El ambiente literario de la isla de Cuba ofrece más de una sorpresa al viajero desprevenido que llega pensando en José Lezama Lima, las estructuras verbales como selvas, la vida cotidiana en el trópico o en la Revolución, la música como referente y pretexto constante.
Una de las primeras sorpresas, en nuestro reciente viaje a la VI Semana Fantástica de la Habana, fue la mera estampa de Yoss (José Miguel Sánchez), uno de los más talentosos de la más reciente promoción de escritores cubanos. La singularidad de su indumentaria y su actitud (mezcla de metalero y soldado, de Lord Byron y Conan el Bárbaro, en el país cuyos emblemas son el Che Guevara y Compay Segundo) lo revelaba como un provocador; su obra, escrita bajo la influencia de Lewis Carroll y de William Burroughs (y de Edgar Rice Burroughs), resultó ser aún más provocadora. Su novela Los pecios y los náufragos (Extramuros, 1999) describe un mundo en el que existe la posibilidad de viajar por el tiempo, pero en el que los seres humanos sólo habitan una pequeña porción del mundo físico. Su antología Reino eterno (Letras Cubanas, 1999) explica mejor la sutil metáfora de Los pecios: ¿cómo entender que una generación entera sea más cercana a Borges, William Gibson y J.R.R. Tolkien que a la rica tradición de la literatura cubana? Evidentemente, es una generación que busca espacios nuevos: que se siente incómoda en los ocupados por esa tradición, y sólo ha podido encontrar otros en una zona comúnmente despreciada: los territorios de la literatura fantástica.
II. La obra de Yoss, Vladimir Hernández, María Elena Durán, Michel Enciosa, Fabricio González, Ariel Cruz y Orlando Vila García, entre otros, se acerca a la ciencia ficción, fantasía heroica, literatura dark de casi toda América Latina. Nacida del romanticismo, de la space opera, del cyberpunk, incluso de la narrativa latinoamericana general por la vía de Borges, Rulfo o Cortázar, es una narrativa frecuentemente tachada de escapista e ignorada por los ámbitos académicos, pero, curiosamente, es también una de las pocas literaturas verdaderamente fieles a la realidad. Sabedora de su condición periférica en la literatura, refleja la condición subalterna de México, Cuba, Panamá, Venezuela, Argentina, todas las naciones consideradas no esenciales en el mundo neoliberal, tras la caída de la Unión Soviética. Pero no se pliega a escribir lo que se espera de ella en Europa o los Estados Unidos; en cambio, reclama las preocupaciones de la ciencia ficción norteamericana, el lenguaje del cyberpunk y la inspiración medieval de la fantasía heroica. Y no solamente se apropia de estos elementos, sino que los adapta a las necesidades expresivas de aquellos escritores que, al igual que sus propios países, se encuentran en busca de una identidad, necesariamente mestiza, representada sólo de manera imperfecta por las grandes corrientes y los "cánones".
III. Escribe Yoss en el prefacio de Reino eterno: "No primaron al reunir estos cuentos falsos criterios de representatividad nacionalista, sino única y exclusivamente calidad. [...] Elfos, dragones, hadas, trolls y magos se han convertido en patrimonio mundial, arquetipos socorridos, una especie de esperanto simbólico del cual todo creador tiene derecho a emplear cuanta palabra se le antoje. Universales, es el término exacto. Y [...] si un mulato del Vedado [puede] escribir historias apocalípticas de megalópolis deshumanizadas y futuristas [...] entonces todo esta permitido."
¿Qué más puede decirse con estos arquetipos, explotados hasta el hartazgo por los medios durante tantos años? Mucho, por lo que parece: Vladimir Hernández, autor de la colección de cuentos Nova de cuarzo (Extramuros, 2000) y de una antología, Horizontes probables (Lectorum, 1999), publicada en México, consigue trascender el pastiche al hacer que sus futuros reflejen un presente destartalado e incierto, en el que las palabras sirven como un escudo contra el vacío:
¿Cómo es posible? preguntó Martin. Lo de Susana, quiero decir.
Dice que me ama, pero no puede soportar el desorden y la falta de televisión.
IV. En los últimos años, la creciente apertura de la isla ha beneficiado a su joven narrativa fantástica, y a algunos escritores de generaciones previas que han persistido, como Gina Picart, Gerardo Chávez y Bruno Henríquez. Varios han tenido la oportunidad de darse a conocer tanto en publicaciones de su país como en otras de Austria, Italia o México. En buena medida los ayuda el exotismo, la peculiaridad de su situación, que atrae a los compradores ávidos de novedades. Pero si se lee más atentamente se verá que sus trabajos están escritos como para confirmar el valor esencial de la literatura fantástica, tal como lo ve el novelista británico J.G. Ballard, autor de Crash, Rascacielos, El mundo sumergido y otras obras fundamentales de la ciencia ficción contemporánea. Ballard ha afirmado que la fantástica es la única literatura que puede examinar la forma en que las sociedades cambian, a diferencia de la narrativa "realista", dedicada a examinar vidas individuales en entornos habitualmente estáticos.
Su opinión no es popular: tras el siglo más atroz que recuerde la historia humana (como diría George Steiner), la cultura canónica de Occidente permanece replegada, vuelta hacia sí misma, recapitulando la riqueza de su herencia, temerosa de un futuro que las últimas décadas han ennegrecido. Esta actitud se traduce, en nuestras propias culturas, en un creciente conformismo: una sensación de impotencia que se refleja en la literatura y anula el impulso de la aventura novelesca.
Pero la literatura fantástica y todas las formas literarias que no se alinean con este abatimiento, demuestran que las posibilidades de la experiencia humana, así como las formas de expresarla, están lejos de haberse agotado.
Dedicarse a lo fantástico (asumirse como creador de literatura fantástica) implica, desde luego, el riesgo de ser etiquetado como "escritor menor" y también la tentación del ghetto: repetir historias ñoñas y lugares comunes para públicos cautivos y poco exigentes. Sin embargo, las vertientes de la literatura fantástica latinoamericana se extienden, se entrecruzan, se superponen, por encima o a un lado de los canales más publicitados de producción y distribución editorial, entre las numerosas manifestaciones de la contracultura global y diferentes de todas ellas. Son islas, distantes unas de otras, perdidas en medio de mares enormes, pero cada una de ellas participa, de algún modo, de todas las demás. Son islas de muchos mundos a la vez: de los ámbitos más personales de cada creador, y de aquellos otros compartidos por millones. Está por verse si consiguen sobrevivir tan lejos de los barcos de la tradición, que no han dejado sus rutas centenarias; también está por verse si el territorio que cubren, si las costas a las que invitan, son tan atractivas como para seducir a muchos visitantes y a más exploradores.