DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Angeles González Gamio Ť
Convento de San Angel: notable recuperación
En la conflictiva Palestina de nuestros días se encuentra el monte Carmelo, desde cuyas alturas se aprecia maravillosamente el mar Mediterráneo. Seguramente ésta fue una de las razones que llevaron a muchos pensadores y místicos a convertirlo en sitio de refugio y meditación. Aquí surgió en el siglo XII la orden de los carmelitas, cuya vida estaba consagrada exclusivamente a la oración y el trabajo en soledad. Perdidos estos principios con el paso de los siglos, en el XVI la monja Teresa de Jesús se propuso volverla a sus fines originales y emprendió una reforma interna. Al poco tiempo la siguió fray Juan de la Cruz, en la rama masculina; así nació la llamada descalcez en la orden carmelita.
De esta nueva orden fueron los religiosos y monjas que llegaron a la Nueva España en 1585. De inicio se establecieron en la ciudad de México, desde donde se esparcieron por todo el territorio americano. Frente al acelerado desarrollo de fundaciones, surgió la necesidad de establecer un colegio para preparar frailes. Tras múltiples vicisitudes, en 1601 se logró crear el Colegio de San Angel, con un primer apoyo económico del cacique indígena de Coyoacán, don Felipe de Guzmán Itzolinque, quien les donó unos terrenos. Allí se edificó una hermosa construcción con su templo adjunto y vastos huertos, cuyos árboles frutales dieron fama y dinero a los carmelitas descalzos de San Angel.
Como efecto de las leyes de Reforma, a mediados del siglo XIX las huertas, hortalizas y jardines fueron fraccionados y vendidos, y parte del colegio le fue entregado a la SEP, que lo dedicó a museo.
Años más tarde, el INAH ocupó una parte con oficinas y otra se volvió casa particular. Ahora todas las edificaciones se han recuperado, instalando en la planta baja de lo que fue el colegio, una muestra de los talleres gremiales del virreinato, lo que nos permite ver el trabajo de los herreros, que por cierto fueron el primer gremio que se estableció, al poco tiempo de la conquista. El de los carpinteros, tanto los de "lo prieto", como los de "lo blanco", o sea los que trabajaban las gualdras, pisos, etcétera, y los de los muebles y objetos finos, todo esto enriquecido por la labor de los entalladores, imagineros y doradores. También están los sastres, bordadores y costureras; aquí sobresale un rebozo, en tonos rojos y naranjas, con su pequeño rapacejo en triángulos, del siglo XVIII, que es una verdadera joya. Hay obras de cerámica, que incluyen hermosa talavera, y remata con los plateros.
La planta alta reproduce una lujosa residencia del siglo XVIII, con su salón del estrado (por si llega de visita el rey), salón del dosel, recámara con cama "de alcoba", comedor listo para recibir a las visitas elegantes, cocina mexicanísima, con todo y su San Pascual Bailón.
Todo ello está puesto con piezas exquisitas, buena parte de ellas pertenecientes al museo Franz Mayer. Desde la terraza se puede apreciar lo que queda del acueducto, hermosa construcción, con la sofisticación de contar con tres conductos, uno de los cuales surtía de agua al colegio, permitiéndole el exclusivo lujo de tener agua corriente.
Esta magnífica restauración, recién inaugurada, viene a sumarse al museo adyascente que ya existía en las instalaciones del antiguo convento, que muestra soberbios artesonados, muebles de época, cuadros espléndidos; entre otros, ocho Villalpandos y, como un lujo especialísimo, cuatro lavabos de azulejo, con sus jaboneras, que son una auténtica belleza; desde luego, las famosas momias y hay mil cosas más que decir, pero lo mejor es visitarlo. Si tiene la fortuna de encontrarse con su apasionada y talentosa directora, Virginia Armella de Aspe, se le hizo el día, pues un recorrido con sus explicaciones es una clase de historia, amor y vida.
El museo pertenece a Conaculta, por lo que aprovecho para felicitar a Rafael Tovar y de Teresa, quien estuvo al frente los últimos ocho años, dándole un inmenso impulso a la cultura nacional en todos los órdenes, incluida la excelente idea de brindar estímulos a los creadores.
Una petición antes de su despedida: que elimine esa absurda prohibición de que entren carriolas de infantes a los museos, cruel castigo para los papás y abuelos amantes de las artes. Hay que señalar que en todos los países del "primer mundo" lo permiten, ya que sin duda es uno de los mejores medios para introducir a los pequeños al edificante universo de la cultura.
Para la pausa gastronómica, justo a la vuelta del convento, sin perder de vista sus soberbias cúpulas de azulejos multicolores, se encuentra el restaurante Los Irabien, que combina el arte en las paredes, con el de la comida. Para economías reducidas, a unos pasos hay una sabrosa crepería.