Ť La rosa áurea de los cronistas municipales
de Jalisco Ť
Ť Elena Poniatowska Ť
Desde el momento en que una madre pregunta: ''¿Cómo te fue?" el hijo se vuelve cronista con el relato emocionado de la fiesta infantil o la primera mañana en el salón de clases. Muchas veces, los niños abandonan esta vocación temprana aunque se mueran de ganas de contar, pero otras perseveran y así van creciendo y se convierten en cronistas del DF, como Arturo Sotomayor y Ricardo Cortés Tamayo, y cito a quienes menos reconocimiento han recibido quizá porque siempre guardaron el low profile, perfil bajo, reflejo de su modestia.
La Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Jalisco (que cuenta con 124 cronistas, uno por cada municipio, y un activo y determinado presidente Pedro Vargas Avalos) ha tenido a bien concederme la Rosa Aurea, este 18 de noviembre, Día del Cronista, en Guadalajara, Jalisco. Mucho me enorgullece recibirla porque la vida puede ser a ratos una feria de las flores aunque éstas sean hurañas como las de la canción. Los cronistas, cuando son capaces, conservan con sus palabras no sólo las bellezas de su región ligadas a las rosas ?como en el caso de Jalisco? sino los valores del país que todos amamos: México.
El cronista no juzga: relata porque muy pronto descubre que los acontecimientos hablan por sí mismos y definen el carácter de su pueblo. Así lo demostró en los años treinta y cuarenta uno de los mejores cronistas de nuestras letras, Salvador Novo, y lo demuestra hoy el insuperable Carlos Monsiváis. Alguna vez oí el siguiente comentario: ''No doy por vivido sino lo escrito por Monsiváis". En su Antología de la crónica en México, publicada por Editorial ERA en 1980, Monsiváis afirma que el género de la crónica fungió como el instrumento de consolidación para la gesta de los conquistadores españoles que mezclaron el canto homérico, los relatos majestuosos y observaron, compararon e inventaron, creando el nuevo mundo con sus palabras.
Es evidente la diversidad de oficios, intereses, puntos de vista y propósitos de los relatores de la Conquista y del Virreinato. Unos son soldados cronistas, otros evangelizadores cronistas, otros lambiscones cronistas, pocos son cronistas cronistas. Algunos se adornan y atribuyen hazañas que nadie presenció, otros pretenden deslumbrar a España con exageraciones y los delirios de su imaginación. Otros, finalmente, se quedan cortos porque su carácter no les permite mayores efusiones y sus testimonios se caen de entre las manos.
Basta una comparación entre dos de los más grandes cronistas, los dos que abrieron campo: Bernal Díaz del Castillo y Francisco López de Gómara. Cuando Bernal Díaz del Castillo escribió su Verdadera historia de la Conquista de la Nueva España que se lee como la mejor novela, ya estaba viejo y cansado y no le interesaba adornarse. Desde esa sabia postura escribió y puso sucesos y personas en su lugar, comenzando por Hernán Cortés.
Por su parte López de Gómara, clérigo, conoció a Cortés en la campaña de Argel en la que fue derrotado Carlos V y después fue su capellán y paniaguado. Publicó en 1532 una crónica con un elogio tan desmedido del conquistador, que causó la indignación del rey. Su crónica fue retirada de la circulación y prohibida su lectura. Más de 20 años le llevó a López de Gómara reducir sus exageraciones para publicar de nuevo las glorias de Hernán Cortés a quien consideraba su patrón.
El cronista de la Conquista registraba los hechos con un propósito informativo: cómo es el pueblo, qué lengua habla, dónde vive, quiénes son sus vecinos, qué siembra, qué come, de qué se enferma y sana, de qué se enferma y muere, qué dioses tiene, cómo viste y qué hace falta para conquistarlo.
Pedro Ponce en su Breve Relación de los dioses y ritos de la gentilidad nos da, entre otras noticias, ésta sobre el estreno de una casa en el que los rituales van mucho más allá y resultan mucho más onerosos que la actual bendición con agua bendita:
''Habiendo edificado la casa y puesto en las cuatro esquinas algún idolillo o piedra de buen color, el señor de la casa llama a los maestros, y vista la casa, mandan aparejar una gallina y que hagan tamales, y el día siguiente vienen con unos palos de fuego nuevo, toman a la gallina, córtanle la cabeza y ungen los cuatro ángulos y las cuatro paredes y lados de la puerta. Mandan pelar el ave y aderezada, la toman con tamales."
Hoy, a eso le llamamos el remojo.
Paso por alto a cronistas como Gil González de Avila y su Teatro eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias Occidentales, porque nombrado '''Cronista Mayor de las Indias y de los reinos de las dos Castillas" por Felipe IV, en 1648, escribió de oídas y desde España. Reconozco, en cambio, la deuda cultural que tenemos con fray Francisco Frejes, fray Antonio Tello, Juan de Sámano, los dos de la Mota: el Escobar y el Padilla, por sólo mencionar a unos de los muchos y muy notables que se ocuparon de lo que hoy es Jalisco y esa deuda se acrecienta felizmente con los cronistas e historiadores que siguieron como el laguense Agustín Rivera, Pedro Luis Ogazón, Puga y Acal, José María Vigil, el tapatío José López Portillo y Weber, Juan B. Iguíñiz, Ignacio Dávila Garibi y Arturo Chávez Hayhoe, entre otros. Entre los más cercanos a nosotros es imposible olvidar a Juan López apodado Pipas, Lucía Arévalo Vargas, José María Muriá, José Cornejo Franco, Luis Pérez Verdía. Todos ellos, con sus escritos apuntalaron el federalismo al preservar la identidad de sus municipios frente a la capital que todo lo engulle.
Los cronistas hacían las veces de geógrafos, censores de población, antropólogos, sociólogos e historiadores. Fueron los inspiradores cuando no autores del informe al que recurría el virrey para gobernar y enviar memorias al rey, y sus crónicas le dan forma y contenido a la vida del país, la social, la política y la moral. A sus relatos, vuelven los escritores de hoy, entre otros los novelistas y cuentistas sobre todo ahora que la novela histórica tienen tanta demanda.
Juan Rulfo, según me cuenta Juan Antonio Ascencio, volvía siempre a los cronistas de Jalisco y los leía obsesivamente. Su obra les debe tanto como al lenguaje y a la forma de decir de los habitantes de San Gabriel, Tonaya, Tuxcacuesco, Tolimán, Sayula y Tatalpa.
Es justo reconocer lo que nos han dado los cronistas. Ellos son los testigos, los que vivieron en contacto con los acontecimientos porque para reseñarlos tenían que interrogar a la gente, andar en la calle, ir de pueblo en pueblo, de ranchería en ranchería atentos a las declaraciones y a los murmullos; presenciar festividades y reseñar catástrofes y terremotos. Son al mismo tiempo corresponsales de guerra y cronistas de sociales, aunque hoy los cronistas de Sociales y hasta los de Cultura tengan la mala costumbre de recabar su información por teléfono.
Hoy los cronistas serios, como es el caso de Monsiváis, tienen un público cautivo. A Monsiváis lo consultan como quien busca su horóscopo del día. Hay quienes no opinan sin antes leerlo y no toman una decisión sin pedirle consejo.
En su época también Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera, Francisco Zarco, Manuel Payno ejercieron una influencia considerable. No hay un historiador que se precie de serlo que no regrese a su lectura aleccionadora y su visión de conjunto. La ciudad de México es la que vemos todos los días, pero es también la de Luis González Obregón. El pueblo de Río Frío que atravesamos a cien por hora para ir a Puebla es también el de Manuel Payno y sus bandidos, uno de los grandes libros de la literatura mexicana. El Centro Histórico es el de las gigantescas y a veces fastidiosas manifestaciones, pero es también el de Artemio del Valle Arizpe y la Güera Rodríguez.
Los cronistas marcan una ciudad y la convierten en palabras. Su mirada ingenua o sardónica nos la pintan y nos la definen a veces para siempre. Luis González Obregón sella las calles de México, así como Francisco Zarco nos regala la Historia del Congreso Constituyente e Ignacio Manuel Altamirano las costumbres de una sociedad conservadora y afrancesada. Hace quince años el admirable Jaime Avilés nos dio las más conmovedoras crónicas de los dos terremotos de 1985 y Carlos Monsiváis ha hecho el análisis más incisivo de la sociedad mexicana que se organiza y gana espacios frente a gobiernos corruptos. También le han rendido homenaje a las organizaciones no gubernamentales que suplen al gobierno en situaciones límite de abandono e injusticia.
A Jalisco jamás podrán separarlo de Orozco y Barragán, de Rulfo o de Yáñez y su marca de fuego. A su modo, estos cuatro creadores son cronistas porque ilustran su región con sus pinceles rojos, ocres y amarillos y desentrañan su esencia a golpe de palabras rencorosas y quemantes que van sacando una a una de la barranca más agreste: la de Apulco, como lo hizo Juan Rulfo.
Aunque la crónica no pretenda hacer historia, es el caldo de cultivo de la historia. La crónica es un recuento inmediato, mientras que la historia puede ser una reflexión a posteriori, ya con ''todos los pelos de la burra en la mano" dicho vulgarmente. La crónica es fresca, espontánea, sabrosa, tiene la calidad de vida vivida, de diálogo recién escuchado, de acontecimiento apenas experimentado. Los cronistas, cuando son buenos, son peatones, utilizan transportes públicos, no se aíslan, registran la voz de la gente. Andan en la bola y escriben de la realidad. Entre más cerca del pueblo, mejor es el cronista. En alguna ocasión, una niña de escuela me dijo que no hacía la tarea de literatura porque no escribía ''bonito" y cuando por fin lo hizo copió con mucha timidez algo ''bonito" de un libro. Cuando vi lo que ella consideraba ''bonito", sin más le dije: ''Esto no es bonito, es cursi, no sirve, son puras palabras huecas y rimbombantes. Cuéntame lo que hiciste esta mañana". A partir de su gracioso e irreverente relato, se volvió cronista. Como su nombre lo dice, ''cronos" viene de tiempo. El cronista es, como en el cuento de Cortázar, un perseguidor de fragmentos del tiempo.
Perseguidora, perseguida, mi gratitud por la presea conferida por la Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Jalisco es tan grande que pretendo hacer una crónica de este acontecimiento tan importante para mí. Sin embargo, no la leeré para no abrumarlos pero todos ustedes sabrán dentro de su corazón que soy su deudora y que los acompaño en esta hermosa tarea de apuntar día tras día los trabajos y las horas de nuestro bien amado país.
(Palabras pronunciadas por la autora en la entrega de la Rosa Aurea de los cronistas municipales de Jalisco)