JUEVES 30 DE NOVIEMBRE DE 2000

Ť SETENTA AÑOS DE PRI

Ť La filia, criterio de los 4 últimos mandatarios al conformar su equipo sexenal


Gabinetes priístas, con trapecistas e incondicionales

Ť Sumisos, disciplinados y advenedizos, perfil del funcionario público Ť ''Lo que usted diga, señor presidente'', su lema Ť MMH, CSG y Zedillo conjugaron políticos de viejo cuño con tecnócratas

ojeda-paulada-foro-pri-jpg Rosa Elvira Vargas y José Gil Olmos Ť En los últimos 25 años de la era priísta, los hombres del presidente casi siempre fueron sus amigos, sus allegados o sus aliados. En no pocas ocasiones los nombramientos en los más altos cargos de la administración pública fueron el pago a contendientes que quedaron en el camino, el saldo de compromisos con grupos y sectores de la estructura partidista o, simple y llanamente, un tributo corporativo a los líderes de las hoy extintas fuerzas vivas de ese partido.

Siempre priístas, hasta que Carlos Salinas introduce la primera excepción con Jorge Carpizo; siempre políticos, hasta que De la Madrid incorporó a su equipo a los tecnócratas, como Pedro Aspe. Pero eso sí, todos producto de la voluntad directa del presidente en turno.

Quienes conformaron los gabinetes de José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo no escaparon a la cultura de la sumisión hacia el titular del Ejecutivo. Su lema: ''lo que usted diga, señor presidente", que en este sexenio le valió un "no sea usted lambiscona" a la secretaria de Medio Ambiente, Julia Carabias, de un seco Ernesto Zedillo.

La responsabilidad conferida a veces no dependía de la preparación académica o de la experiencia profesional del designado. Por lo mismo, de un plumazo podían cambiar de función en un solo sexenio -José Antonio González Fernández representa el mejor ejemplo- o repetir en uno más en el siguiente, como ocurrió con Carlos Hank González, Jesús Silva diaz-serrano-jorge Herzog y Pedro Ojeda Paullada, entre otros.

A fin de prevenirse de algún revés político que los ''sacara de la jugada'', los hombres del presidente guardaban disciplina total a la espera de mejores tiempos. También era frecuente ver mudanzas desde Educación Pública a Comercio, y de ahí a Relaciones Exteriores, como sucedió con Fernando Solana Morales, quien todavía vivió una segunda estancia en la SEP en el sexenio de Carlos Salinas.

Cómo olvidar a Pedro Ojeda Paullada (quien tiene el récord de acumular cuarenta años en cargos públicos y políticos, desde tiempos de Adolfo López Mateos). Lo mismo ocupó la PGR que la Secretaría del Trabajo y más tarde la de Pesca, en medio de lo cual también se dio tiempo para ser presidente nacional del PRI, entre otros muchos puestos.

Hay incluso un no priísta a quien dicha condición no le impidió correr con suerte laboral el sexenio salinista: Jorge Carpizo McGregor. En ese periodo terminó su rectorado en la UNAM y tiempo después fue el primer presidente de la CNDH. De ahí pasó a la PGR y por último fungió como titular de Gobernación.

Uno de los casos más refinados de ese trapecismo fue, en este mismo sexenio, José Antonio González Fernández: asambleísta en el Distrito Federal, procurador de justicia capitalino, director del ISSSTE, secretario del Trabajo y -siendo abogado de profesión- como secretario de Salud. Todo ello sin incluir, en este mismo lapso, su fallida búsqueda de la candidatura al gobierno de la ciudad de México y la dirección nacional del PRI en sólo siete meses.

Hay personajes con tanta permanencia en los gabinetes presidenciales, que nadie podía darse el lujo de ''sepultarlos'' políticamente: si no eran llamados en el arranque sexenal, más temprano que tarde se les solicitaba para algún relevo. Nombres: Arsenio Farell, Francisco Labastida, Jorge de la Vega, Carlos Hank González, Ignacio Pichardo Pagaza, Víctor Cervera y, en su momento, el propio Porfirio Muñoz Ledo.

Conformar y difundir el gabinete presidencial durante la hegemonía del PRI resultó siempre un acto de unción suprema, porque a partir de ahí no sólo se perfilaba el destino y las posiciones de muchos equipos políticos, sino que impelía al inmediato futurismo. Así, apenas se conocían los nombres de los elegidos en la víspera de la toma de posesión, de inmediato empezaban a tejerse especulaciones sobre quién podría ser el bueno seis años más tarde.

La sociedad, muda, expectante del juego de la gabinetitis, que alimentaba su descrédito hacia la política, reprobaba el evidente compadrazgo, la anticipada corrupción y las componendas que adivinaba con suficiente antelación. ''Es la misma gata, nomás que revolcada'', se escuchaba en los corrillos. Ajenos o sin importarles la percepción popular, en la soledad del poder, el señor presidente definía el destino del país para seis años por medio de sus hombres, como una extensión de sí mismo. El mejor head hunter era él.

José López Portillo o el elogio del nepotismo

Acaso el último presidente que ejerció un poder omnímodo, pues él mismo se decía y sentía parte de un destino manifiesto que le habrían heredado sus antepasados ibéricos para dirigir el país, quien gobernó entre 1976 y 1982 decidió casi exclusivamente en favor de sus amigos... y familiares.

Ausente entonces cualquier normatividad sobre el punto, López Portillo hizo gala de nepotismo y otorgó cargos importantes a sus familiares: a su hijo José Ramón, ''su orgullo'', lo designó subsecretario de Evaluación en Programación y Presupuesto; a su primo Guillermo lo hizo titular en el Instituto Nacional del Deporte. De sus hermanas, Alicia fungió como su secretaria privada y Margarita conjuntó los cargos de directora general de Radio, Televisión y Cinematografía y coordinadora de Teatro de la Nación del IMSS.

Este último caso resultó particularmente escandaloso porque la escritora manejó a su entera libertad y capricho los recursos presupuestales para las artes. Autoproclamada como excelsa creadora y admiradora de Sor Juana Inés de la Cruz, a Margarita llegaron a llamarla, en el medio cultural, la pésima musa. Queda para la historia el hecho de que durante su gestión la producción fílmica descendió notablemente en calidad y cantidad, se incendió la Cineteca Nacional y prestigiados cineastas fuero hostilizados y reprimidos.

Si bien López Portillo concedió responsabilidades a hombres de trayectoria intelectual y solvencia profesional, como Jesús Reyes Heroles -su primer titular en Gobernación-, Jorge Castañeda en la Cancillería, e incluso al afamado arquitecto Pedro Ramírez Vázquez como secretario de Obras Públicas, el presidente se movió casi siempre por los múltiples vericuetos de la amistad.

A Arturo Durazo Moreno, su gran amigo de la infancia y a quien hace unos meses lloró en su sepelio, lo designó jefe de la policía del Distrito Federal y toleró todos sus excesos y enriquecimientos escandalosos, entre ellos el haberse autonombrado general y conseguir para sí un doctorado honoris causa.

Otros de sus muy cercanos fueron Francisco Merino Rábago, titular de la entonces Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, y Antonio Toledo Corro, a quien envió a la Secretaría de la Reforma Agraria en 1978, para sustituir a Jorge Rojo Lugo. Este último forma parte de una dinastía política hidalguense que supo ubicarse en altos mandos administrativos y políticos, como lo prueban las trayectorias de Humberto Lugo Gil y Adolfo Lugo Verduzco.

Con todo y el poder acumulado, las cosas no siempre le resultaron a López Portillo. En 1979 ''rompió'' con Jesús Reyes Heroles y se rumoró entonces que fue a raíz de un diferendo por la aceptación presidencial a la visita del papa Juan Pablo II a México. Al veracruzano lo sustituyó por el también viejo político Enrique Olivares Santana, ex gobernador de Aguascalientes.

Ante una compleja situación económica, resultado del excesivo endeudamiento fomentado por las expectativas de enormes ingresos petroleros, que lo llevaron al desvarío, pues en un mensaje previno a los mexicanos que se prepararan para ''administrar la abundancia'', y que a la postre lo llevó a nacionalizar la banca y heredar una pesada deuda externa, el presidente tuvo que echar mano de tres secretarios de Hacienda: Julio Rodolfo Moctezuma Cid, David Ibarra M Aspe A, Pedro uñoz y Jesús Silva Herzog.

Contratiempos similares enfrentó en Programación y Presupuesto, de la cual saldría su sucesor en la silla presidencial. En esa posición se habían ubicado Carlos Tello Macías, Ricardo García Sainz y, tras el destape de Miguel de la Madrid, Ramón Aguirre Velázquez.

Jorge Díaz Serrano, el poderoso director de Pemex, figuró entre la pléyade de amigos a los que López Portillo distinguió con elevados cargos, y entre los cuales también se encuentran Guillermo Rosell de la Lama a quien, para hacerlo gobernador de Hidalgo, sustituyó en Turismo por la primera mujer que llegaría a una secretaría, la doctora Rosa Luz Alegría.

Desde entonces empezaría a cobrar notoriedad el profesor mexiquense y ex gobernador del estado de México, Carlos Hank González, característico por su incalculable fortuna y porque ocupó cargos públicos durante tres sexenios consecutivos.

De la Madrid y el arribo de los primeros tecnócratas

Ante los niveles de escándalo que alcanzó la corrupción con su antecesor y en medio de una crisis económica que golpeaba a la población con altísimas tasas de inflación y el acaparamiento de productos básicos, el presidente que gobernó de 1982 a 1988 prometió renovación moral y orden en las finanzas públicas.

Creó la Contraloría General de la Federación, que tuvo como titulares a Francisco Rojas Gutiérrez e Ignacio Pichardo Pagaza. Pero también realizó diversos cambios en otras dependencias. Paulatinamente fueron cobrando relieve jóvenes profesionistas, con estudios de posgrado en el extranjero, de entre los cuales saldría su relevo: Carlos Salinas de Gortari.

Economista de Harvard e hijo de un ex secretario en la administración de Adolfo López Mateos, Salinas ocupó la Secretaría de Programación y Presupuesto, y desde ahí organizó el programa económico liberal que seis años después desplegaría como presidente de la República. En esa dependencia concluyó el sexenio Pedro Aspe Armella.

 

En la Secretaría de Hacienda, el presidente había ratificado a su amigo Jesús Silva Herzog, quien instrumentó la polí serra-puche tica económica, pero no pudo con el empuje de Salinas de Gortari. En 86, el primero salió de esa dependencia y vivió un "destierro dorado" como embajador en España.

Salinas lo rescató en Turismo y más tarde lo envió a la embajada de México en Washington. La carrera política de Silva Herzog pasaría su peor prueba este año, cuando buscó su primer puesto de elección popular, la jefatura de Gobierno del Distrito Federal y quedó en la tercera posición.

A la entonces llamada Secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestatal, hoy Energía, De la Madrid llamó a quien a la postre sería el primer candidato del PRI a la Presidencia en ser derrotado: Francisco Labastida Ochoa. Fue relevado por Alfredo del Mazo, en 1986, y cerró Fernando Hiriart.

No tardaron en trascender algunos ''excesos'' del titular de Agricultura, Eduardo Pesqueira Olea, quien en 1984 había relevado a Horacio García Aguilar. Tampoco se distinguía por su discreción el entonces regente capitalino Ramón Aguirre Velázquez. Ambos, se decía, hacían las delicias de su amigo el presidente por su afición a cantar bien las rancheras y divertirse de lo lindo en las fiestas privadas.

Así, en un sexenio que había arrancado con la divisa de la moralidad no faltaron los señalamientos de corrupción, como fue el caso de Rodolfo Félix Valdés, quien había comenzado como secretario de Comunicaciones y Transportes y fue relevado en 1984 por Daniel Díaz Díaz. Además, cuando ocurrieron los temblores de septiembre de 1985, surgieron denuncias por los oscuros vínculos con constructoras y el desaseado manejo de los fondos para la reconstrucción del titular de la desaparecida Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología, Guillermo Carrillo Arena.

La presión pública llevó a decidir su relevo, en febrero de 1986, por un personaje que en el siguiente sexenio sería clave en el equipo de gobierno: Manuel Camacho Solís.

En Educación Pública comenzó Jesús Reyes Heroles, hasta su muerte, en 1985, y terminó Miguel González Avelar.

Con De la Madrid permaneció durante los seis años Guillermo Soberón en la Secretaría de Salud. Desde entonces, el que también fue rector de la UNAM o sus allegados han permanecido en diversos cargos de la administración pública.

En ese sexenio destacó un personaje al que desde muy joven se le asignaron cargos importantes: Porfirio Muñoz Ledo. Tuvo las secretarías de Trabajo ( de 1972 a 1975, con Luis Echeverría) y de Educación Pública (con López Portillo), así como varias representaciones diplomáticas. Casi al finalizar esa administración conformó una corriente democratizadora al interior del PRI (del que había sido presidente nacional entre 1975 y 1976), en la que participaron, entre otros, Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y Rodolfo González Guevara.

Los frustrados intentos de reformar al PRI condujeron a ese grupo a renunciar en 1987 al partido e impulsar la primera candidatura de Cárdenas a la Presidencia. Años más tarde, integraron la mayor fuerza política de izquierda de la historia reciente de México: el PRD.

Carlos Salinas de Gortari y el proyecto transexenal

Producto de un proceso del que todavía hoy muchos dudan, el presidente de 1988 a 1994 conformó un equipo mezcla de fuertes figuras políticas -hizo venir de Veracruz a Fernando Gutiérrez Barrios a la Secretaría de Gobernación- y tecnócratas, entre éstos Pedro Aspe, Jaime Serra Puche, Luis Donaldo Colosio y Ernesto Zedillo.

Aunque su equipo reflejaba su control absoluto en el ejercicio de gobierno, muy temprano se demostraría que en esa tarea José Córdoba Montoya, jefe de la Oficina de la Presidencia, resultaba central.

Salinas empezó su mandato con golpes espectaculares a la estructura corporativista, como el desmantelamiento de los feudos de Joaquín Hernández Galicia, en el sindicato de Pemex, y de Carlos Jonguitud Barrios en el SNTE. Camacho Solís, desde la regencia capitalina, operó políticamente un sinnúmero de conflictos, incluso fuera de su ámbito formal de competencia, siempre con la anuencia del presidente y, al mismo tiempo, en la búsqueda de alcanzar la máxima candidatura priísta.

El presidencialismo vivió nuevas épocas de esplendor con Salinas. Los secretarios operaban como extensiones para sus proyectos transexenales: Luis Donaldo Colosio y el Programa Nacional de Solidaridad; Víctor Cervera y Arturo Warman desde la Reforma Agraria, con las reformas al artículo 27 constitucional.

Además, mediante Jaime Serra negoció el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá; Andrés Caso Lombardo y Emilio Gamboa, en Comunicaciones y Transportes, se encargaron de la concesión de la red de carreteras federales, y por medio del embajador Agustín Téllez Cruces, negoció el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con El Vaticano, luego de más de un siglo de rompimiento.

A Ernesto Zedillo, a quien llevó a la SEP como segundo de los cuatro secretarios en esa cartera durante su sexenio, le encargó aplicar la modernización de la educación básica en 1992, la cual implicó no sólo una nueva ley general educativa sino la modificación completa del currículo de ese nivel y el comienzo de la reformulación total de los libros de texto gratuito.

Con estas acciones se cumplía el proyecto de país diseñado por Salinas y éste aparecía ante los ojos de México y del mundo como un mandatario exitoso y cautivador, por el cual el país trascendía, al menos en el discurso, su permanente condición de pobreza al ser aceptado en el exclusivo círculo de la OCDE.

Luis Donaldo Colosio fue designado candidato presidencial. Con ello, Carlos Salinas se preparaba para el último año de su gestión coronada de triunfos. Pero el primero de enero de 1994, día en que entraba en vigor el TLC, la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y su declaratoria de guerra al gobierno mexicano interrumpió el festejo y frustró todas las expectativas del mandatario.

De inmediato se produjeron cambios en el gabinete, los que continuarían más tarde a raíz de los asesinatos de Luis Donaldo Colosio, en marzo, y de José Francisco Ruiz Massieu en septiembre. En Gobernación retiró a Patrocinio González Blanco Garrido, ex gobernador de Chiapas, y recurrió de nuevo al jurista sin partido, Jorge Carpizo.

Con un ánimo vapuleado, Salinas aceptó la propuesta de Manuel Camacho Solís de designarlo comisionado para la paz en Chiapas, sin sueldo, por lo que el ex regente dejó Relaciones Exteriores -donde fue enviado luego de su berrinche por no haber logrado la candidatura priísta- y concluyó el tercer titular de esa dependencia, Manuel Tello Macías.

Esta nueva encomienda política a Camacho molestó sobremanera a Colosio Murrieta, para entonces protagonista de una gris campaña a la que se daba muy poca atención, pues ésta era captada por el conflicto en Chiapas.

Salinas cerró con la nada despreciable cantidad de cinco titulares de la PGR: Enrique Alvarez del Castillo, Ignacio Morales Lechuga, Jorge Carpizo, Diego Valadés y Humberto Benítez Treviño. Y en la Procuraduría de Justicia capitalina, también fueron cinco: Ignacio Morales Lechuga, Miguel Montes, Diego Valadés, Humberto Benítez Treviño y Ernesto Santillana.

Sólo cuatro integrantes del gabinete original concluirán

Más allá de una designación en la que casi todos eran muy conocidos, quien hoy cierra su mandato -y con él la larga era del PRI en la Presidencia de la República- ofreció como máxima sorpresa de su gabinete la designación del primer militante panista en un gabinete priísta: Antonio Lozano Gracia.

También incluyó a dos funcionarios sin militancia: Juan Ramón de la Fuente, en Salud, y Julia Carabias, en Semarnap.

Y así, al último día de la administración zedillista sólo llegan cuatro de los anunciados hace seis años: el general Enrique Cervantes Aguirre, en la Sedena; José Ramón Lorenzo Franco, en Marina; Herminio Blanco, en Comercio, y Julia Carabias, en Semarnap.

Los diversos cambios que realizó el Presidente a su gabinete no siempre fueron para promover al desplazado hacia otras funciones. Antes de un mes en Los Pinos, despidió a Jaime Serra Puche de Hacienda por su responsabilidad en la detonación de la crisis económica conocida como el error de diciembre. Nunca le dio otro cargo.

El segundo, y también en los albores del sexenio, fue Fausto Alzati, a quien se descubrió sin los títulos académicos que había presumido en el sexenio anterior, cuando fue el director de Conacyt. Lo relevó de la SEP y llamó a Miguel Limón Rojas, primero de los tres titulares que tuvo estos seis años la Reforma Agraria.

Con un estilo distante y ajeno, que se reflejó lo mismo en su trato con la población que con sus propios subordinados, Zedillo no puso reparos para remover incluso a políticos de su cercanía, como Esteban Moctezuma, primer secretario de Gobernación y a quien más tarde reivindicó en Sedeso. Por la primera pasaron también Emilio Chuayffet, Francisco Labastida y Diódoro Carrasco.

La rápida salida de Serra Puche originó el primer movimiento múltiple en el gabinete: Guillermo Ortiz pasó de Comunicaciones y Transportes a Hacienda (hoy es gobernador del Banco de México); Carlos Ruiz Sacristán fue traído de Pemex a la SCT, y a la paraestatal fue llamado Adrián Lajous; por Agricultura también desfilaron tres titulares: Arturo Warman, Francisco Labastida y Romárico Arroyo.

La Secretaría de Trabajo tuvo cuatro encargados del despacho: Santiago Oñate, Javier Bonilla, José Antonio González Fernández y Mariano Palacios Alcocer. Tres titulares hubo también en Sedeso (Carlos Rojas, Esteban Moctezuma y Carlos Jarque); tres en Energía (Ignacio Pichardo, Jesús Reyes Ťcamacho-solis-manuel-jpg Heroles y Luis Téllez), e igual número en Hacienda (Serra, Ortiz y José Angel Gurría).

Asimismo, hubo dos cancilleres (Gurría y Rosario Green); dos titulares en Salud (Juan Ramón de la Fuente y José Antonio González Fernández); dos en Turismo (Silvia Hernández y Oscar Espinosa Villarreal), dependencia que se quedó sin titular, pues Héctor Flores Santana sólo fue encargado del despacho, y dos procuradores (Antonio Lozano y Jorge Madrazo).

Sin faltar acusaciones de corrupción a alguno de sus colaboradores, y de manera destacada Oscar Espinosa Villarreal, quien se encuentra prófugo, en su sexenio Zedillo debió enfrentar el suicidio de varios funcionarios: el subsecretario de Comercio, Raúl Ramos Tercero; el oficial mayor de la PGR, José Manuel Izábal Villicaña, y el del secretario de Transporte en el gobierno capitalino, Luis Miguel Moreno.

Este es el último gabinete de un gobierno priísta. Esta vez habrán de repetir, paradójicamente, sólo algunos de segundo nivel, como Santiago Levy, Benjamín González Roaro y Alfredo Elías Ayub. Al amiguismo, la cercanía o el compadrazgo se le añaden ahora los head hunters. Y de nuevo, ahora con el PAN, se imponen los compromisos económicos, políticos y hasta sentimentales Ťantonio-lozano-gracia ...