VIERNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Orlando Delgado Ť
Wolfensohn y Ortiz
La verdadera inauguración de la 55 Asamblea Anual del FMI y del Banco Mundial ocurrió en las calles de Praga y no en el Palacio de los Congresos. Los miles de manifestantes lograron que el centro de la atención mundial se localizase en los actos de protesta y que los discursos inaugurales de Horts Köhler, director-gerente del FMI, y de James D. Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, se ocupasen del impacto de las políticas de estos organismos sobre la pobreza en el mundo. Particularmente, Wolfensohn ha reconocido la legitimidad de los reclamos opositores, centrados en que la globalización ha provocado una expansión enorme de la pobreza y de la exclusión de grandes grupos sociales de las posibilidades de mejoría.
En esa misma ciudad, aprovechando los reflectores, el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz ha hecho declaraciones diarias llamando a mantener la lucha contra la inflación como la máxima prioridad, a introducir ajustes en el gasto público para desacelerar el crecimiento económico y a no postergar la realización de una reforma fiscal integral.
Como ha hecho en México, Ortiz señaló que para lograr que la inflación esperada crezca a 3 por ciento anual en el 2003, meta de la ortodoxia tecnocrática, es indispensable que el incremento de los salarios esté alineado con la inflación esperada; de otro modo, advirtió, no podremos alcanzar la añorada estabilidad monetaria.
La semana pasada citamos el razonamiento de Joseph Stiglitz en el que se muestra que los economistas del FMI y del Tesoro estadunidense proponen políticas para corregir desequilibrios momentáneos que provocan problemas estructurales duraderos. A esas políticas se refieren los manifestantes; son precisamente esas acciones las que tratan de impedir: reducir la inflación a través de políticas monetarias restrictivas, que al actuar reduciendo la liquidez provocan aumentos inmediatos en el costo del dinero, en las tasas de interés, lo que a su vez reduce la demanda y, supuestamente, consigue atemperar el crecimiento de los precios.
Wolfensohn acepta que si mil millones de personas en el mundo viven con menos de dos dólares diarios en los países de ingresos medios, "no podemos simplemente pedirles a esos países que acudan a mercados de capital volátiles para financiar su lucha contra la pobreza". Ortiz, en cambio, clama por que los trabajadores acepten que sus salarios se mantengan, en el mejor de los casos, constantes en términos reales, ya que de lo contrario la inflación no se reduciría; olvida la evidencia ofrecida por el largo proceso de expansión de la economía estadunidense y por lo que ocurre en México este año.
En Estados Unidos ha habido un prolongado crecimiento de la economía, que ha reducido significativamente los niveles de desempleo, sin que hasta el momento haya significado que los precios repunten, pese a que los salarios han venido creciendo en términos reales. En México, tras cinco años en los que las remuneraciones se mantuvieron por debajo de su nivel de 1994, hubo un aumento generalizado de los salarios este año, al tiempo que la economía ha crecido por encima de lo esperado, sin que se observen presiones inflacionarias que cuestionen la posibilidad de alcanzar la meta propuesta por el Banco central; más aún, todo mundo acepta que la inflación podría cerrar en 8.8 por ciento, esto es, 1.2 puntos porcentuales menos de lo presupuestado.
Del mismo modo que en Praga se cuestionan las políticas globalizadoras por sus consecuencias en los niveles de vida de la población del mundo, en México urge cuestionar los planteamientos y las acciones impulsadas por los agentes de la globalización que, como bien dice Stiglitz, no son sino promotores de los intereses de Estados Unidos y de los países desarrollados.
Ese cuestionamiento podría empezar por replantearnos lo que quiere decir la palabra inflación: siguiendo a Oskar Lafontaine, ex presidente del Partido Socialdemócrata Alemán y ex ministro de Finanzas del gobierno socialista de Schröeder (autor de un importante libro de reciente circulación en español, El corazón late a la izquierda), si hablamos de inflación cuando crecen los precios al consumo, Ƒpor qué no hacerlo cuando crece el precio de las acciones, cuando aumenta la tasa de interés de los Cetes o cuando aumenta la tasa de interés que pagan los deudores de los bancos, como respuesta al incremento del corto?
Ortiz debería sentarse a hablar con Wolfensohn para tratar de entender los impactos negativos de la globalización, así como leer a Stiglitz y a Lafontaine para poder contar con visiones críticas de la política monetaria que le permitan proponer acciones a favor de los más necesitados. De otro modo, pronto llegarán los globalifóbicos a sus oficinas.