarquía social, aquellos que por lo menos en apariencia están seguros de pertenecer a un estamento claramente definido, cuyos pivotes son la honra y la limpieza de sangre. El vasallo, en este caso el gracioso, el criado Coquín, es mucho más ambiguo, duda de su lugar en la sociedad, o sabe que ese lugar es por naturaleza movedizo, pero curiosamente, y aunque sean de la clase dominante, lo mismo les sucede a las mujeres.

La paradoja se refuerza, se trata de una sociedad concebida como un cuerpo cuya cabeza es el rey de quien depende la salud del organismo entero. En una tragedia donde los asuntos de honor se curan como se cura el cuerpo y se acude a un barbero para que practique una sangría y lave el honor, las metáforas médicas son esenciales, por eso la intolerancia del rey, su absoluta falta de humor se convierten en una enfermedad mortal que contagia al reino entero y que sólo su muerte podrá curar. El rey morirá, es su destino, pues así sucedió realmente. Pero también, en el espacio cerrado de la tragedia, muere sin causa justificada la dama.

Esta muerte injusta ha provocado enorme discusión entre la crítica, a lo largo de los siglos y de los recientes años, la polémica parece arcaica, como si las cosas hubiesen cambiado totalmente. Sin embargo, la obra sigue siendo vigente como metáfora de una desigualdad, del frágil estatuto que en la sociedad siguen teniendo algunos de sus miembros.

Termino esta leve reseña con una cita de José Amezcua, amigo, colega y gran calderonista, ya fallecido, es de su libro intitulado Lectura ideológica de Calderón. Dice así:

''Coquín, como sabemos, llega tarde para impedir la muerte de Mencía; pero ha demostrado, a pesar de ello, una condición que, por otro lado, lo equipara a sus superiores y lo transforma en un hombre de veras, en el individuo que menos cuenta en la organización estamental, el criado, y la figura de la víctima se acercan tanto al final, que la asimilación semántica de ambos es ya evidencia de la ideología subterránea que parece aflorar: víctima y criado, desde su lugar discriminado, su no-espacio, son los personajes que se dan la mano en el único acto verdaderamente solidario de la obra, el que impone libremente la conciencia de la miseria humana".