DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť José Agustín Ortiz Pinchetti Ť

Globalización. Vista desde las dos orillas

Madrid. Los viajes ilustran, a veces nos permiten entender lo que le pasa a nuestro país comparándolo con otro que visitamos. En ocasiones los contrastes son desagradables pero aleccionadores. Bajo el liderazgo de Mauricio de Maria y Campos, Julio Faesler, Gerardo Gil y yo acudimos a la capital de España al seminario del Club de Roma, bajo la dirección del doctor Moneo, sobre el tema de la globalidad. Un intento de interpretación no sólo del presente sino de sus evoluciones previsibles.

El programa se cumplió en la sala Octavio Paz del Palacio de Linares, hoy Casa de las Américas. El fenómeno central era el mismo pero las visiones eran distintas, optimista y sofisticada en los españoles, escéptica en nosotros. La opinión de los cuatro ponentes mexicanos fue crítica. Teniendo posturas ideológicas distintas coincidimos no sólo en los diagnósticos sino en los remedios.

Por lo que toca a mí pude ver a mi propio país con una economía emergente que no se puede incorporar a los cambios mundiales en un proceso claro ni exitoso. Por el contrario, a nuestra nación se le ha ido imponiendo la globalización, y con mayores costos que beneficios. Es cierto que técnicamente se han abierto multitud de oportunidades que no existían, pero ni el gobierno ni la sociedad ni los empresarios parecen preparados para aprovecharlas. Por el contrario, el gran proceso de desarrollo agrícola e industrial del que nos enorgullecimos hasta finales de los años 70 se ha interrumpido. El ensayo neoliberal ha fracasado hasta hoy por razones obvias, previsibles desde el primer momento. No ha podido mantener el crecimiento porque la estructura económica, que ha resultado débil para enfrentar la competencia externa, no ha sido capaz de restructurar las finanzas del Estado a través de una verdadera reforma fiscal ni de enfrentar las urgentes demandas sociales planteadas por un crecimiento demográfico de 200 por ciento en 40 años.

A diferencia de España y de los demás países europeos, México no pudo hacer reformas oportunas. Mientras que los países de Europa establecieron fondos compensatorios para que las naciones atrasadas pudieran alcanzar a las otras en el buen nivel de prosperidad general, Estados Unidos se negó a establecer esos fondos a favor de México al firmar el TLC. Por supuesto que este tratado tiene muchos puntos benéficos para los exportadores mexicanos, pero en gran medida han sido aprovechados por los maquiladores extranjeros. El principal insumo que aporta México es la mano de obra 12 veces más barata que los salarios que se pagan a los trabajadores en Europa, en Estados Unidos y en Japón. Las empresas extranjeras dedicadas a la maquila gozan de tasas impositivas bajísimas y no tienen que respetar leyes restrictivas en materia de preservación del ambiente. El desarrollo de las maquiladoras (orgullo del actual régimen) ha sido en parte una medida de urgencia para intentar rescatar la economía mexicana que se hundía.

Resulta obvio que por ahora no podemos cambiar el interlocutor principal. Si somos realistas nos damos cuenta de que tenemos que concentrar nuestra energía y nuestra imaginación en la difícil asociación con Estados Unidos y Canadá: esto no se deriva de un cálculo voluntarista, es una realidad geopolítica y económica que ninguna habilidad podrá alterar. México no podrá recibir ayudas decisivas por parte de la Comunidad Europea. Los países europeos forman un bloque que colabora, compite y compensa la unidad regional que forman Estados Unidos y Canadá. El liderazgo de Estados Unidos es abrumador en el mundo e incontrastable en nuestra región.

Por supuesto que México puede volver sus ojos hacia Europa, hacia España, hacia Hispanoamérica y mejorar sus relaciones económicas y culturales con estos países. Pero no puede esperar por ahora un cambio en el eje fundamental de su política externa. Nuestra política exterior carece de una definición de intereses y ha perdido el rumbo al apartarse de los principios fundamentales: aumentar nuestra autodeterminación, mejorar los niveles de bienestar en el sentido más amplio posible y finalmente preservar nuestra identidad cultural.

Las últimas administraciones han hecho un gran esfuerzo por abrir la economía de México. Pero no han establecido con claridad cuáles son los intereses por los que trabajan. La confusión aparente se debe a que los intereses a que se obedece son los de una oligarquía, y por supuesto a la estrategia básica de mantener en el poder al mismo grupo político y económico.

ƑQué podemos tomar de los españoles? Al menos el ejemplo. Esa nación que parece entrar de lleno en la prosperidad igualitaria, evidente en las calles y plazas de Madrid, hizo a tiempo una reforma política y construyó una economía social de mercado bajo el modelo renano. Los dirigentes mexicanos, al asumir como si se tratara de un dogma religioso el neoliberalismo conservador, no hicieron sino acelerar las contradicciones de clases y castas en que vive el país desde los tiempos coloniales. México no podrá entrar en el camino de la modernidad sin hacer una gran reforma social como la que se empezó a hacer en España en la etapa tardía del franquismo. Esta reforma es inevitable. Así como hemos llegado a la democracia por el lento camino de la modernización cultural, vamos a llegar a la justicia social por el difícil camino de la democracia representativa y de la modernización cultural. Puede haber retrocesos, regresiones, estallidos sociales, pero lenta, inevitablemente, el pueblo de México tendrá que entrar a la civilización contemporánea. Esto significa un grado decisivo de igualdad social, combinado con la auténtica libertad de mercado.

Se presentó en Madrid, coincidiendo con nuestra estancia, la exposición Exodos, del gran fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. Con un lenguaje visual muy poderoso, en centenares de fotos extraordinarias se narra el desplazamiento de miles de seres que se ven obligados a abandonar sus hogares y a transmigrar en las condiciones más difíciles. En la exposición destaca el caso de México. Los mexicanos buscan una vida mejor en Estados Unidos. Al contrario de los ex yugoslavos que huyen de su país por miedo a que los asesinen sus enemigos raciales, los mexicanos dejan su patria para buscar alimento, libertades, trabajo, vivienda. El trasfondo es el mismo, la violación sistemática del derecho humano de llevar una vida digna en su propia tierra. Estas migraciones masivas son el resultado de una globalización que excluye de sus beneficios a la inmensa mayoría de los habitantes del mundo.

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