LUNES 6 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Iván Restrepo Ť

Lluvias, inundaciones, desbordamientos

Frecuentemente, funcionarios responsables de los recursos hidráulicos del país anuncian nuevas medidas buscando el uso racional del agua, así como detener su contaminación. Punto central en ese empeño es el saneamiento de las cuencas hidrográficas con base en consejos que se responsabilicen de su manejo y en el que los grupos involucrados efectivamente participen en la toma de decisiones y en la solución de los problemas. Mas basta la cola de un huracán, para descubrir la realidad.

Ejemplo de lo anterior, son las familias del vecino estado de México que este año han sufrido inundaciones de sus casas y colonias. No me refiero a la tragedia de Chalco y Ecatepec, que por su dimensión figura en la lista de las fallas oficiales, sino a los daños en los municipios de Coyotepec, Teoloyucan y Tepozotlán por el desbordamiento de los ríos Chico, la Presa y Tepozotlán. Los tres, todavía en los años setenta, llevaban agua limpia y eran sitios de esparcimiento popular, pero la expansión de la mancha de asfalto de la zona metropolitana los convirtió en el destino final de las aguas negras de los nuevos asentamientos humanos y de la industria cercana; además, tanta basura y la erosión de las laderas terminó por azolvarlos.

No debe extrañar entonces que cuando las lluvias caen sobre el Valle de México se extiendan más de la cuenta, y que, en consecuencia, El Chico, La Presa y Tepozotlán se desborden e inunden varios asentamientos ribereños, mientras el auxilio a los damnificados no solamente llega a destiempo, sino que siempre es insuficiente. Esto sin contar que el gobierno elude su obligación de indemnizar a quienes resultan perjudicados por la desidia de las agencias gubernamentales que, para rematar, hacen gala de descoordinación a la hora de atender a los afectados.

Algo semejante ocurrió este año en varias partes del país con otras corrientes de agua, que desde luego no figuran en la lista de prioridades. Por ejemplo, en Chiapas se desbordaron el río Berriozabal, el Coatancito y el Acala, mientras en Puebla fue el Pantepec, nombres todos que los lectores seguramente desconocían y no supieron de ellos hasta que ocasionaron daños en hogares y campos de cultivo. Hasta en Guanajuato, entidad donde según Vicente Fox los recursos naturales gozaron de cabal salud durante su gobierno, el desbordamiento del río de los Castillo hizo de las suyas en colonias pobres.

Si esto ocurre con ríos poco conocidos, podemos imaginar los temores de miles de familias tabasqueñas que viven cerca de las corrientes majestuosas del Grijalva y del Usumacinta, que cuando se salen de madre no dejan nada a su paso, o del Carrizal que se desbordó con las primeras lluvias fuertes dejando más de mil 500 damnificados y daños en la obra pública de los municipios de Nacajuca y El Centro. Esas cuencas reducen cada vez más su capacidad de conducir sus acostumbrados caudales de agua debido a la tala que se registra en las laderas de Chiapas y Tabasco. En cuanto cae la lluvia lava los terrenos ya sin árboles y lleva la tierra hasta la cuenca del río.

Este fenómeno se repite con otras corrientes fluviales del país y explica las inudaciones que se registran en épocas de lluvia en Veracruz, Tamaulipas, Sinaloa, Oaxaca, Chiapas, Guerrero, y otras entidades. Pero no hay razón para la desesperanza, seguramente los estrategas del presidente electo ya tienen muy bien establecidas prioridades y acciones para hacer realidad lo que en el campo hidráulico tanto prometieron las administraciones anteriores y no cumplieron.