VIERNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Abusado, delegado

Leonardo Páez Ť Hipócritamente indignados, los beneficiarios del negocito de los toros fingen lamentar la suspensión de las novilladas y las plañideras a sueldo culpan de tan dolorosa medida a un tumor maligno que en poco tiempo minó la ya menguada salud del espectáculo: la actual Comisión Taurina del DF, órgano de consulta y apoyo al Gobierno de la ciudad, nombrada por Cuauhtémoc Cárdenas durante su administración.

Los inefables taurinos, los que dicen que sí conocen de esto, aunque en los últimos quince años no hayan sabido ofrecerle al público un solo torero mexicano interesante, que apasione, insisten en la necesidad de modificar el reglamento vigente, expedido el 16 de mayo de 1997.

Transcurridos apenas tres años cuatro meses de que el anterior reglamento fue modificado, quesque para obligar a la calamitosa empresa de la Plaza México a cumplir con lo anunciado en los carteles, si no en cuanto a la calidad de los toreros, al menos a la edad e integridad de las reses lidiadas, son ahora las fuerzas vivas de la moribunda fiesta brava mexicana (empresarios, ganaderos, matadores y subalternos) quienes exigen un reglamento a la medida de sus limitaciones, tanto para sacar nuevos valores y armar carteles atractivos, como para criar reses bravas y lidiarlas con conocimiento, valor y arte.

Lo anterior, tan sencillo como que dos más dos son cuatro, a los taurinos de México se les volvió ciencia oculta, ya por incapacidad, ya por intereses concretos pero ajenos a la salud y autenticidad de la fiesta de toros.

Así, irresponsables pero montoneros, los criadores de reses poco bravas, los promotores de toreros sin sello, los matadores anquilosados y los subalternos chambistas, decidieron suspender la intrascendente temporada de novilladas, ya que los ahora sí escrupulosos ganaderos se cansaron de tantos agravios (sic) a cargo de las autoridades de la delegación Benito Juárez, cuyo fugaz titular interino -este domingo deja el cargo a su sucesor-, atendiendo a la sugerencia de la Comisión Taurina del DF, nombró veterinarios de la México a dos exigentes especialistas, quienes han venido detectando reiteradas manipulaciones en las astas, luego de tres años en que el anterior delegado permitió al empresario tener su propio e incondicional veterinario, especializado en aprobar cuanto animal era muerto en el desprestigiado coso.

Ahora, si los ganaderos persisten en su negativa a lidiar en la Plaza México si no son removidos los perversos veterinarios, el nuevo delegado panista José Espina tiene dos alternativas: o hacer cumplir el reglamento vigente mientras se efectúan los ajustes al gusto de los taurinos, o transar con éstos y cumplirles sus exigencias, no por infantiles menos radicales.

En el primer caso, simplemente no autoriza la celebración de la próxima Temporada Grande, y que la voluntariosa empresa alquile El Toreo de Cuatro Caminos, en el estado de México, donde la reglamentación taurina no existe. En el segundo, volver a caer en la discrecionalidad que incumple la ley, a costa de una tradición taurina anulada por sus propios protagonistas. Vaya espinoso comienzo de labores para don José.