DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Bajo el auspicio de Ashoka, participarán representantes de 12 países
Se reúnen en el DF organizaciones dedicadas al trabajo con jóvenes de zonas urbanas
Ť Compartirán experiencias en torno de proyectos de autogestión y desarrollo comunitario
Elia Baltazar Ť Innovar es su labor, su capital la juventud, y su empresa la comunidad. Se conocen como emprendedores sociales, vienen de distintos puntos del planeta y mañana se reúnen en la ciudad de México para compartir sus experiencias en el trabajo con jóvenes, grafiteros, chavos banda, pandilleros, en situación de calle, de escasos recursos, habitantes todos de las zonas marginadas de las urbes que componen la aldea global creada por la organización Ashoka.
Vienen de Sudáfrica, la India, Bangladesh, Bolivia, Estados Unidos, Indonesia, Polonia, Nigeria, El Salvador, Argentina, Paraguay y México, y participarán en el encuentro La socialización del aprendizaje en la era de la comunicación, que se llevará a cabo mañana en la Casa Lamm, a partir de las 9 horas.
Porque compartir el conocimiento, dicen, es la apuesta a futuro, para quienes no tienen futuro, su labor crece allí donde la mano del gobierno no alcanza, pues sus objetivos son otros, explican. Por eso, los emprendedores sociales de Ashoka apuestan por la energía alimentada de la capacidad de sobrevivencia de los grupos juveniles de alto riesgo, para quienes no hay programa gubernamental que alcance.
Allí están las sociedades de esquina, las tribus emergentes con las que trabaja Helen Samuel, dedicada desde hace años a la labor comunitaria con jóvenes grafiteros, cholos y pandilleros, en México y Estados Unidos, con quienes ha emprendido el camino de la innovación en técnicas de aprovechamiento de recursos allí donde los servicios son insuficientes.
Su organización se llama Mexcalibur y en ella participan jóvenes calificados como de alto riesgo, quienes han cambiado su vida de violencia por proyectos de autosuficiencia. "Ellos sólo necesitan un espacio, respeto a su identidad y una llamada que los convoque a dirigir su energía en beneficio de los demás", dice Helen.
Los jóvenes marginados de las sociedades postindustriales, hállense en cualquier lugar del mundo, tienen los mismos problemas. Pero una cosa distingue a los chavos mexicanos, dice Helen, de aquellos de los países del primero mundo: "Tienen una chispa especial y entienden lo que significa la autogestión, cuando en inglés esta palabra ni siquiera existe".
Así, ha puesto en marcha programas en zonas como Iztapalapa y Tláhuac, donde ha enseñado a los jóvenes técnicas de tratamiento de agua, producción de composta y creación de jardines con llantas, que a su vez se han extendido entre sus comunidades. También ha promovido el intercambio de experiencias entre jóvenes grafiteros de Estados Unidos y México, quienes a su vez han visitado ya países como el Reino Unido.
Helen ha sabido salvar las diferencias regionales de los jóvenes con los que trabaja, a partir del concepto de biorregionalidad. "Cada quien tiene sus características y cada región sus particularidades, pero la problemática de jóvenes es compartida", comenta.
A partir del próximo año Mexcalibur recibirá grupos de 20 jóvenes de diversas partes del mundo que aprenderán cómo le hacen los chavos mexicanos para crear proyectos comunitarios y nuevas opciones de relación y respeto con su entorno. Además, tienen proyectado construir en la ciudad de México la primera ecoaldea de comunidad, manejada por jóvenes.
Emprendedores sociales
A esta red de emprendedores sociales que teje proyectos con base en necesidades reales, pertenece también Claudia Colimoro, quien encabeza la Casa de las Mercedes, un lugar de apoyo para jóvenes de la calle embarazadas, casi siempre en circunstancias violentas.
Claudia ha creado para ellas algo más que un hogar, pues mediante la cooperación de diversas instancias las provee de herramientas para su capacitación y desarrollo personal y para el cuidado de sus hijos. Abre así para ellas una opción de vida distinta a la que conocen en las calles, motivando su autoestima.
Jonny Gevisser viene de Sudáfrica, es sociólogo y ha decidido romper los diques de la educación formal en su país, y aprovechar los espacios educativos para convocar en ellos a los jóvenes dispersos en las calles y aprovechar la labor de maestros atolondrados con la cotidianeidad y el desinterés. Las escuelas en las que trabaja, pues, han abierto sus puertas al desarrollo de actividades compartidas con la comunidad, en aulas antes vacías, en pro de lo que llaman socialización del aprendizaje, que no es otra cosa que compartir conocimientos hacia metas comunes.
Para Gevisser, se trata de hacer capaces a los jóvenes de imaginar y construir caminos para su futuro y ayudarles a formar la capacidad de planear y crear. "Porque las sociedades no pueden entregar todos sus sueños al poder del Estado y el gobierno, y porque deben pasar de la exclusión a la inclusión por caminos alternativos", dice.
Lo cierto es que el reto para los emprendedores sociales es poner al alcance de los jóvenes menos favorecidos el conocimiento, las posibilidades de autogestión y colaboración comunitaria, en áreas que lo mismo van hacia la técnica, la ecología, que al arte, la educación, la formación de líderes, entre otros ámbitos.
En el universo de la juventud abandonada, aún hay mucho por hacer. Y ellos saben cómo.