JUEVES 16 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Alain Touraine Ť

Llamado al movimiento zapatista

Es muy probable que, a partir del primero de diciembre, el nuevo presidente Vicente Fox tome importantes decisiones con respecto a Chiapas, como la retirada del Ejército o la ratificación de los acuerdos de San Andrés. El nuevo gobernador del estado, Pablo Salazar Mendiguchía, obrará posiblemente por su parte en pos del retorno a la paz. Nada de esto es seguro, pero hay que reconocer que el principal elemento de incertidumbre es hoy el silencio de los zapatistas.

Por definición, es imposible interpretarlo con certeza, aunque sí podemos desde ahora interrogarnos sobre lo que sucedería después del primero de diciembre. El EZLN puede encontrarse en una confusa situación: no puede responder a la paz con la guerra; de nada le serviría prolongar indefinidamente las negociaciones, pues daría la impresión de que teme a un acuerdo. Si ninguna iniciativa importante es tomada en el futuro cercano, el movimiento zapatista corre el riesgo de disolverse en la política local, o el de descomponerse.

Durante años, Marcos estuvo convencido de que el movimiento zapatista debía incorporarse a la vida política, aunque al mismo tiempo temía ser devorado por los aparatos partidarios. La idea de una alianza con el PRD es menos convicente hoy que nunca, ya que ese partido, igual que el PRI e incluso el PAN, están amenazados por eventuales escisiones o, al menos, graves crisis internas. En cuanto a crear un nuevo partido político, sería un proyecto sin contenido por la actual influencia de los tres grandes grupos existentes.

Este examen negativo lleva a presentar otra visión del futuro posible, en conformidad con lo que significó el zapatismo para Chiapas, México y el extranjero. Aportó un proyecto tan innovador como importante: hacer de la defensa de las identidades culturales un medio de extender la democracia política y económica a todo el país. Lo contrario, pues, a las guerrillas de épocas pasadas, que movilizaban una fuerza revolucionaria formada principalmente por jóvenes educados y de extracción urbana, contra el Estado nacional.

El movimiento indígena de Ecuador, el más consciente de sí, reflexionó en este mismo sentido, al igual que hace algunos años lo hiciera el neokatarismo en Bolivia.

Hoy, los zapatistas pueden crear un movimiento nacional, llamando a México a reflexionar sobre su identidad y, en particular, sobre el lugar que deben ocupar en la vida nacional no sólo las minorías étnicas, sino también todos los discriminados y empujados a la exclusión. No es el programa de un movimiento político, sino el de un movimiento social.

Este podría, partiendo de Chiapas, estimular iniciativas en muchos otros estados, aun cuando movimientos como el de Guerrero están próximos todavía al modelo tradicional de guerrilla. No faltarían las asociaciones, intelectuales y periodistas que apoyaran tal movimiento social en nombre, a la vez, de los derechos culturales de los indígenas y las necesidades de la democracia mexicana por construir.

En efecto, no se trata sólo del futuro de las ideas zapatistas, sino también del destino de la democracia en México, que todavía no está asegurada. Para los partidos definidos en relación con el Estado --y no sólamente el PRI, incorporado al mismo-- es difícil la conversión en actores independientes de un sistema político, él mismo libre frente al Estado.

Este gran programa de liberación de las fuerzas políticas de la tutela del Estado sólo puede ser llevado a cabo si la voluntad de independencia de los partidos políticos es estimulada y reforzada por movimientos populares. Y entre éstos, el movimiento zapatista es el más importante, ya que puede elaborar una redefinición del "espacio público", de los derechos culturales indígenas y de la propia identidad mexicana, lo que también puede traducirse en iniciativas en otros ámbitos, como el de la descentralización o el del respeto de los derechos del hombre.

Estas sugerencias se basan en una idea simple: la misión histórica del movimiento zapatista no terminó; por el contrario, puede tener en el futuro importancia aun mayor a la que adquirió a partir de 1994.

La sociedad mexicana es la más violenta, la más inventiva del continente. Es capaz de emprender grandes cambios, yendo más allá de la destrucción del par- tido-Estado. El movimiento zapatista, que recibió considerable apoyo tanto en la capital como en el extranjero, particularmente en países como Francia, Italia y España, no debe desgastarse en combates y rivalidades subalternas. Puede, en cambio, impulsar propuestas amplias y movilizadoras para reforzar la naciente democracia, dándole un contenido social con el que no ha contado hasta ahora.

El subcomandante Marcos y aquéllos que comparten sus convicciones y proyectos gozan de una influencia y autoridad política y moral que les permiten hacer grandes propuestas. Es ya admirable que los zapatistas hayan salido del impasse de las guerrillas y reconciliado la defensa comunitaria con la democracia nacional. Pero ahora pueden, y deben, ir más lejos y lanzar una campaña para la creación de una democracia social, capaz de luchar contra las discriminaciones. A título personal puedo agregar que, habiendo sido parte de aquéllos que desde un principio sostuvieron la causa de los zapatistas, estoy convencido de que éstos pueden servir a la democracia y a la causa indígena mucho más que en el pasado con la formación de un movimiento abierto a otras preocupaciones, apuntalado especialmente por la acción de mujeres y grupos barriales, y que será capaz de "inventar" la democracia en México.

Hago votos por que desde diversos puntos de la sociedad mexicana, y también de países extranjeros, se escuchen llamados a los zapatistas similares al que aquí publico. Todos necesitamos, en tanto demócratas, un movimiento zapatista más amplio y fortalecido.

Traducción: Alejandra Dupuy