MIERCOLES 29 DE NOVIEMBRE DE 2000

Ť 2 mil 712 familias afectadas


Palma de coco, la apertura sorprendió a los colimenses

Ť Derribaron palmeras y sembraron limón; ahora, ninguno es negocio

Verónica González Cárdenas, corresponsal, Colima, Col., 28 de noviembre Ť Durante la época colonial el cultivo de la palma de coco fue sostén de la economía estatal. No obstante, la actividad se debilita entre otros factores por la competencia con productos importados y sobre todo por la falta de visión empresarial de los cultivadores que no reconvirtieron sus plantaciones cuando eran rentables.

Hasta 1989 los cococultores vivían cómodamente porque México mantenía sus fronteras cerradas a la importación de aceite de coco. El panorama cambió drásticamente a partir de 1990, pues los productores no estaban preparados para enfrentar la globalización por la cual llegó al país aceite importado de Africa y Costa Rica; entonces optaron por derribar sus palmas para sustituirlas por limón. Actualmente ninguno de los dos cultivo es negocio.

"Para mi padre el cultivo de coco fue negocio, pero para mí ya no lo es, porque de cada coco que se vende en 60 centavos los productores pagamos ocho centavos por el corte, ya que las palmas llegan a medir hasta 30 metros de altura y dos centavos por acarreo. Los 50 centavos restantes se emplean en riego y fertilización de modo que prácticamente no tenemos utilidades", explica el productor Ceberiano Caraballo Bolín.

99 por ciento de las plantaciones de coco en Colima sobrepasan los 40 años de edad, son muy altas y poco productivas, factores que encarecen los costos de producción. Según Alberto Martínez González, presidente de la Cámara Nacional de la Industria del Coco, "los productores se acostumbraron a vivir del cultivo sin invertir, pues en un mercado cerrado como lo era el mexicano vendían caro y les iba muy bien".

La planta de las maravillas

El 25 de enero de 1569 el navegante español Alvaro de Mendaña introdujo en Colima la palma de coco (Cocos nucifera), originaria del sureste de Asia, que se adaptó perfectamente al clima de la entidad, explica el historiador Juan Carlos Reyes. Añade que se establecieron grandes plantaciones en terrenos hasta entonces desaprovechados para la agricultura, que atendían esclavos filipinos conocedores del cultivo.

"La palma resultó ser la planta de las maravillas ya que su cultivo requería relativamente poca atención y en seis años ya estaba produciendo. Su tronco, recto y resistente, era ideal para hacer vigas; sus hojas podían usarse enteras para hacer techos y cercas y desechando la vena central podían tejerse", señaló Reyes.

"En la base de las hojas crece el angeo, una tela natural muy resistente que se utilizó para fabricar cedazos y suaderos para cabalgaduras; actualmente se utiliza para adornar sombreros y elaborar artesanías. Por lo que respecta a la fruta, de la parte fibrosa o cáscara se obtiene la estopa de coco, que servía como combustible y para calafatear barcos. La cáscara interior, dura y negra, resultaba ideal para vasos que se tallaban e incrustaban con plata", detalla el historiador.

Como fruta, la pulpa puede comerse tierna; sazonada, se transforma en dulce y se le extrae leche que los indios, chinos y filipinos utilizan para guisar arroz. Madura se convierte en copra, de la que se obtiene aceite con el que se fabricaba jabón y mantequilla.

La savia de la palmera produce una bebida denominada tuba, con la cual los españoles elaboraban vino de cocos, mismo que se convirtió en un gran negocio al comercializarse dentro y fuera del estado. "Durante casi tres siglos, los productos y subproductos del cocotero, especialmente el vino de cocos, fueron el sostén económico de los pobladores de Colima", refirió Reyes.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, la importancia del cultivo comenzó a disminuir "por los problemas de competencia y el bajo precio del aceite", señaló el historiador. Esto ocasionó que según datos oficiales, en los últimos diez años la superficie sembrada de cocoteros se haya reducido en más de 4 mil 402 hectáreas, si bien productores e industriales calculan que el cultivo habría disminuido en por lo menos 7 mil hectáreas.

El fin del negocio

Estadísticas de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, indican que en 1990 habían 32 mil 239 hectáreas sembradas de cocoteros en Tecomán, Armería, Manzanillo, Colima y Coquimatlán que producían anualmente 54 mil 263 toneladas de copra. Para el año 2000, la superficie se redujo a 27 mil 837 hectáreas, con una producción de 43 mil 222 toneladas de copra, cuyo valor comercial es de 146 millones 954 mil 800 pesos.

Según el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, 2 mil 712 familias de Colima viven directamente del cultivo de coco, el cual genera 4 mil 190 empleos permanentes.

Sin embargo, acabaron con el negocio la baja productividad de las palmeras, la amenaza del amarillamiento letal del cocotero -enfermedad que arrasa con las plantaciones-; la invasión de aceite barato de Asia y de palmas africanas establecidas en Costa Rica y el bajo precio de la copra.

A fines de la década de 1980, los productores vivían cómodamente pues las leyes comerciales mexicanas impedían la importación de aceite de coco, mas a partir de 1990 el panorama cambió drásticamente debido a que los cultivadores no estaban preparados para enfrentar la globalización y sustituyeron con limoneros sus palmas. Actualmente ninguno de los dos es negocio.

De acuerdo con el presidente de la Cámara Nacional de la Industria del Coco, Alberto Martínez González, "los productores se acostumbraron a vivir del cultivo sin invertir, pues en un mercado cerrado como lo era el mexicano vendían caro y les iba muy bien".

Por su área de cultivo y producción, Colima es el segundo estado productor de copra del país y el primero en rendimientos por hectárea. Paradójicamente, 80 por ciento de la copra que se industrializa en Colima proviene de los estados de Guerrero, Jalisco, Tabasco y Michoacán, apunta Juan José Martínez González, propietario de Industrias de Tecomán.

Para el empresario, el coco puede volver a ser un buen negocio si se desarrolla un plan integral de reconversión del cultivo respaldado por el gobierno, como lo hizo Filipinas, "donde los productores obtuvieron financiamiento del Banco Mundial de Desarrollo para reconvertir 60 mil hectáreas con híbridos".

Señala que "es obligación del gobierno" ayudar a los agricultores a organizarse y brindarles apoyo para reconvertir sus palmares, en vez de sugerir un cambio de cultivo, como hizo el gobernador de Colima entre 1991 y 1997, Carlos de la Madrid Virgen, quien dijo a los productores: "olvídense del coco".

Proponen alternativas para una industria en crisis

Del coco se obtienen más de cien productos y subproductos, entre ellos mantecas vegetales, leche vegetal con un alto contenido de proteínas, jabones, detergentes y champúes de origen biológico, cremas y cosméticos, fibras para la fabricación de colchones; carbón activado, usado en procesos de purificación del agua y el aire, así como sustrato de cocotero, sustituto de la tierra en la agricultura.

México es deficiente en producción de aceite de coco, reconocen industriales locales, quienes apuntan este año las importaciones "rompieron récord" pues el volumen de producto originario de otros países alcanzó las 80 mil toneladas, siendo que anteriormente se importaban menos de 30 mil toneladas.

Lo peor es que las importaciones se realizan entre diciembre y enero, cuando la producción nacional está en su apogeo, lo que causa un desplome en el precio de la copra.

La tonelada de copra se vende en 3 mil 200 pesos pero cortar la fruta, secarla y transportarla cuesta 2 mil 700 pesos, de modo que la ganancia por hectárea es de apenas 500 pesos.

Los industriales colimenses proponen aumentar los aranceles a la importación de aceite de coco, y establecer una estricta vigilancia para evitar que quienes elaboran productos terminados, con la intención de abaratar sus costos, mezclen el aceite de palma africana, que es más barato y de baja calidad, con el aceite producido en México.

Asimismo, los empresarios locales exigen que el gobierno federal instituya un fideicomiso dedicado a la producción de híbridos.

Por su parte, los productores de coco exigen acceso a créditos internacionales con tasas preferenciales y desarrollar una agricultura por contrato que garantice utilidades a cultivadores y empresarios.