Lunes en la Ciencia, 19 de noviembre del 2000
Debate entre científicos e intelectuales literarios
La tradición de las dos culturas
Rodolfo Mata
Con frecuencia se ha querido minimizar el llamado "problema de las dos culturas", aduciendo que se trata de una pseudodificultad. El hecho de que no exista una división tajante entre científicos e intelectuales literarios -los dos grupos que C. P. Snow presenta en su clásico ensayo- no implica que las actitudes delineadas no se manifiesten e influyan en la imagen social que proyectan ambos grupos. A pesar del aumento de enfoques inter o multidisciplinarios -de los que, decía Snow, surgiría una "tercera cultura"-, la brecha pervive en formas variadas.
En realidad, el debate de las dos culturas es una versión del problema más amplio de la modernidad. Se trata de una prolongación del conflicto original entre la modernidad estética y la modernización tecnocientífica que se ha extendido hasta nuestros días, y se ha venido manifestando en acontecimientos claves de la historia de la cultura occidental. El desarrollo de la ciencia desde el Renacimiento y su aplicación técnica hicieron posible la Revolución Industrial, con sus consecuentes reacciones de oposición (p. e. la protesta ludita) y de adhesión entusiasta (p. e. las corrientes en torno a la idea general de progreso orientado por la razón). Su apoyo filosófico principal se consolidó con el positivismo, según Abbagnano, un "romanticismo de la ciencia". Su entronización como motor del progreso de la humanidad, guía racional para la acción del hombre sobre la naturaleza, pronto desembocó en el llamado cientificismo: la idea de una ciencia pura, neutral, desvinculada de cualquier religión o ideología, que se enarbola como único modo válido del saber y se levanta junto al Estado moderno legitimando la búsqueda del bienestar social. Así, el prestigio de la ciencia propició que en campos como el arte se imitaran sus enfoques y métodos.
Los saldos de la confrontación
La tradición anticientífica y antitecnológica no sólo se ha manifestado en aspectos laborales, como la rebelión ludita, sino también en muchos otros ámbitos de la vida social. Entre ellos destacan los reclamos de responsabilidad que se hicieron a la ciencia y a la tecnología por los desastres de las guerras mundiales, y las protestas que se continúan levantando contra la industria bélica, la químico-farmacéutica y la automotriz, que contribuyen a la "decadencia" del mundo occidental, con problemas ecológicos, de salud, accidentes, y hasta pérdida de las "buenas costumbres".
Por otra parte, los conflictos de la ciencia con el universo de la experiencia subjetiva también se hicieron patentes. Si la ciencia, convertida en su propio mito, tendía a ocupar el vacío que había dejado la autoridad divina, su postura materialista y determinista encontraba enormes resistencias, al abordar problemas como la existencia del alma o del libre albedrío. Explicar satisfactoriamente estas cuestiones religiosas condujo a ambas partes a elaborar conciliaciones. De esta manera, si el espiritismo kardecista puede entenderse como un darwinismo de las almas, el monismo haeckeliano puede enfocarse como un panteísmo materialista. No obstante, la adaptación de la dimensión ética a estos esquemas fue siempre problemática y las acusaciones de reduccionismo y deshumanización persistieron. En el terreno de la filosofía, las corrientes irracionalistas o intuicionistas, como el vitalismo de Bergson florecieron.
Las respuestas en el campo del arte y, en especial, de la literatura, se pueden agrupar como actitudes eufóricas y actitudes disfóricas. Entre estas últimas, destaca el lamento de Shelley (1821) por la abdicación de los poetas de su corona cívica en favor de los razonadores y los artesanos (pues el ejercicio de la razón es más útil a pesar de que la imaginación sea más deleitable), y la denuncia de Gutiérrez Nájera (1876) de la corrupción y prostitución del arte por el materialismo que destruye la belleza y la aspiración al ideal. En esta línea también resulta común la "leyenda negra" de la ciencia, cuyo modelo es Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, donde se manifiestan los temores ante una ciencia irresponsable. En colaboración con esta postura se encuentra la "crítica apocalíptica" (U. Eco), que defiende, en forma aristocrática y elitista, la espiritualidad, el humanismo y las arcadias utópicas, en supuesto peligro de extinción a causa de los avances tecnocientíficos corruptores, masificadores e instrumentalizadores. En nuestros días, tenemos las reacciones contra la cultura de internet: las críticas al libro electrónico, a la lectura en la red y a la fotografía digital.
Las actitudes eufóricas tienen en común los panegíricos a los avances tecnocientíficos en aras del progreso, y la incorporación de terminología proveniente de ellos. La transformación de las preceptivas académicas del Renacimiento en propuestas poéticas moldeadas dentro del método científico experimental también forman parte de este entusiamo. Así tenemos textos como A Philosophy of composition y The poetic principle (Poe), Le roman experimental (Zola), el soneto Correspondances (Baudelaire), y el Préface a un coup de dés (Mallarmé). La continuación de estas manifestaciones se ubica en las vanguardias. Su afán teorizador de un "nuevo arte", unido a la avalancha de artefactos tecnológicos en la vida cotidiana de entonces, permitió la incorporación no sólo de métodos sino de imágenes, vocabulario y metáforas del campo de la ciencia. Si bien la idea de vanguardia entró en crisis -especialmente después de su segunda oleada durante los años 50 y 60- la práctica de la "experimentación artística" continúa viva y se alimenta de las posibilidades ofrecidas por las nuevas metáforas científicas ("incertidumbre", "quanta", "caos", "clonación", etc.) y del surgimiento de nuevos medios (CD-ROM, internet, realidad virtual, etc.).
Las zonas artísticas
Por otra parte, este flujo del universo de la ciencia y la técnica hacia las humanidades y las artes tiene una contraparte: gradualmente se han reconocido "zonas artísticas" en el pensamiento científico. Durante el nacimiento de algunas teorías científicas se ha recurrido no sólo a campos contiguos a ellas sino incluso a otros muy "distantes", como el arte. Las ideas, antes de ser formalizadas, viven en la mente individual y social, superposiciones, contrastes y alternancias, como simples aglomerados todavía informes, "híbridos en tránsito". Esto explica, en cierta manera, el "éxito literario" de grandes científicos y divulgadores de la ciencia como Stephen Jay Gould, y alimenta el ciclo de permeabilidad entre la ciencia y el arte en ambos sentidos. Después de todo, los procesos creativos, tanto en la ciencia como en el arte, atraviesan el campo de la metáfora. Ya en 1921 Borges afirmaba: "no existe una esencial desemejanza entre la metáfora y lo que los profesionales de la ciencia nombran la explicación de un fenómeno. Ambas son una vinculación tramada entre dos cosas distintas, a una de las cuales se la trasiega en la otra. Ambas son igualmente verdaderas o falsas".
El autor es investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM