DOMINGO 12 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Carlos Bonfil Ť

Quinto Festival de Cine Francés

Del 7 al 12 de noviembre se realizó en Acapulco el quinto Festival de Cine Francés, organizado por Unifrance Film International. Esta vez se presentaron 12 producciones galas recientes, tres cintas mexicanas invitadas y una breve selección de cortometrajes nacionales y franceses. El signo predominante fue la moderación, y el criterio evidente de selección fue más la representatividad que una rigurosa atención a la calidad de lo propuesto. Moderación sobre todo en la atmósfera dominante. En esta ocasión no hubo escándalo político alguno, ningún penoso despliegue de incompetencia burocrática como el intento de censura a La ley de Herodes el año pasado; en lugar de ello, un perfil bajo de la representación nacional y cierta discreción por parte de las autoridades del régimen que se despide. Por parte de Unifrance, prevalece una vez más la búsqueda de un equilibrio entre cine comercial y el llamado cine de calidad.

Uno de los objetivos manifiestos de la actividad ("difundir el cine francés como una alternativa al consumo cinematográfico") se cumplió sólo a medias. Por lo menos cuatro cintas (Jet set, Taxi 2, Salsa y Juguemos en el bosque) son variantes de ese consumo y su inspiración es claramente hollywoodense. ƑParodia, plagio involuntario, homenaje? Los espectadores reconocieron las huellas de Tarantino o de Sé lo que hicieron el verano pasado en cintas muy desiguales, aunque, como es ya costumbre, muy exitosas con el público asistente.

Como un espacio entre cine comercial y propuesta autoral, las obras de cineastas de prestigio (Benoît Jacquot, Olivier Assayas) acceden al mainstream fílmico, o cine de mayorías, al incorporar tonos y fórmulas narrativas que buscan seducir y complacer al público: el melodrama histórico o la saga familiar a manera de teleserie (Sade, Los destinos sentimentales). Hay también una emotiva aunque algo previsible actualización del cine popular en La ciudad está tranquila, de Robert Guédiguian, con la denuncia sentimental del embate ultraconservador en Marsella y las traiciones de los antiguos camaradas de izquierda asustados hoy por la crisis y el desempleo. En Sade hay una trivialización del personaje libertino de la Bastilla y del tema del terror revolucionario. El cuidado a una reconstrucción histórica impecable coloca en un plano secundario a la evolución dramática del personaje central, con lo que el marqués llega a importar menos que las peripecias y anécdotas que el guionista Jacques Fieschi le fabrica y adereza a su antojo.

En Los destinos sentimentales hay un tema interesante: la suerte de la minoría protestante en Francia, "hija primogénita de la Iglesia católica", a lo largo de casi medio siglo. El retrato de una pareja -un pastor convertido en industrial y su esposa de adaptabilidad camaleónica- se vuelve un fresco social de Francia entre las dos guerras; sin embargo, el peso de la anécdota y el recurso insistente a fórmulas comerciales trivializa una vez más al hecho histórico. Otro tipo de crónica, más intimista y de análisis sicológico más sostenido, es Las chicas no saben nadar, de Anne-Sophie Birot, visión original de la amistad femenina adolescente en la provincia francesa. Toques de incorrección política en el relato de una disfunción familiar, actuaciones vigorosas en dirección del realismo de La vida soñada de los ángeles. La cinta, dispareja en su construcción narrativa, ofrece sin embargo un buen desenlace y episodios de intensidad dramática. Por su lado, Abdel Kechiche brinda en La culpa es de Voltaire un sugerente recorrido por el París de la precariedad y el desempleo, con una galería de personajes pintorescos y de prófugos de asilos siquiátricos. Un joven árabe padece las inclemencias urbanas y el racismo ordinario, aunque también descubre insospechadas redes de solidaridad afectiva.

Otra cinta interesante es Harry, un amigo bienintencionado, de Dominik Moll, buen ejercicio de suspenso que no siempre evita el sensacionalismo o las convenciones genéricas. Los platos fuertes del festival fueron, como era de esperarse, Gracias por el chocolate (Chabrol) y Bajo la arena (Ozon). En la primera cinta, Isabelle Huppert ofrece su villanía más elaborada, la de un personaje calculador y complejo que remite a sus caracterizaciones en Un asunto de mujeres y en La ceremonia, ambas de Claude Chabrol. En la cinta del muy versátil François Ozon (Comedia de familia, Mirando al mar) hay un juego fascinante entre realidad y ficción. Una mujer (Charlotte Rampling) pierde a su esposo (Bruno Cremer) en una playa, y su presencia le envenena y dulcifica a la vez todos los instantes de su vida, sus nuevos abandonos amorosos y su vida profesional. Un retrato femenino soberbio. Como siempre, la mejor sorpresa después del festival será que compradores y distribuidores nacionales hayan hecho, con buena intuición y osadía, la mejor selección para nuestra programación venidera.