DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Rolando Cordera Campos Ť

Greenspan y los miedos globales

En ocasión de los 75 años del Banco de México, Alan Greenspan, la institución global más personal de la época, llamó a sus congéneres de las bancas centrales del mundo a no cejar en su defensa de la globalización. "Los bancos centrales -dijo el zar de todos los bancos- deben difundir los beneficios del libre comercio, en especial entre la población de menos ingresos, ya que el libre mercado ha probado ser la mejor de todas las formas de organización económica" (El Economista, 15 de octubre de 2000, página 1).

Aunque la globalización tiene sus críticos, "yo digo con convicción que la creciente interacción entre economías nacionales ha generado beneficios que exceden significativamente los costos a través de los años... pero -añadió- cualquier descenso notable en el desempeño económico... corre el riesgo de reavivar la desconfianza en los sistemas orientados al mercado, aun entre los implementadores de políticas tradicionales... El riesgo de la restricción al comercio no está muerto. Está latente en muchos aspectos" (ibid, página 12).

Este discurso, de reminiscencias churchillianas, debe haber dejado satisfechos a la vez que desconcertados a muchos de sus oyentes. Lo global va, habrán pensado a coro, pero, a la vez, Ƒqué se trae el viejo?, habrá dicho más de uno. ƑQué no quedaron liquidados los globalifóbicos allá en Davos, cuando nuestro presidente los puso quietos?, habrá expresado algún banquero patriota.

Lo cierto es que para las cumbres reales del mundo real, para el legendario jefe de la Reserva Federal o el presidente del Banco Mundial o el propio Clinton, lo que los desarrapados de Seattle, Washington, y de Praga hicieron no fue una algarada sin importancia, sino una suerte de "street theatre" global que anuncia tormentas no tanto para la globalización, que es cosa de la historia y sus saltos, sino para el proyecto que para gobernarla y usufructuarla ha diseñado Estados Unidos, y que de nuevo, como con el presidente Wilson en las primeras décadas del siglo, se resume en un "capitalismo democrático" (como el de ellos) y en un mercado no sólo abierto sino plena y absolutamente libre, como presumen que es el de ellos, y los tontos útiles de por acá quisieran traer cuanto antes a tierra de indios.

Quizás un atributo del ser desarrollado sea el de ser sensibles, receptivos podría decirse, ante fenómenos que no por inesperados, molestos o indeseables dejan de ser reales y expresivos de tendencias profundas de la sociedad y de la economía política. Por contra, un vicio del subdesarrollo podría ser el de desechar, impacientes, todo aquello que no casa con lo que uno quiere o ha planeado con esmero e ilusión. Y este parece ser, una vez más, el caso de las diferentes actitudes ante los voluptuosos desplantes de la veleidosa globalización, que no acaba de ofrecer un horizonte cierto de estabilidad ordenada para la economía y la política mundiales.

"No hay que temer a la globalización", podría haber dicho Greenspan, pero prefirió llamar a la defensa de sus virtudes, que según él son las del libre mercado. Podría haber recordado al viejo tomador de whisky y fumador de puros que encabezó la defensa de Inglaterra, y decir que este es el menos malo de los sistemas, pero optó por llamar a las armas a sus huestes. Por algo será, dirá el desconfiado, que escogió a México, hoy el ejemplo de todos los males, para decirlo de esa manera.

Hace unos cuantos años, este "no hay que temerle a la globalización" fue propuesto por Oskar Lafontaine y Christa Muller, desde una perspectiva muy distinta que la que cultiva Greenspan (No hay que tener miedo a la globalización, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998). Para estos dos distinguidos socialdemócratas alemanes, hoy en las orillas del poder y la política germanos, de lo que se trata es de no caer en los chantajes de quienes traducen las restricciones que emanan del mundo en imposibilidades absolutas para las políticas nacionales y, en consecuencia, de plantearse con decisión, y sin renunciar al mundo y sus cambios y maravillas, "bienestar y trabajo para todos".

No es el caso de rehuir los retos del mundo salvaje en el que hemos entrado, pero sí lo es el de preguntarnos qué hay que hacer para aprovechar nacionalmente sus mudanzas y promesas. Con qué políticas y decisiones empujar a México a una situación que deje atrás el miedo, más que al mundo a sí mismo. Con esto, no dejaríamos de ser globales, pero a lo mejor dejaríamos un poco al lado la tontería racional que se esconde detrás de las dictaduras globales.