MIERCOLES 1Ɔ DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Arnoldo Kraus Ť
Etica y desobediencia
Magnífico pretexto para hablar de las virtudes y necesidad de la desobediencia es recordar, a un siglo de su nacimiento, a Erich Fromm. Si viviese en estos tiempos tan maltrechos, llenos de seres descosidos, en esta Tierra poblada por sumisión y silencio, sin duda, hubiese escrito nuevos ensayos Sobre la desobediencia --título de uno de sus libros en el cual se recogen nueve escritos que lidian sobre el tema. Estoy seguro que Fromm psicoanalista, que Fromm filósofo social, que el Fromm que escribió sobre humanismo, hubiese considerado que en la actualidad la desobediencia no sólo es virtud indispensable, sino urgencia ética. El mutismo ha sido muy costoso.
Mirar el mundo bajo el prisma de la pobreza basta para convencerse: éste es un planeta cuyos destrozos reflejan la carga de la obediencia. Del sometimiento como continuo de incondicionalidad, de la falta de educación y de la opresión. El hilo que une ese indigno entramado empieza y finaliza en el poder económico, político o religioso. Bajo sus densas redes se teje todo tipo de artimañas cuya meta es y ha sido perpetuar la obediencia. Esta, en cualquiera de sus formas --insonoridad, docilidad, deseducación, pobreza--, es aliada perpetua del poder.
Buena parte de las enfermedades contemporáneas, sean metafóricas, tangibles, presentes o por venir, se deben al exceso de subordinación. La obediencia como patología invita a la reflexión. En México, por ejemplo, Ƒqué hubiese pasado si existiese una cultura que dijese no a los Espinosas, a los Salinas, a los Villanuevas o a los Cabales? La cultura de la sumisión ha sido antesala de la derrota.
El problema no es sencillo. En la sociedad moderna, en la escuela, en la casa, o en los centros religiosos, la obediencia es sinónimo de virtud. El mensaje es sucinto: ser disciplinado es bueno, ser desobediente es malo. Los espacios para el disenso no son patrimonio de las naciones endeudadas, pero sí, abono para sus jerarcas. Este rostro de la conducta humana ha sido cuestionado y debe, ahora más que antaño, replantearse. ƑEs moral ser obediente? O más bien, Ƒes ético obedecer en una sociedad en donde reinan desigualdades de todo tipo? O mejor aún, Ƒes moralmente aceptable obedecer cuando acatar implica complicidad y dañar a otros? Fromm explica, acorde con los mitos hebreos, que la historia se inauguró con un acto de desobediencia.
La armonía en la que vivían con la naturaleza Adán y Eva se rompió cuando desobedecieron. Ese acto les otorgó independencia y libertad; les permitió evolucionar y desarrollarse. Les mostró los caminos para escucharse y ser. A la vez, les otorgó el don de cuestionar y cuestionarse. Ese acto, per se, basta para saber que la pasividad y la sumisión son perecederos. Desobedecer implica hartarse --recuérdese la horca que se construyó en Rumania para eliminar, públicamente, a los esposos Ceaucescu. Exige decirle no a la ominpotencia --los zapatistas sembraron otra de las tumbas del PRI. Implica ser íntegro y elevar la voz ante la sinrazón de la fuerza --Jan Pallach se inmoló en Checoslovaquia tras las invasión rusa. Requiere soledad --Gandhi caminó y caminó y caminó. Implica impregnarse de saber decir no y contaminarse de compromiso. Para Fromm, "una persona puede llegar a ser libre mediante actos de desobediencia, aprendiendo a decir no al poder". La desobediencia, cuando es razonada, enaltece conciencias y fortifica espíritus. El no a la opresión es un sí a la moral. Cada acto en contra del poder, en contra de nuestros políticos latinoamericanos, es una prueba de que el bien existe.
Son instrumentos del poder y extensiones de la desobediencia, la televisión y su pródigo hijo, el zapping --término que denota el enajenante cambio de canales y que requiere el esfuerzo de vincular cerebro e índice--, la pobre oferta educacional, la fe religiosa "incondicional", los presidentes latinoamericanos y otros métodos que fortifican la amnesia y menosprecian el pensamiento. La ausencia de movimiento ha sido fiel aliada del poder, mientras que la desobediencia es un arma indeseable, cuya acción genera incomodidad e incertidumbre. Fomentar el cambio es moral; silenciarlo es contubernio. La vieja idea que estipula "que entender la política es comer mierda sin hacer gestos", aunque cierta, debe modificarse; decir no al poder y a los políticos es condición humana y gesto moral.
Bajo el prisma de la miseria también es posible saber que muchos de los logros actuales y de múltiples cambios sociales, se deben a la desobediencia, sea de individuos o de comunidades. Desobedecer, pensando en todos "esos otros", es una virtud y una loa a la honradez. No hacerlo, implica complicidad