MIERCOLES 29 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Luis Linares Zapata Ť
La derecha al poder
Hablan como emisarios de los encargos sublimes y auscultan lugares comunes con la audacia de aquéllos que se creen poseedores de certezas evidentes. Citan a la divinidad con familiaridad tal, que ésta, al parecer presurosa, acudirá a sus llamados para inmiscuirse en las diarias tareas de sus oficinas y ambiciones. Recitan el evangelio de la productividad instantánea como una profesión armada con infalibles métodos de excelencia. Se han familiarizado con las rutas cortas hacia la vida interior y el conocimiento de uno mismo como medallas del éxito. Ofrecen, al alcance de un curso ISO 900, un mundo de eficiencia gerencial fuera de serie. Se amparan en sus propios testamentos de calidad total. Predican, ante quienes les quieran oír y sin mediar crítica alguna, las bondades inherentes al asistencialismo, siempre y cuando tal práctica caritativa provenga de la generosidad de los pudientes.
Parecen entonces ser de derecha. Hablan con ese lenguaje donde la honestidad se da por sentada, pues proviene del sector privado. Se recubren con el plumaje de la conciencia del privilegio para servir que tanto ha usado la derecha para alabarse a sí misma. Y, en efecto, todo indica que la derecha empresarial llegó al poder. Quedará por ver cómo un país, sumido en el mundo de las privaciones y las debilidades institucionales, recibe a esa fuerza emergente, entronizada a golpes de mercadotecnia publicitaria. Falta por atestiguar, con obras y vencimientos, si esa derecha es capaz de conducir a este golpeado e injusto país por el sendero que mejore sus desesperantes perspectivas ya bien constreñidas por escollos estructurales (racismo, analfabetismo, dispersión poblacional, miseria, infraestructura defectuosa, malnutrición, debilidad fiscal, etcétera), gigantescas deudas heredadas del fracaso tecnocrático, irresponsabilidad de las elites y el corrupto dispendio que unió, por décadas, a los priístas y a los mercaderes contratistas. Gozan, para ello, de las ventajas comparativas con un pasado de torpezas que estancaron y aun retrasaron a una que ya debía ser, por sus potencialidades, de las diez mayores economías del mundo. Cuentan, para pavonearse con tal desparpajo, con el descrédito de la política y los políticos provocada por hileras de gobiernos mediocres y rapaces que los precedieron.
Esa derecha tiene la intención, ahora ya concretada en un gabinete presidencial, de dar un tinte político de Estado a lo que escasamente alcanza a ser un proyecto de remplazo de un grupo en el poder por otro que, por cierto, parece de tesitura bastante similar a los que han ocupado ese lugar durante los últimos veinte o más años. Los colores partidarios son algo distintos. Las historias personales y algo de sus antecedentes profesionales también.
Pero enfrente de todo este despliegue de actitudes, programas empacados y deseos de trascendencia se levanta el hecho palpable de un mensaje del electorado (2 de julio) que no apunta hacia tal aventura. Casi 60 por ciento de los votantes no optaron, abiertamente, por esa inclinación ya calificada como de olor empresarial de las derechas. Muchos de los mismos que señalaron a Vicente Fox y al PAN como sus predilectos lo hicieron en circunstancias y por motivaciones en mucho alejadas de esa tesitura que mezcla la retórica panista, cercana a las posturas sociales de la Iglesia romana, con la todavía inprobada eficiencia empresarial de los neopanistas.
Los mexicanos optaron por cambiar, cierto. Pero se quiso y quiere que la transformación sea de fondo, amasada con valores compartidos, con métodos que reconozcan y valoren la historia que han construido, con pesares y tropiezos, los mexicanos de ayer.
El bosquejo económico es casi idéntico a lo conocido tanto en sus fundamentos macrofinancieros como en la concepción que sitúa al sector privado como motor primario del crecimiento frente a un gobierno achicado. Acudir a la mano dura, con la que se califica a los militares, no es garantía de un efectivo estado de derecho, pero sí una táctica común en la reacción medrosa. Hay, por fortuna, excepciones como la de Jorge Castañeda (Relaciones Exteriores), Aguilar Zinser (Seguridad Nacional) o con A. Durazo en la pivotal secretaría particular. Ellos han sido educados en un mundo distante y el pensamiento que los guía tiene hondas raíces de apertura, solidez y pluralismo. Pero en la vertiente social del equipo de gobierno se cae, con firme paso, en la retórica de una derecha con medianas pretensiones y formación. Lo realmente grave del asunto es que el hueco que se va dejando al centro y a la izquierda del espectro político no parece ser aprovechado con velocidad y decisión por las demás fuerzas contendientes en la disputa por el apoyo ciudadano.