MARTES 21 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Teresa del Conde Ť

Así es la vida

Así se titula el largometraje número 23 de Arturo Ripstein, que de forma simultánea está en cartelera con La perdición de los hombres, misma que abrió la versión 36 de La Muestra Internacional de Cine. Así es la vida es una película deveras notable, aunque todavía no entiendo la mayor novedad que ofrece y que consiste en estar realizada con imágenes digitales. Lo que me interesa es la manera como la mancuerna Arturo Ripstein-Paz Alicia Garciadiego (su guionista y esposa) consiguieron llevar la tragedia de Medea a la capitalina colonia Santa María. Si el espectador no sabe que la trama es la de Medea, puede creer que el drama realmente aconteció en una de las vecindades de nuestra imprevisible ciudad. De este modo se comprueba que los ingredientes que armaron los mitos (similares a los de los sueños) son una constante en la humanidad.

Aunque la obra está inspirada en la Medea de Séneca, hay muchos elementos que aluden a Eurípides e incluso a las metamorfosis de Ovidio. Medea es un personaje que deambuló larguísimo tiempo en la literatura griega, y en la posterior (recordemos a Jean Anhouil) antes de que Séneca, que fue el preceptor de Nerón y que es un filósofo y moralista ibérico, seguidor del estoicismo, pergeñara su pieza. Séneca se vio obligado a cortarse las venas y lo hizo, se dice, con gran elegancia.

Los créditos de la película aparecen hasta el final, cosa que es un acierto. Al principio uno ve la parte posterior de una camioneta, el metal parece brillante y repujado, transitando por viaductos y ejes viales. Ese vehículo, que reaparece, es el primer símbolo detectable en relación con Medea, quien después de cometer lo que la desvinculó para siempre de Jasón (el mismo que encabezó a los argonautas en búsqueda del Vellocino de oro) huye en una carroza. Aquí lo que ella hace es abordar un taxi ecológico marca Volkswagen.

En todos los momentos de la película, el espectador se percata de que ella no busca la destrucción de quien la traicionó y le rompió el corazón, sino algo más radical, persigue el tormento perenne de ese hombre. Igualmente, el monólogo inicial, y los insistentes golpes que la Medea-Julia se propina rítmicamente en la frente, advierten sobre su condición mental.

Ni su madrina (en la tragedia original es su nodriza), ni la ternura que aparentemente le suscitan sus hijos ni su trabajo de curandera (Medea era maga) lograrán desviarla de su sino. Esta Medea mexicana, llamada Julia, viene de otro lado. Del mismo modo la Medea griega no era de Corinto. ''No es de los nuestros", advierte el sujeto ricachón (apodado La Marrana) que regentea la vecindad y que ha puesto los ojos en Nicolás, el hombre de Julia, para casar a su hija, la bella jovencita Raquel. Es deslumbrante la manera como queda traspuesta la corona y el velo que abrasan a Creón y a su hija en la obra original. Aquí se transmuta en un incendio que se produce en la propia vecindad, como seguido acontece. Pero los tiempos están manejados en planos retrospectivos e ilusorios, de modo que lo único que queda como remanente del fuego es el arbolito (muy parecido a los de Gabriel Orozco) que efectivamente queda chamuscado cuando Nicolás avanza lentamente hacia la escalera del edificio.

Las tomas arquitectónicas, sea en la azotea, la escalera, el barandal, me recordaron muchísimo varias fotografías de Manuel Alvarez Bravo.

De hecho hay un amplio regodeo con la arquitectura, con los tendederos y ese es uno de los mayores aciertos del filme. Los interiores miserabilistas que conocemos a través de otras cintas de Ripstein reaparecen aquí, emplazando las escenas de manera tal que resultan verosímiles, pues Julia es una curandera que ocasionalmente hace de comadrona y algo más. Los harapos ripsteineanos favorecen enormemente a la madrina de Julia, excelentemente interpretada por la muy bella Patricia Reyes Spíndola en el papel de Adela.

En Julia recae el protagonismo mayor de la película, la elección de Arcelia Ramírez, que por lo que veo va especializándose en papeles trágicos, es otro de los aciertos, como lo es también la introducción de la televisión, siempre con el mismo programa, pero con diferentes contenidos en cuanto a narrativa, a cargo de un trío que entona boleros cuyas letras aluden a las penas y a los pronósticos que acosan a Julia. Un jovencito que imita la expresión de los oligofrénicos, ineluctablemente termina los programas con el sonido de las maracas, es un ''aviso" más, que cumple con la función del coro en las tragedias griegas. El desdoblamiento de las escenas amorosas, en el lecho ''real" y en el televisado, así como el uso de espejos cuyos reflejos ''hablan" directamente con los espectadores, es otro elementos en vilo entre lo que acontece y su duplicación virtual. Ni la santería de moda está ausente, es detectable la presencia del recientemente canonizado San Charnel Mejlu, que realiza prodigiosos sobrenaturales y que comparece en efigies diminutas, rodeado de otros santos. Nicolás está interpretado por Luis Felipe Tovar, que tiene un cierto parecido con otro Nick, (Cage).