VIERNES 1o. DE DICIEMBRE DE 2000

Vehículo presidencial por décadas, el ferrocarril vio pasar ya su mejor época


Un ruidoso y humeante anacronismo

Mireya Cuéllar Ť El tren de pasajeros es parte de un México que ya se va, que se fue con el siglo. En él viajaron la aristocracia porfirista, la revolución de 1910, la rebelión delahuertista, la guerra cristera y todos los presidentes de la República de la primera mitad del siglo: Porfirio Díaz, en el Tren Amarillo; Venustiano Carranza, en El Dorado, y de Plutarco Elías Calles hasta Adolfo Ruiz Cortines, en El Olivo.

Los pullman con baño, los asientos acojinados y los carros comedor llegaron a México a finales del siglo pasado. El ferrocarril fue la imagen de orden y progreso que deseaba proyectar el régimen. Porfirio Díaz dio tanto impulso al rítmico, ruidoso ciempiés, que de los 26 mil kilómetros de vía con que cuenta hoy el país, 20 mil son parte de su herencia. El viejo dictador hizo en tren su último recorrido por el país, de México a Veracruz. De él bajó para iniciar en el Ypiranga un viaje sin retorno.

No fue el único que tuvo ese destino. El corte de las vías entre Rinconada y Aljibes -Puebla- detuvo la huida de Venustiano Carranza hacia el puerto de Ve tren olivo racruz en 1920, obligando al Varón de Cuatro Ciénegas a internarse en la sierra, donde fue asesinado. "Al caer la tarde nos hallábamos reunidos con el Presidente en el saloncillo del Tren Dorado. Las locomotoras permanecían con los fuegos apagados. Las macizas estructuras de los carros descansando sobre las ruedas daban tal impresión de inmovilidad que parecía no haber ya fuerza en el mundo capaz de hacerlas avanzar un solo milímetro", escribió Fernando Benítez en El Rey Viejo, una recreación literaria de la fallida huida.

Carranza había montado en el tren no sólo a los miembros de su gabinete, sino a batallones enteros, las mujeres de los soldados, niños... Ahí estaban las bolsas llenas de oro con las reservas del país. El Tren Dorado llevaba 150 millones de pesos oro. El mayor Adolfo Ruiz Cortines, quien años después sería presidente, se hizo cargo de escoltar hasta la capital el tesoro abandonado en Aljibes y lo entregó al nuevo presidente de México.

Casi todos los caudillos revolucionarios, de Carranza y Villa a Alvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, se hicieron retratar en el estribo del ferrocarril.

Ya entrada la década de los veinte, este último ordenó que se construyera un nuevo tren: El Olivo. En su mejor época fue considerado el segundo más lujoso del mundo, "sólo superado por el convoy papal", según las crónicas de la época. El carro comedor contaba con vajillas de oro y plata. El Olivo estaba formado por seis carros de lujo comprados a la empresa Pullman de Chicago. Con modificaciones sexenales, dio servicio de 1924 hasta finales de los cincuenta.

Partidas de dominó; lecciones políticas

-Toda medida política debe tener una salida -respondió el presidente Ruiz Cortines sin dejar de mover las piezas de dominó cuando Ignacio Morones Prieto le comentó, con molestia, que en ese momento estaban "destapando" en el Distrito Federal a Adolfo López Mateos, mientras el Presidente y parte de su gabinete se desplazaban en El Olivo camino de Nogales, Sonora. Morones aspiraba a ser el sucesor.

El Olivo, aunque muy presidencial, ya resultaba incómodo hacia finales de los cincuenta -el frío o el calor se sentían con intensidad-. Los biógrafos de Ruiz Cortines dicen que éste se comportaba como si tuviera que cuidar un legado histórico del que se sentía depositario. Sus giras presidenciales no solía hacerlas en avión o en automóvil, sino en el viejo tren. La ventaja, solía bromear cuando alguien se quejaba, era que podían organizar buenas partidas de dominó.

Un sexenio antes, el presidente Miguel Alemán Valdés había impulsado la construcción de una red carretera. Para ese entonces los ferrocarriles ya estaban en crisis y no se vio muy interesado en ellos a un presidente que alguna vez dijo que quería "que todos los mexicanos tuvieran un Cadillac, un puro y un boleto para los toros".

El último presidente que viajó en tren fue Carlos Salinas de Gortari. De hecho, inició su campaña con un recorrido de Querétaro a Monterrey en un tren de 16 carros, donde además de los periodistas iban 80 invitados especiales y 30 parientes. Pero eso fue sólo echar un vistazo a la historia. Ya López Mateos -o López Paseos, como se le conocía popularmente- había usado un Carabell francés. Gustavo Díaz Ordaz casi no viajó y Luis Echeverría lo hizo en burro, lancha, ferrocarril, barco, avión...

El silbato del tren se escuchó cada vez menos. José López Portillo bautizó como Quetzalcóatl al avión presidencial; Miguel de la Madrid se desplazó en el que hoy se conoce como TP-02 y compró el TP-01, adquisición que tantas críticas le valió y que disfrutaron Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Todo indica que el pito del ferrocarril no volverá a sonar.