La Jornada Semanal,  19 de noviembre del 2000  
 (h)ojeadas
 
La humildad y el disenso
 
Josu Landa

 

 

Rafael Cadenas,
Obra entera,
Fondo de Cultura Economica,
México, 2000.

 

Hay ojos que prefieren mirar hacia fuera. Hay, asimismo, otros ojos que buscan proyectar su luz hacia dentro. Los primeros pueden llevar al vidente hasta los reinos de la astronomía y hacerle caer en algún pozo, como dicen que le sucedió a Tales de Mileto, nuestro primer filósofo. Los segundos no son menos efectivos en eso de columbrar sistemas cósmicos, como lo demostró hace miles de años Heráclito de Éfeso, y tampoco privan de caer en algún abismo al que logra ver en la calígine interior.

Esta disyunción se impone de modo muy singular a los poetas. Los hay quienes se inclinan más por llevar a la palabra sus contemplaciones del universo, desde lo más próximo piel-afuera ­es decir desde el grado cero de la objetividad­ hasta apartadas cotas siderales. Los hay, igualmente, quienes divisan en el microcosmos íntimo las claves de todo lo real. Sé que es muy difícil y acaso imposible que estas opciones encarnen en estado puro en algún poeta. Sé que reparar en tal bifurcación puede ser una falsa maniobra crítica, una violencia más de las que registraba María Zambrano en las tensas relaciones entre pensamiento y poesía. Lo más frecuente entre los poetas es la fusión de momentos alternos de subyugación por lo que pasa fuera de sí y por lo que acontece dentro de sí. Sin embargo, este dato no desdice la verdad de la predilección, el hecho de que los poetas se identifican más intensamente con uno de esos dominios que con su contrario o complementario.

Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930) pertenece a esa estirpe de poetas que ha privilegiado la atención al mundo de la vida interior. Armando Rojas Guardia ha destacado lo que tiene de ensimismado la poesía de Cadenas, asumiendo el adjetivo en su "clave más desnudamente filosófica y filológica: la del en sí, la de la mismidad, la de la esencia, la de una búsqueda de cierta identidad ontológica que otorgue consistencia al propio ser: en-sí-mismado". Pero no es en esto donde radica la peculiaridad de la poesía de Cadenas. La nómina de poetas susceptibles de merecer la calificación de "interioristas" es interminable. Lo que afirma la singularidad de la obra de Cadenas es la forma en que la palabra que la constituye da cuenta de ese "sí-mismo" al que siempre remite expresamente.

Vista en conjunto ­cosa más fácil de lograr desde la meritoria publicación de su Obra entera­, la escritura de Rafael Cadenas trasluce las huellas de una evolución fundada en una persistente ascesis. Ya Rafael Arráiz Lucca ha reconocido este desplazamiento "desde la abundancia simbólica" de Los cuadernos del destierro hacia la sobriedad de los libros más recientes. Por lo demás, esto es algo que se infiere de la lectura directa de sus poemas y su prosa ­tal como, por lo demás, han comprobado algunos de sus críticos­, pero es también algo que obedece a la propia poética de Cadenas y se integra a conciencia en el corpus de sus escritos. En el más lacónico de sus Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística (1977), el poeta asienta la contundente intuición de que "la humildad es un refinamiento". Me parece que en esta "irreflexión" ­como al propio poeta le gustaría llamar a este hallazgo­ se cifra la historia y el sentido de esta poesía.

Como observa José Balza con su acostumbrado tino, en el texto que sirve de pórtico a la summa de Cadenas, se percibe en su poesía una unidad no desdicha por una discreta e intensa metamorfosis que va "desde la intuición puberal hasta la luz adulta, desde la ceguera hasta el instinto y la inteligencia flexible". La clave de esas mutaciones, que brotan de una conciencia poética idéntica y diferente, radica enla humildad, fundamento a su vez de la ya mencionada ascesis. Hablo de una identidad que impulsa la diferencia, al tiempo que se sustenta en ésta, y permite explicar la unidad de la cambiante escritura cadeniana ya registrada por Balza. Cada uno de los poemarios de Cadenas es el cumplimiento de la expresión de una interioridad que se ha desprendido de ciertos lastres en su camino hacia metas espirituales cada vez más exigentes. A riesgo de caer en cierto esquematismo, puede decirse que esa trayectoria comprende dos grandes tramos: el primero va desde Una isla (1958) hasta Falsas maniobras (1966), pasando por Los cuadernos del destierro (1960) y Derrota (1963); el segundo arranca con Intemperie (1977) y sigue hasta Dichos y Apuntes sobre San Juan de la Cruz..., libros que flanquean a Memorial (1977), Amante (1983), Gestiones (1992) y parte de las prosas de Cadenas. Lo que ha sucedido entre esos dos momentos puede describirse con palabras como "decantación" y "depuración". Desde luego, la segunda de las etapas señaladas no ha concluido, puesto que nuestro poeta sigue vivo y esperemos que en activo, pese a la salida de sus obras (por el momento) completas.

Humildad es tener conciencia de la pequeñez de uno frente a la grandeza de lo sagrado, eso que Cadenas tantas veces nombra como "misterio". De esa conciencia proceden las virtudes del humilde: desdén por las falacias y espejismos del yo, voluntad de verdad como antídoto para el veneno de la ilusión, cautela permanente ante los poderes de la palabra, disposición a la renuncia, morigeración y hasta anulación del deseo, sed de comunión con todo lo otro... Si se tiene esto en cuenta, se entenderá por qué Cadenas se figura la humildad como un refinamiento. Esta última palabra remite a un proceso, a una sucesión de actos y acontecimientos, a una larga guerra de posiciones y de movimientos, cuyos teatros de operaciones, en el caso de Cadenas, han sido la subjetividad propia, el lenguaje y la blancura que espera al signo. Hasta la bordadura de Intemperie ­un poema largo y hondo en treinta y dos estaciones­, la poesía de Cadenas muestra las trazas de su raigal humildad, en la medida en que pone de relieve la experiencia aceda de la precariedad existencial del poeta, en un momento biográfico e histórico particularmente difícil. La conversión en palabra de esa vivencia deriva en una poesía que apenas logra encubrir una ferocidad crítica y autocrítica, a la larga, muy positiva para la poesía venezolana de los años sesenta y también para las mejores almas que en esa época no se dejaron seducir ni por la ilusión petrolera ni por el canto de las sirenas de una revolución más. Los cuadernos del destierro, Derrota y Falsas maniobras son auténticas lecciones ético-poéticas ­también poético-proféticas­ en las que se prodiga una admirable combinación de humildad y disenso. Son libros donde la comprensión desencantada de los límites del yo sirve de cimiento a un verbo discordante con el entorno, por lo que contiene de admonición tácita y expresa, no sólo contra la Venezuela que intentaba una nueva era de democracia representativa, sino contra las formas de vida instauradas por la modernidad contemporánea. De ahí el tono impugnador que Los cuadernos del destierro evidencia desde la primera línea: "Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes...".

Humildad y disenso pueden parecer términos excluyentes. No es así. El segundo gran momento del itinerario poético de Cadenas nos ofrece los frutos de una labor ascético-poética incardinada sin miramientos a una meta inquietante: el silencio. Ya Guillermo Sucre en La máscara, la transparencia había consignado la importancia del silencio en Falsas maniobras. Sin menoscabo de esta pertinente apreciación del crítico, me resulta obvio que donde la voluntad cadeniana de callar se acendra y se trasunta en la principal premisa ético-estética es en el tándem de obras que comienza con Intemperie y que aquí he propuesto ­a título de simple convención crítica­ como integrando una segunda etapa en la escritura de Cadenas. En los poemarios de la primera etapa no sólo predomina un verbo sólido y punzante, sino que sus piedras angulares son vocablos como "fracaso" y "derrota". En tanto que libros como éste que acabo de mencionar, junto con Memorial y Dichos ­pongo por casos­ contrastan luminosamente, por su vocación de silencio, con el mundanal ruido que agobia nuestras vidas en esta era de la industria cultural, las economías salvajes, la realidad virtual, la globalización de la barbarie... es dable concluir que entre humildad y disenso hay más motivos de conjunción que de rechazo. No por nada, el poeta mismo aclara en el poema 24 de Intemperie: "Tuve que disentir [...] Tuve/ que ser una disonancia." En definitiva, la poesía de este segundo Cadenas ­presente también en buena parte de su prosa­ termina siendo contestataria, profundamente crítica en el plano moral, justamente por tratar de atenerse a esa humildad radical que es el silencio.

A partir de la brillante y erudita reflexión que hace Guillermo Sucre sobre la "doble metáfora del silencio" en La máscara, la transparencia, la mayoría de los críticos de Cadenas ­entre los que cuento a algunos que merecen respeto total­ se han cebado con el tema del silencio. Tal vez haya que hilar más fino en este punto. De acuerdo con un esquema heurístico análogo al de Demócrito de Abdera ­para quien el Universo se compone de átomos y vacío­ se ha abusado de una suerte de dialéctica palabra-silencio, que apenas permite describir cómo ambos términos de esta relación se necesitan y limitan mutuamente. Así, todo en la literatura y aun en el desenvolvimiento vivo de los lenguajes se reduciría a un juego de palabra y silencio, de hablar y callar, de asentar signos sobre el vano suelo de uno de los avatares del vacío. Si se acepta el esquema sin reservas, termina siendo aplicable a toda poesía, a toda escritura, a todo texto oral y escrito, de cualquier época y lugar. Por tanto, sólo parcialmente puede dar razón de la apuesta poética de Cadenas ­que, según claros indicios, es una aleación autoconsciente de ética y estética. Esa es una primera objeción al modo como se ha tratado el datum del silencio en la obra del poeta venezolano. Objeción que no pretende desestimar la presión de la ascética del silencio en su escritura; pues tan exigente afán puede llegar a poner en entredicho su propia condición poética. Por algo apunta el poeta: "Estas líneas/ no son poemas.// Son respiraderos."

Un segundo reparo tiene que ver con el tono monista que caracteriza a dicho tratamiento; un tono que parece remitir al silencio como una potencia "metafísica", es decir, absoluta. Ahora bien, si algo resulta fecundo y meritorio en la obra de Cadenas ­sobre todo en la escritura del segundo Cadenas­ es que resuelve de modo muy peculiar las tensiones entre expresión y contención. Un volumen de 724 páginas, como el que acaba de publicar el FCE, es todo menos un monumento al silencio.

Un proyecto espiritual y ético como el que da sentido a la poética de Cadenas asume el silencio como un desiderátum supremo, a la postre, irrealizable. En realidad, "silencio" sería el otro nombre del fracaso en el erario poético de Cadenas. Un fracaso distinto al que habita en los surcos de Los cuadernos del destierro, Derrota y Falsas maniobras, al menos por dos razones: primero, porque se trata de un "fracaso positivo" ­si cabe esta especie de oxímoron­toda vez que confiere una valiosa significación, tanto al esfuerzo ascético como a la escritura, en medio de gratificaciones sapienciales y hasta de una alegría inencontrable en el primer Cadenas; segundo, porque gracias a esta otra derrota existe la obra poética de Cadenas, una de las que hablan con lucidez y consistencia a las pobres víctimas de las frustráneas y aciagas modernidades que somos todos nosotros. Y, por supuesto, esto también supone algún beneficio trascendente, aunque es bien conocida la supremacía del silencio en la escala de las vías y logros espirituales.

Cadenas no logra el silencio. Él también conoce el predicamento del profeta Jeremías que confiesa: "...la palabra era fuego ardiente encerrado en mis huesos. Quise contenerla y no podía". Sólo que, poeta al fin, Cadenas logra con sus artes una escritura signada por al contención, la concisión, la intensidad, la compresión, la resistencia a los relumbrones de la proferencia, el repudio al paramento, la impugnación del sonsonete, la expulsión del patetismo. En suma, los límites fijados por una navaja como de OCCAM, al servicio del conflicto entre la pulsión expresiva del poeta y su ética y estética de la humildad. Así, el hormigueo final de los signos en la página es la victoria pírrica de la voluntad de expresión sobre las exigencias ascéticas que dimanan de la humanidad.

En este punto, lo que le ocurre a Cadenas es lo mismo que a los poetas místicos ­aunque cabe aclarar que si bien las más importantes corrientes místicas de Oriente y Occidente le interesan sobremanera, Cadenas nunca se ha asumido como un escritor místico. En el Cántico espiritual de Juan de Yepes (Canción 7), la voluntad de expresión trata de poner en palabra una realidad última de la que hablan "todos los que vagan". De ello deriva ese célebre "déjame muriendo/ un no sé qué, que quedan balbuciendo". De acuerdo con el comentario del propio poeta, lo que estos versos refieren es "una inmensidad admirable [...] que aquí se llama no sé qué, porque no se sabe decir". Y, sin embargo, el poeta intenta decir eso, por muy indecible que sea, con los resultados de todos conocidos. También en San Juan de la Cruz la expresión termina por imponerse.

Ni Juan de Yepes ni Rafael Cadenas siguen la opción en la que pensó, en su momento, Ludwig Wittgenstein. En las coordenadas del mostrar y del decir que determinan el discurso del Tractatus logico-philosophicus, adquiere pleno sentido el requisito lógico del poder decir, para proceder en consecuencia ­esto es, necesariamente­ a decir. Allí sí cabe la prescripción de que sobre lo que no se puede decir es mejor callar. Pero en poesía no se trata tanto de poder decir como de querer decir (voluntad de expresión) y, sobre todo, de deber decir y de saber decir.

La voluntad de expresión, ese conato en pro de la manifestación de sí, ese pathos tan humano de darse, desde la piel y la palabra, es demasiado fuerte como para aceptar mordazas lógicas. Cadenas, un poeta comprometido con su tiempo y con su mundo, en la medida en que atiende con suma diligencia su propia interioridad, ha respondido efectivamente al llamado del querer y el deber decir y lo ha hecho con una gaya ciencia, un saber decir, una retórica ­o sea, una ars bene dicendi, no lo olvidemos­ que a lo largo de casi cuarenta años ha articulado una poesía cuyo rigor, veracidad y elevadísima humanidad reclaman con justicia la atención de todo verdadero amante de la sabiduría y la palabra. Desde luego, nunca ha sido fácil la observancia de ese imperativo del decir. Máxime cuando la humildad ascética y sus reclamaciones de silencio llevan al poeta a advertir: "Palabras no quiero/ Sólo/ atención/ atención/ atención." Mérito aún mayor, entonces, el de Cadenas, quien por otra parte se autoimpone el cometido de hacer que "cada palabra lleve lo que dice". Mandato que se aviene con la prescripción formal de que "no he de proferir adornada falsedad" y con la proclama moral imponente de que "quiero exactitudes aterradoras". Todo ello, a sabiendas de que "las palabras/ no dicen en este confín".

A la vera de esa poesía, Rafael Cadenas ha fraguado sendas teorías de la literatura, del lenguaje y de la vida ­recogidas en sus libros Realidad y literatura, Anotaciones, En torno al lenguaje, Dichos y Apuntes sobre San Juan de la Cruz...­ que operan como continuaciones por otra vía de un mismo logos, un mismo verbo; también como las fundamentaciones que procuran los mejores poetas ­los poetas pensadores­ para sus relaciones con la palabra.

Temo que, con ser grande, nunca alcanzará la gratitud para con el Fondo de Cultura Económica, por este nuevo aporte a la propagación de la mejor poesía venezolana en todo el orbe hispanohablante. Es seguro que nadie se arrepentirá por ello, puesto que la poesía de Cadenas respira el mismo éter que la de Octavio Paz, René Char, Juarroz, Stevens, E.E. Cummings, Valente, Pavese, Pessoa, Cavafis, Haroldo de Campos y algunas otras de las mejores del mundo. Después de haber hecho lo propio con Ramos Sucre, Eugenio Montejo y Rafael Arráiz Lucca, la publicación de la Obra entera de Rafael Cadenas refrendará la idea de que Venezuela es una potencia

 

  


p o e s i a
 
Un clavel en la lengua de Elytis
 
Elsa Cross

 

Odysseas Elytis,
Sol el primero,
Acrono Producciones,
México, 2000.

 

Escrito en medio de la guerra, después de que Odysseas Elytis fue herido en el frente de Albania y tal vez como un conjuro contra la oscuridad que cubrió durante tantos años los ojos del mundo, Sol el primero ofrece una luz inusitada, que en su momento acaso contrarrestó para sus lectores la gravedad de aquello que se vivía.

Los restos de esa sombra se desvanecen en el primer verso: "Ya no conozco la terrible noche anónima de la muerte." Y a renglón seguido, el libro abre una serie muy distinta de posibilidades humanas y poéticas: "En la bahía de mi alma está anclada una flota de astros."

Estas son las premisas del libro, según yo lo percibo. Y al irse desplegando, el predominio de la luz, que a veces resulta abrumador, es consistente con la poética de Elytis y con la condición del paisaje griego, que él pinta con justicia en sus poemas.

Esos paisajes que han permanecido inalterables a lo largo de milenios, dan a la poesía de Elytis un carácter intemporal; no porque los describa sino porque éstos se imprimen en su lenguaje y configuran el rango de sus temas con mucha naturalidad. En una serie de textos en prosa, las "Cartas boca arriba", dice Elytis: "La luz y la historia en Grecia son uno y lo mismo. En el sentido de que en última instancia, lo uno reproduce lo otro, lo uno interpreta y es la razón de ser de lo otro..." Uno puede considerar que si esto ocurre entre la luz y la historia, qué no sucederá entre la luz y la poesía.

Hay en la poesía de Elytis las mismas venas solares y mediterráneas que recorren a García Lorca y a Ungaretti, como a algunos otros: naturaleza indistinguible del hombre. El poema "Cuerpo del verano" fusiona hombre y naturaleza de modo no muy distinto a como sabían hacerlo los mitos antiguos.

Sean el horizonte de las islas o la aridez de los peñascos; sean los olivares y los viñedos o el azul inverosímil del Egeo en el verano, todo fuerza a los dioses y a otros seres a encarnarse en la naturaleza, a humanizarse. Basta sólo un grado más de visión para encontrarlos a punto de surgir entre las nubes o aparecer en un risco o en una ola, como en el poema de Elytis, la "sirenita que cantaba":

 

Oh cuerpo del verano desnudo quemado
Carcomido por el aceite y la sal
Cuerpo de roca y estremecimiento del
corazón
Un gran viento orea la cabellera del mimbre
Aroma de albahaca sobre el rizado pubis
Lleno de estrellas y agujas de pino
Cuerpo profundo, embarcación del día.
Ese cuerpo del verano es una de las imágenes más persistentes del libro. Otra es la del sol, que en todas sus variaciones ­incluso las que siguen en otra colección incluida en este mismo volumen­, transmite un sentimiento de éxtasis. La fusión de tierra, mar y cielo es tan completa como en una travesía en alta mar. Los aromas se hacen presentes en imágenes que se desbordan hacia todos los rumbos. Los elementos, la estación estival, las lagartijas, toman literalmente cuerpo en cada poema, como entidades vivas y conscientes. En Grecia es imposible sustraerse del paisaje.

Otra de las "Cartas boca arriba" dice: "Un verano metafórico me esperaba, enteramente el mismo, eterno, con los crujidos de la madera, los olores de las hierbas silvestres, los higos de Arquíloco y la luna de Safo. Viajaba como si caminara por unas diáfanas profundidades; mi cuerpo refulgía según lo traspasaban corrientes verdes y azules; acariciaba las silenciosas formas femeninas de piedra y en los reflejos oía, a millares, los trinos de las miradas..."

Que Sol el primero surgiera para establecer un contrapeso a los horrores de la guerra, puede ser. Pero es una poesía que habla de una vida propia, autónoma, independiente de la circunstancia histórica y muy dependiente de la belleza inescapable de los paisajes griegos. La oscuridad está lejos, y con los desechos del odio el poema construye nuevas cosas:

Aquellos que me lapidaron ya no viven
Con sus piedras construí una fuente
Se acercan a la orilla tímidas muchachas

 

Sol el primero es una celebración de la vida y de la luz; las imágenes danzan en una fiesta incesante: cielo, viento, caracolas, abejas, margaritas (hermosa palabra griega), espigas, cuerpos desnudos.

Este libro, en especial, se plantea como una entrada a la luz, en contraposición con los antiguos misterios que representaban una entrada a la oscuridad y al silencio, y exigían el gesto de cerrar los ojos. Elytis escoge cerrar los ojos no ante la noche sagrada sino ante una hora oscura: "Mi odio es superfluo en las calles del cielo", dice al principio; un cielo que expande conceptualmente más adelante:

Mi cielo es profundo e inmutable
Lo que amo nace sin cesar
Lo que amo está en el principio de todo.
 
poética: algo mucho más importante que los tristes tópicos sobre la potencia petrolera .

 

  
FICHERO
 Los libros que llegan a nuestra redacción

Narrativa

- La salamandra, Morris West, traducción de Sebastián Martínez y Luis Vigil, Ediciones B Argentina, Buenos Aires, Argentina, 2000, 349 pp.

- Las horas, Michael Cunningham, traducción de Margarita Valencia Vargas, Col. La otra orilla, Editorial Norma, Santa Fé de Bogotá, Colombia, 2000, 218 pp.

- Las horas de la eternidad, Manuel S. Garrido, Ed. Mondadori, México, 2000, 271 pp.

- Valeria, Gerardo Laveaga, Col. El pirul, Editorial Miguel Ángel Porrúa, México, 2000, 277 pp.

Poesía

- Un trueno sobre el Popocatépetl, Malcolm Lowry, traducción de Rafael Vargas, José Emilio Pacheco y Jaime García Terrés, Col. Poesía, Editorial Era, México, 2000, 176 pp.

Revistas

- El Cotidiano, núm. 103, septiembre-octubre 200, año 17, textos de Jordy Micheli, María Soledad Cruz R., Rogelio Sosa, Miguel Ángel Romero M., entre otros, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 118 pp.

- Equis, núm. 31, noviembre 2000, textos de Miguel Capistrán, Adriana Malvido, Camille Paglia, Pattiann Rogers, entre otros, Ulises Ediciones, México, 80 pp.

- Nexos, núm. 275, noviembre del 2000, año 23, vol. XXIII, textos de José Joaquín Blanco, Alfredo Bryce Echenique, Roberto Pliego, Soledad Puertolas, entre otros, Nexos, Sociedad, Ciencia y Literatura, S.A., México, 96 pp.

- Tierra adentro, núm. 106, octubre-noviembre del 2000, textos de Kristina de la Peña, Socorro Venegas, Jorge Pech Casanova, Sara Poot Herrera, entre otros, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 80 pp.

- Universo de el búho, núm. 12, noviembre 2000, año 1, edición especial de aniversario, textos de Griselda Álvarez, Beatriz Espejo, Fernando Sánchez Mayans, entre otros, Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa, México, 80 pp.

- Viceversa, núm. 90, noviembre 2000, textos de Naief Yehya, Magali Tercero, Francisco Serrano, Francisco Casas, entre otros, Gatuperio Editores, México, 80 pp.