JUEVES 16 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Infiltra el Ejército a organizaciones indígenas para combatir a la guerrilla
Los Loxicha, territorio de persecución
Ť Jóvenes delatores guían a las tropas en los operativos contra sospechosos de subversión social
Ť Por cumplirse, 200 órdenes de aprehensión Ť Cotidianas, las violaciones a derechos humanos
Blanche Petrich, enviada, Tierra Blanca Loxicha, Oax. Ť Las mayordomías en los pueblos zapotecos de esta sierra tienen como función organizar las fiestas patronales. Siempre son hombres los que reciben este encargo de la asamblea comunitaria. Pero como en estos tiempos los hombres de la región Loxicha son perseguidos -o están presos-, el cargo recae en Donaciana Antonia Almaraz. Y como ésta es ahora "una tierra de tristeza, donde estamos viendo cosas que nunca antes habíamos visto", Donaciana organizó no sólo una fiesta, sino un foro de denuncia.
Lo llamaron "de autonomía, trabajo y esperanza". Cuatro mujeres llevan la batuta: además de Donaciana, originaria de La Conchuda, con dos hermanos presos -uno fue liberado justo mientras transcurría el evento-, están Estela Ramírez, joven que enviudó recién casada; Genoveva García, con su padre y dos hermanos presos y apenas 20 años de edad, y Nestora Ramírez, también con su padre, maestro bilingüe, en prisión. Participa también Juan Valencia. Estudiaba la prepa. La captura de su padre lo sacó de la escuela y lo metió al activismo social.
Soporte de la Unión de Pueblos de la Región Loxicha desde México, la actriz y activista Ofelia Medina -que carga adonde quiera que va con cajas de amaranto y dulces para los niños- decora con velas y hojas de plátano la mesa que sirve de presídium. Invoca la fuerza de los niños para que el encuentro dé buenos y esperanzadores frutos. Pero en la plaza-cancha, a pesar del sol de mediodía, flota un estado de ánimo pesado. Es el miedo.
Son cerca de 600 indígenas los que han caminado desde los distintos puntos de la sierra. Es el primer espacio de expresión que se les abre después de cuatro años de vivir la guerra contrainsurgente. Pero a la hora de enfrentar el rústico presídium permanecen apretados al fondo de la cancha. Los niños se esconden detrás de las faldas de sus madres. Los hombres echan mano de paliacates, pañuelos y trozos de nailon para taparse la cara. Contra ellos pesan más de 200 órdenes de aprehensión. Otros ochenta ya han sido detenidos. Diez están en Almoloya, hay otros en Santa María Ixcotel, en Etla, y uno más en Tula, Hidalgo. Veinte han recibido sentencias de hasta 30 y 40 años por todo tipo de delitos, terrorismo incluido.
Se habla de centenares de asesinatos pero no se levantan actas ni denuncias. Los organismos de derechos humanos nacionales e internacionales han llenado grandes fajos de papel documentando los casos de tortura en los Loxicha.
Con un gran esfuerzo, afianzando sus pañuelos sobre la cara, pasan al micrófono los delegados de Magdalena Loxicha, La Sirena, Piedra Virgen, Granada, Río Santa Cruz, Santa Cruz las Flores, Llano Maguey, Llano Paraje, La Conchuda y Loma Bonita. Cuentan que en sus pueblos sus familias apenas subsisten con lo que da la milpa y no salen hacia poblados más grandes a vender productos o buscar trabajo por temor a ser detenidos. Hay más hambre que nunca. Y miedo. Describen a los "entregadores", jóvenes de las mismas comunidades que sirven, por dinero, como guías, espías y denunciantes de los cuerpos de seguridad, que acompañan las redadas con las cabezas tapadas con capuchas blancas.
Hablan de las noches de operativo, de cómo llegan a patear las puertas de lámina, a tirar las casas de tejemanil para sacar a hombres y mujeres de su sueño, buscando siempre "guerrilleros" y armas que no existen, de cómo hay jefes de familia viviendo desde hace meses en el monte, fugitivos de la justicia.
Un anciano de Santa Cruz las Flores, que no se halla con el paliacate que debe cubrirle el rostro, se dirige a los diputados panistas.: "un poquito de favor, si no es mucha molestia, que vengan a visitarnos cada dos meses para ver si todavía estamos aquí. Porque podemos desaparecer". Poco a poco la asamblea toma forma, los xiches entran en confianza y van acomodándose en las bancas en torno al presídium.
Una pequeña sorpresa
Es entonces cuando ocurre el incidente de los infiltrados. Dos desconocidos que no se apuntaron en las mesas de registro se han acercado por la parte trasera de la asamblea y con una pequeña cámara instamática toman fotos. A empellones son conducidos al frente de la asamblea dos jóvenes. Los interrogan. En zapoteco dicen -y se les asoma una sonrisa cínica- que les dijeron que iba a haber baile. Y explican que toman fotos "porque es normal, Ƒno? Todo mundo lo está haciendo".
-šEse hombre es un militar! Yo lo he visto en San Agustín -grita una mujer.
Otra:
-šEmbroquétenlos como nos hacen ellos cuando vienen a detenernos!
Algunos se enardecen. Otros controlan la ira, que nunca llega a desbordarse. Los obligan a entregar la cámara, a quitarse camisetas y calzado. Según la ley tradicional de la comunidad, los detenidos podrían ser encerrados. Pero interviene Alicia Meza, de la Red Oaxaqueña de Derechos Humanos. Hace ver que la legislación sobre usos y costumbres del estado aún tiene "huecos" que podrían hacer contraproducente su aplicación en ese momento. Opina que se podría caer en la provocación. "Puede ser una trampa y nosotros seríamos acusados de secuestro".
El diputado panista Pablo Arnaud, que forma parte de la caravana, aboga por llamar al Ministerio Público. Así, cuando los detenidos rinden su declaración, confiesan ser miembros del Ejército y estar ahí cumpliendo órdenes de sus superiores de espiar el foro. Cuando se procede al examen médico, el agente del MP descubre que José Victoriano lleva un celular oculto dentro del calzoncillo. Varios números telefónicos son recuperados de la memoria del aparatito.
Alicia Meza opina que el incidente puede constituir un antecedente importante: "ahora tenemos pruebas concretas de cómo el Ejército infiltra y espía a las organizaciones populares".
Impresionados, los legisladores -seis son del PAN, el PRD está ausente- se comprometen a denunciar el caso en el Congreso y darle seguimiento a la demanda judicial porque constituye, dice Arnaud, "una falta de respeto a la comunidad y una violación a su derecho a la libre expresión".
Terminada la diligencia ministerial, los jóvenes soldados son conducidos en el vehículo del Ministerio Público. La gente mira hasta que los infiltrados se pierden en el camino.
Los panistas, recién estrenados con 12 legisladores como miembros de la Comisión de Asuntos Indígenas de la Cámara de Diputados, decidieron "entrarle" al espinoso conflicto de Loxicha. Seis de ellos se trasladan hasta esa remota comunidad para, como dice Saúl Yoselevitz, "asomarnos y ver la realidad tal cual". Dos diputadas, una potosina y otra mexiquense, reparten tarjetas de visita y sonrisas, admiten "no conocer muy bien la situación de nuestros indios", miran incómodas las condiciones de alojamiento que les esperan si se quedaran a pernoctar y un par de horas después se retiran, discretas, amables y ajenas.
Arnaud, por el contrario, se muestra decidido. "Yo no sé si mi partido está decidido a retirar su propuesta para darle paso a la de la Cocopa. No sé si mis colegas estén dispuestos a llamar a comparecer al secretario de la Defensa para que explique qué es lo que están haciendo aquí. No sé qué va a hacer Vicente Fox al respecto. Yo estoy decidido a trabajar para que las condiciones de los pueblos indios cambien".
Es en Yoselevitz en quien recae el discurso del pragmatismo empresarial foxista. "Ya nos dimos cuenta de la presión que ejerce aquí el Ejército. Pero no esperen de nosotros soluciones de la noche a la mañana, hay que tener calma con el nuevo gobierno, no tenemos una varita mágica". En cuanto a los programas sociales señala que "tenemos que estar conscientes que no hay dinero, que el presupuesto es muy limitado". Sobre el compromiso que recién acababa de firmar, respecto a retirar la iniciativa del PAN sobre derecho indígena, dice que "estaba pero ya no está".
-Pero diputado, existe una iniciativa de su partido sobre la materia.
-ƑAh, sí? Le voy a echar una leída.
Finalmente, a la clausura del foro, llega el diputado perredista Héctor Sánchez, impecable la camisa de lino, los zapatos boleados en aquellos terregales. Habla de la Comisión de Asuntos Indígenas que Fox creará en la superestructura de Los Pinos. "No queremos que sea un INI grandote". Propone que desde el Estado se canalicen recursos para que las organizaciones indígenas puedan generar sus espacios de encuentro y expresión. "En su documento -él mismo acababa de estampar su firma- les faltó lo más importante. Las comunidades están organizadas, pero los pueblos no lo están. Mientras no haya una organización de los pueblos indios vamos a seguir en lo mismo".
Sus palabras caen como balde de agua fría. En dos minutos ha desconocido el trabajo de dos días. En medio del vacío, el legislador perredista sube a su jeep y se retira.
La visión de la Iglesia, Ƒun aval para los abusos?
Blanche Petrich Ť ƑLos Loxicha? La sola mención del nombre de esta región serrana hace que el obispo de Oaxaca, Héctor González, se remueva disgustado en su asiento, durante un vuelo comercial rumbo a la ciudad de México. "Lo dice la autoridad y lo digo yo: esas personas son delincuentes." Se refiere a los más de 80 presos, presuntos militantes del Ejército Popular Revolucionario, y a decenas de otros más que tienen órdenes de aprehensión por la misma causa.
El prelado reprocha: "ustedes no están viendo la realidad tal como es. En esa zona opera un grupo armado desde hace más de 15 años. Lo sé de buena fuente. Y lo supe mucho antes de que el gobierno se enterara. A mí la gente me cuenta muchas cosas". Define a "ese grupo armado" como "marxistas de una rama extremista muy radical" que se mueve en las comunidades Loxicha, "que mata, roba, extorsiona, expulsa y se apropia de lo ajeno", que porta buenas armas, viste uniforme y tiene entrenamiento militar "que les dieron en Centroamérica".
Relata que en la primera mitad de los ochenta, cuando aún gobernaba el municipio la organización comunitaria local, antes de la aparición del EPR, en 1996, "esa gente me invitó a bendecir el ayuntamiento que construyeron. Fui y ahí estaban todas las autoridades locales. Yo sé quiénes son delincuentes y quiénes no. Se pararon a comulgar y yo, Ƒpues qué iba a hacer?... Darles la comunión, ni modo. Pero me supe engañado por esos hombres -reitera-. Son unos delincuentes."
-Si fueran alzados en armas, monseñor, Ƒeso los convierte en delincuentes?
-Esos sí lo son. Esas mujeres -se refiere, imaginamos, a las dirigentes de la Unión de Familiares de Presos políticos de la Región Loxicha- me han venido a ver pidiéndome que las apoye. Yo les dije: "si me demuestran fehacientemente que varios de ellos son inocentes, yo las apoyo". El problema es que ellas dicen que todos son inocentes. No, así yo no puedo hacer nada. De los que están en la cárcel, muchos se lo merecen y qué bueno que estén ahí.
-ƑMerecen estar en Almoloya?
-šClaro que sí!
-Ellos denuncian que muchos tienen orden de aprehensión, que sus pueblos están cercados por el Ejército y que la gente no puede salir...
-Sí pueden.
-Son cerca de 250 órdenes de aprehensión...
-Se lo merecen.
-ƑPero están comprobados sus delitos? Es decir, jurídicamente comprobados.
-Ahí está lo malo, que muchos de los expedientes no están completos.
-No sólo eso, monseñor, denuncian graves irregularidades en los procesos judiciales, fabricación de delitos.
-Sí, hay fabricación de delitos.
-Tortura...
-Sí la hay, me consta; los he ido a ver a la cárcel y les he dicho: "a ver, levántate la camiseta, enséñame". Y sí, he visto huellas de tortura.
-ƑEntonces?
-Es gente que cometió muchas barbaridades. Yo tenía información de que debían como 50 muertes, pero ahora me dice la gente de allá que son más de cien.
Memoria de la ira y el miedo
Para hacer sus denuncias los hombres forman una fila y hablan en susurros, como en un confesionario. Hay quienes además se tapan la boca para atenuar aún más el sonido de sus palabras. A un hombre viejo se le humedece la cara macilenta mientras hace su relato. Es el sudor del miedo.
Agustín Matías García: A mi hijo lo mataron los entregadores. Fue el 4 de enero de 1997. Erasmo Matías tenía 16 años y era representante comunitario. Muchos tienen cargo porque faltan hombres. Ese día fuimos a la plaza en San Agustín. Yo regresé al pueblo, Llano Paraje, pero él se quiso quedar. Luego me dijeron: "a tu hijo ya lo mataron". Yo no pregunté por qué, tengo miedo. Mi otro hijo, Fidel, se lo llevaron a la cárcel de Etla al año siguiente. No sé qué problema tiene. No pregunté, por miedo a que me agarren a mí también.
Genoveva Ramírez: Tenía 16 años cuando los soldados llegaron de noche por mi papá y mis hermanos. Decían que ellos eran los guerrilleros que habían estado en el ataque a La Crucita, Huatulco. Ninguno decíamos nada porque no hablamos español, yo aprendí después. En la cárcel mi papá orinaba sangre por la tortura. ƑQué iba a hacer? No sabía. Pero fui al plantón que estaba afuera de la prisión. Ahí conocí a las demás. "Yo también voy a estar en plantón", me dije. Aprendí español, aprendí a leer, a poner denuncias. Mi papá salió libre, a Alfredo y César les echaron 30 años de sentencia.
Pedro: Un día de mayo de 1997 entraron los soldados con los entregadores encapuchados. Buscaban al representante comunitario. Era yo. Me escondí en el monte y desde entonces vivo así, durmiendo entre aguas. Diario bajan los soldados a mi casa, preguntan a mis padres y mis hermanos dónde estoy. No me dejan trabajar ni estudiar. Yo soy inocente.
Estela Ramírez: Fue el 24 de abril de 1996 cuando mataron a mi esposo Celerino. Estábamos recién casados. Eran más de 80 judiciales, como a medianoche. Entraron a voltear, a romper la casa, a destrozar todo. Celerino estaba en un charco de sangre, yo me abrazo de su cintura y me empujan y se paran encima de mí. El brinca por una ventana y corre por el camino. Luego ya se escuchaban los disparos. Cuatro días tardé en encontrarlo, muerto, en Pochutla. Lo tenían en alto en unos palos como si hubiera sido un animal, pues; su cuerpo desnudo, acabado con piquetes de cuchillo. Me dijeron "paga y llévatelo". No tenía dinero ni para la caja. En el parque pedí ayuda. Después busqué un taxi a ver si le quedaba al muerto, no le quedaba. Sólo lo pude llevar hasta Xalatenango. Ahí quedó. El no quiso dar un permiso para talar árboles. Por eso le agarraron odio y dijeron que era del EPR. Pero no.
Ricardo Díaz Almaraz: En 15 días de 1997 hubo seis muertos en Río Granada. Octaviano Matías fue emboscado en Río Sapo. A Hermenegildo Montaraz lo asesinaron de noche, en su casa, y también a su esposa, Elia Pacheco. Dejaron tres huérfanos. Los ejércitos también se llevaron mil 500 pesos de fondos de la escuela.