SABADO 30 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Seres "casi mitológicos" en la frontera, dice el antropólogo Víctor Clark Alfaro
Los polleros honestos "cumplen una verdadera función social"
Ť Nunca abandoné a nadie a medio camino: coyote entrevistado Ť Cicatrices, simples gajes del oficio
Roberto Bardini, enviado, Tijuana, BC, 29 de septiembre Ť Don Victoriano es un hombre muy discreto al que no le gusta hacer revelaciones explosivas: no da nombres, ni indica fechas, ni señala lugares. Si lo hiciera, quizá rodarían por el suelo varias cabezas de policías, funcionarios aduanales y agentes de migración de esta ciudad, y él se quedaría sin el trabajo que ha desarrollado en los últimos 30 años.
Desde 1970, don Victoriano está al frente de una "agencia de viajes". Traducido en el argot de la frontera, quiere decir que es un pollero o coyote; es decir, un contrabandista de personas, a las que ayuda a cruzar ilegalmente a Estados Unidos.
En el lenguaje del bajo mundo fronterizo, el pollero se llama "guía", un "mueble" es un vehículo traído "del otro lado", y un cliente que no paga es una "piedra".
A las casas de seguridad y hoteles de tercera categoría cuyos dueños están de acuerdo con los polleros se les dice "clavaderos". Como "Expreso de Oriente" se conoce a la conexión mafiosa que traslada a ciudadanos chinos desde Cancún hacia Estados Unidos, vía Tijuana.
Con el tiempo, la división del trabajo en esta actividad semiclandestina se ha vuelto más especializada: el "talonero", por ejemplo, es la persona que consigue clientes en la calle, en la terminal de autobuses o en el aeropuerto. El "checador" es el encargado de ir adelante del grupo de indocumentados, equipado con largavistas y walkie-talkie, para avisarle al "guía" si la migra se encuentra en el trayecto.
Don Victoriano muestra con orgullo una cicatriz en un brazo, que va desde la muñeca hasta el codo, pero no aclara si es herida de bala, de cuchillo o accidente de carretera. "Son gajes de este oficio", se limita a comentar.
Cuenta que ha estado varias veces preso en Estados Unidos y que actualmente uno de sus hijos cumple una condena de tres años en una cárcel de Los Angeles por transportar migrantes ilegales. "Riesgos de la profesión", reitera con fatalismo.
El hombre habla de pie, apoyado en el mostrador de Las Guacamayas, una modesta lonchería con apenas cinco mesas y cuya dueña, doña Cora, es una pollera retirada llena de nietos.
Es de noche. En las esquinas merodean individuos con innecesarios lentes oscuros. Por la calle pasan automóviles con música a todo volumen. En las veredas, mujeres jóvenes con escotes largos y faldas cortas ofrecen sus destrezas privadas a turistas, parranderos locales y soldados estadunidenses de licencia, todos repletos de alcohol y fantasías triple X.
Las Guacamayas está en la colonia que nunca duerme: la Coahuila, la zona roja de Tijuana, llena de bares de mala muerte, sórdidos cabaretes y prostíbulos donde la vida no vale ni una moneda partida por la mitad.
Hasta hace algunos años aquí estaba la famosa cantina La Ballena, cuya barra de bebidas pudo haber ingresado al libro de los records Guinnes porque era la más larga del mundo: medía casi una cuadra.
Luego de tres décadas de ganarse la vida como pollero, don Victoriano asegura que tiene un prestigio que defender y se vanagloria de que nunca perdió "un cargamento". "Desde Ecuador para arriba, he transportado gente de todos los países que están en el trayecto y, gracias a Dios, nunca abandoné a nadie a mitad del camino: mis pasajeros siempre llegaron sanos y salvos".
Relata que más de una vez, al llegar a su destino en Los Angeles o "más al norte", algún migrante indocumentado le confesó que no tenía la mitad de dinero que faltaba pagar. En esos casos, cuenta, "les doy cinco o diez dólares de mi propia bolsa y les deseo que el Señor los ayude".
Según el antropólogo social Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos de esta ciudad, los coyotes "son seres casi mitológicos" de la frontera, y cuando son honestos, como don Victoriano, "cumplen una verdadera función social". Clark Alfaro, quien facilitó el contacto con el pollero, dijo que don Victoriano es un personaje legendario de Tijuana y sus alrededores, famoso por su eficiencia. Desde luego, aclara, hay muchos coyotes deshonestos que abandonan a sus clientes en el desierto y los dejan librados a su suerte, o les roban sus pocas pertenencias.
Tarifas entre 1,200 y 1,500 dólares
El contrabandista cobra actualmente entre mil 200 y mil 500 dólares por persona, pero asegura que la ganancia que le queda es la misma que hace 30 años: entre 200 y 300 dólares por cabeza. "Lo que pasa es que aumentaron los gastos con las autoridades de uno y otro lado, que se apropian de la mayor parte -señala, sin suministrar más detalles-. Digamos que cobran una especie de peaje y que tienen que repartirlo con los jefes".
Acerca de la Patrulla Fronteriza estadunidense y las autoridades de migración mexicanas, prefiere no opinar. Se limita a un breve comentario: "Ellos son profesionales y yo también; ellos hacen su trabajo y yo hago el mío".
El hombre, desde luego, conoce los riesgos que corre: según el artículo 138 de la Ley General de Población, "se impondrá pena de dos a 10 años de prisión y multa equivalente a 10 mil días del salario mínimo vigente en el Distrito Federal, a quien pretenda llevar o lleve a nacionales mexicanos a internarse en el extranjero en forma ilegal".
Clark Alfaro, quien investiga estos temas desde 1987, menciona que la existencia de los polleros obedece a una demanda y a una oferta, y de ahí que su eliminación sea prácticamente imposible.
Y como para corroborar esta afirmación, don Victoriano mira su reloj y se disculpa por tener que abandonar la entrevista: dentro de unas pocas horas partirá para "el otro lado" y a él le gusta -dice- preparar sus viajes con tiempo. "Tengo un prestigio que cuidar", reitera al despedirse.