DOMINGO 12 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť José Agustín Ortiz Pinchetti Ť
ƑPor qué somos tan distintos?
Madrid. ƑPor qué somos tan distintos los mexicanos a los españoles? Me hago esta pregunta sentado al atardecer en un café al aire libre en la Plaza Mayor de Madrid. Veo un cuadrángulo amplio pleno de transeúntes, con grandes portales. Los edificios muy altos, rematados todos con techos y torres de pizarra negra. Hay una evocación de algo familiar pero luego se hacen obvias las diferencias con lo nuestro. El equivalente: La plaza de la Constitución en México, nuestro Zócalo, que tiene un aire mucho menos amable, en realidad es una plaza de armas rodeada de edificios almenados. La pregunta subsiste: Ƒpor qué somos tan distintos de los españoles?
Lo primero que contrasta es el modo en que tratamos a nuestros interlocutores. Los mexicanos hablamos pensando en lo que gustaría oír a los demás. Por lo general no expresamos sentimientos verdaderos y profundos. Los españoles dicen de modo directo lo que creen o lo que quieren. Esta franqueza a veces brutal me ha causado siempre envidia. El estilo oblicuo de los mexicanos nos obliga a leer entre líneas, a juzgar por indicios. Es una forma benigna de mentira. Es una simulación.
En realidad somos así por nuestra raíz oriental negada constantemente. Los japoneses y los chinos hablan de modo que sus interlocutores "no pierdan la cara". La cultura madre y maestra de México es la civilización aborigen que estaba en plenitud cuando fue atacada por la conquista española. El gusto por lo barroco, la cortesía, la ternura, el sentimentalismo, el disimulo existen por supuesto en España, pero en dosis muy pequeñas en comparación con las nuestras.
Esto se aplica a la ley y a la política. Cuando España vivió en la larga dictadura franquista, la gente no podía llamarse engañada. Las leyes le daban estructura que correspondían a la realidad. Todos sabían el tipo de régimen en el que estaban. No había hipocresía. Cuando en 1995, en Madrid, el presidente Zedillo declara que México no tiene que hacer una transición a la democracia como la española porque vive ya en un sistema representativo y democrático no está diciendo una mentira, está diciendo una verdad parcial y tramposa. En México, la Constitución "garantizaba" la democracia representativa. Nadie creía que ésta estuviera en vigor en la realidad de México pero la ley vigente lo establecía. Tras la fachada legal estaba la verdad de una presidencia monárquica, autoritaria, que concentraba los poderes del Estado pero que nunca fue ideológica ni sanguinaria, como llegó a ser la franquista. Nunca dijeron nuestros próceres que defendían los valores de la cultura cristiana occidental. Jamás hablaron de nuestra cultura como amenazada por una conjura comunista, judía y masónica.
En realidad no hubo nunca una dictadura en México y mucho menos una tiranía. Ni siquiera hubo una época de represión generalizada. Es cierto que la represión a los campesinos mexicanos ha sido constante y brutal, como testimonia año con año Amnistía Internacional, pero salvo el caso en Chiapas y la zona donde ha prendido la guerrilla, no fue una política de Estado sino una complicidad del gobierno con los intereses que todavía predominan en el campo de México. Cuando los españoles entraron en proceso de transición, se produjo un cambio en las instituciones. Recuerdo haber estado en España en mayo de 1976. Los políticos españoles discutían en las cortes las primeras reformas. La gente estaba verdaderamente conmovida y seguía con interés vehemente los debates por la televisión. Sabían que si la ley cambiaba la vida política también, como sucedió.
En México las reformas legales no coinciden necesariamente con los hechos de la política. En muchos casos han sido verdaderas imposturas, el carácter excesivamente barroco y contrahecho de nuestras leyes políticas expresan que no sólo son producto de acuerdos difíciles, sino que el derecho se convierte en un punto de encuentro para la negociación, más que una regla aplicable para todas las circunstancias.
En años recientes las cosas parecen cambiar. Las leyes electorales en el nivel federal son más claras y eficaces. La renovación de la Suprema Corte de Justicia en México es un hecho muy alentador pero tomará tiempo no sólo para que se construya un estado de derecho y una cultura jurídica popular, sino para que el pueblo respete la ley, a los jueces y a los abogados, hoy muy desprestigiados e impopulares.
Ya que hacemos comparaciones con España, hay que señalar la formidable ironía de que la deformación del derecho mexicano es en realidad herencia española. España, de ilustre y sólida tradición jurídica, legisló en nuestra nación 300 años pero lo hizo a larga distancia,a través de un consejo que funcionaba en Sevilla, separado de la realidad por miles de kilómetros. Hoy, el viaje aéreo entre Madrid y México se hace en 10 horas, pero entonces leyes y letrados tenían que atravesar el océano, en un viaje que duraba por lo menos un mes. Los peligros del mar y la piratería obligaban a acompasar los viajes de los funcionarios importantes. Cuando llegaban a México, las leyes tenían que sufrir inevitablemente una deformación que les imponían los intereses de la elite colonial y de la burocracia que medraba en México. Incluso se estableció un mecanismo legal por el cual se obedecían pero no se cumplían las leyes españolas.
El poder colonial español fue, sobre todo en los primeros cien años, celoso de emitir leyes para proteger a los indígenas. Tales fueron las famosas Nuevas Leyes del siglo XVI, que restringieron las encomiendas. Los colonos españoles y criollos que no querían trabajar por sí mismos y que veían en los indígenas el mayor botín de la conquista, se opusieron a estas leyes hasta lograr su revocación.
La misma suerte tuvo la Constitución Liberal de Cádiz de 1812. Este código moderno amenazaba los intereses de la elite comercial española de los hacendados y mineros y grandes comerciantes, y particularmente los del clero. Es sabido que fue una conspiración de estos personajes conspicuos la que logró finalmente, bajo el liderazgo de Agustín de Iturbide, la independencia de México, justamente para impedir las reformas de la nueva legalidad española. La política y la ley en México tienen estas cargas históricas. No será fácil desprendernos de ellas. La alternancia política y la gran democratización cultural que hemos estado viviendo apuntan en el camino correcto. Pero tomará mucho tiempo para que estas condiciones, necesarias pero no suficientes para la modernización del país, puedan cumplir a plenitud sus objetivos.