JUEVES 23 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Olga Harmony Ť
Feliz siglo nuevo Dr. Freud
Si bien el famoso Caso Dora es la historia de un fracaso de Sigmund Freud, el título que da Sabina Berman a su texto -dicho con malicia por la joven enferma y rebelde al despedirse de su terapeuta- resulta simbólico de lo que el llamado padre del psicoanálisis representó para el siglo XX. La dramaturga advierte en el programa de mano -y que resulta muy claro a lo largo de la obra- de que debiera llamarse El caso Freud, porque rebela las contradicciones que el propio psiquiatra tuvo respecto a las mujeres y a la condición femenina. Por un lado, la mujer es un ser mutilado cuyos deseos de emancipación no son otra cosa que envidia del pene y cuyo destino no puede ser otro que estar a la sombra de un hombre. Por el otro, al estudiar la libido femenina dio un punto de apoyo a sus odiadas feministas y al mismo tiempo tuvo un gran respeto por muchas mujeres inteligentes y activas, fuera del esquema de ama de casa. Sabina Berman hace hincapié en ello en la escena en que Freud pide a la emancipadísima Lou Andreas Salomé que se ocupe de la formación de su hija Ana porque Martha, la madre, no tiene inquietudes intelectuales.
Sigmund Freud se dirige al público desde su edad madura, mucho tiempo después del tratamiento a Dora e incluso de la publicación de su caso, aunque aparezcan dos replicantes suyos -Freud 2 y Freud 3- que lo mismo repiten las mismas palabras que contradicen la exposición del Freud 1, que aparece a lo largo de la obra. Probablemente -me atrevo a aventurarme por campos que no son los míos- estos desdoblamientos se deban al constante autoanálisis del psiquiatra, o a las transferencias que intuye al tratar a Dora, dado que los mismos actores que encarnan a los dobles representan, respectivamente, a Herr K y a Herr F. Como sea, ofrecen mayor teatralidad y ubican al Freud mayor en la época del caso Dora.
Como bien dice el biógrafo Peter Gay, la historia familiar de la muchacha (cuyo verdadero nombre era Ida Bauer) parece una historia del escritor -que recibió tanta influencia freudiana- Arthur Schnitzler. La insinuación que Herr K. hace al apocado padre que le reclama su conducta ante su hija, de que Dora inventó sus avances influida por La ronda del médico y escritor vienés, resulta una irónica metáfora de la ronda erótica que se da en las muy burguesas familias F y K. Quizá a ello se debe la fascinación que el caso Dora ha ejercido durante mucho tiempo, amén de que se presta para análisis feministas. Sabina Berman así lo ve, aunque su tesis fundamental sea la incapacidad de Freud para superar los prejuicios de la época respecto al rol femenino, que lo obliga a imponer sus puntos de vista a su paciente -en una escena, desnuda en una mesa de aséptico hospital, negándose a la casi vivisección del analista- que convierte un ''no" en un "sí" encubierto: aun el poderoso intelecto de este hombre sucumbe ante lo que la sociedad de su época determina.
La obra se desenvuelve en un difuso presente -en el que incluso Lou Andreas Salomé habla de llevar muerta varias décadas y discute con su maestro lo que no se atrevió a discutir en vida- con escenas retrospectivas. Es un texto con muchos planos posibles, de gran audacia formal. Yo le reprocharía la escena en que Rank, Jones y Jung patinan, que siento estrambote luego de la perturbadora escena del tren. El anticlimático final sirve para que veamos a la pobre mujer en que se convirtió la lista y encantadora muchacha antes de que Freud nos diga su espeluznante frase: ''La infelicidad general y difusa es el signo de la adaptación".
En una escenografía de Philippe Amand que ratifica su estilo de puertas que se corren y dan lugar a diferentes espacios (con momentos en que el piso se adelanta en una especie de close up, sobre todo en las escenas en que Freud no queda en el mismo nivel que sus dobles), Sandra Félix hace un preciso diseño de dirección, generalmente realista, con dos momentos, el de la descripción de Dora de las relaciones entre su padre y Frau K y el del sueño, en un tono fársico que mantiene en la escena de patinaje. La escena muda del tren es impactante y excelente la dirección de los actores de su espléndido reparto. Ricardo Blume, como un Freud encantador cuando se dirige al público, pleno de severidad austera en sus ámbitos profesional y familiar. Juan Carlos Bayer, que de Freud 2 pasa a ser Herr K mediante el expediente de quitarse la peluca y mostrar un continente arrogante frente al apocado Herr F en que se convierte el Freud 3 de Enrique Singer al cambiar de saco. Lisa Owen que lo mismo hace una insulsa Martha que una erótica Frau K o una mundana Lou Andreas Salomé o la derrotada, a pesar de su elegante vestido, Dora adulta. Marina de Tavira, como la vivaz Dora y la seria Ana Freud, excelente como todos sus compañeros. El vestuario de Sergio Ruiz Aporta mucho para las diferentes caracterizaciones de las actrices, aunque quizá sea excesivo hacer que Martha Freud lleve un plumero en las manos.