DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Rolando Cordera Campos Ť

Fin de fiesta

Los ajustes finales entre la burocracia y sus antiguos jefes no auguran un final feliz, mucho menos un glorioso amanecer para el nuevo gobierno. La constitución de este último, más allá de los nombres de los escogidos o las rabietas de los desechados, todavía debe esperar a que el presidente electo deje de estar en campaña y en la oposición y se siente a reflexionar sobre lo que quiere hacer con un Estado encogido y semi desmantelado, sin compromisos severos en lo inmediato, pero con una agenda abrumada por demandas, expectativas y necesidades reales ingentes, que no encuentra en las finanzas públicas una mínima respuesta positiva, que no sea la de continuar con una contención fiscal que se ha prolongado en exceso.

En las cuentas públicas se encuentra uno de los hilos duros y largos que pueden sacar al país y su nuevo gobierno del laberinto en que lo metieron la crisis del pasado y el draconiano ajuste con que el presidente Zedillo buscó superarla. A pesar de su debilidad histórica y su lamentable situación estratégica actual, es en las finanzas del Estado donde tiene que iniciarse la reforma del mismo, si es que aún se quiere que el desarrollo ansiado tenga un curso y un cauce racionales, capaces de despertar la voluntad de los actores económicos y sociales y elevar su visión hacia el largo plazo. De otra forma, con crecimiento económico o sin él, nuestro horizonte no podrá ser otro que el del capitalismo anárquico que hoy ahoga a Rusia pero que, con las modalidades del caso, bien podría naturalizarse en tierra azteca.

Hasta allá puede llegar el nudo financiero y administrativo que desveló, como regalo de salida, la rebelión burocrática de estos días. Bonos de más o de menos, lo que plantean los servidores públicos con acritud es el descuido que del gobierno se ha hecho por lustros, dejando siempre para después asignaturas básicas para cualquier orden político que se respete. Llegada la democracia, las amarras de la lealtad subordinada propia del trabajo burocrático en condiciones autoritarias se rompieron, y los diques que quedaban parecen hoy a punto de ser rebasados por mareas menores, que sin embargo traen mucho mar de fondo.

Los reclamos panistas, de que el gobierno que sale debe dejarle al que entra la casa en orden, revelan falta de madurez política pero sobre todo un desconocimiento formidable de lo que es, aquí o en China, la cosa pública. Pero no dejan de tener razón quienes lo hacen, porque se fue demasiado lejos en el festejo de una normalidad política que no tenía correspondencia con los equilibrios básicos del Estado y del propio gobierno que encabezaba la fiesta. Lo que es claro es que la continuidad prometida por Fox en materia de estrategia económica se verá acompañada por la extensión de unos conflictos financieros y políticos que no pueden tener solución en el corto plazo.

En la coyuntura abierta por el cambio de poderes, podía esperarse un esfuerzo serio de los partidos por acercarse a lo que en el futuro puede ser una auténtica conversación democrática, de cooperación y acuerdo para que la confrontación no rompa el concierto. Pero nada o casi nada de eso ha ocurrido.

El PAN no se resigna, por lo visto, a ser partido de poder, y el PRI llora sus penas en los ríos y los pantanos, mientras que el PRD vive el otoño de un infantilismo que todos los días se supera a sí mismo: primero, en la tragedia del cabaret incendiado, los culpables fueron los jueces; y ahora, cuando sus trabajadores se acuerdan que también han sido burócratas federales, será papá gobierno el que cargue con los platos rotos. Con estos tres, el triángulo de las Bermudas se reduce a una historieta cómica.