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México, D.F. viernes 1 de diciembre de 2000 
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Editorial
 
NUEVO TIEMPO MEXICANO 

SOL La sucesión presidencial que tiene lugar hoy en México es una circunstancia histórica para el país y para el mundo. Con la asunción de Vicente Fox como presidente de la República termina el régimen de partido de Estado más longevo del mundo, y un prolongado ciclo de desarrollo, creación de instituciones y modernización, pero también de corrupción, antidemocracia y pillaje económico. 

A largo plazo, la historia irá estableciendo, en las próximas décadas, el balance de ese periodo de la historia nacional. En lo inmediato, el país entra a un terreno que resulta, al mismo tiempo, esperanzador, incierto y hasta ominoso. 

Sin duda, el estreno del primer gobierno no priísta en siete décadas es visto, por buena parte de la sociedad, como una bocanada de aire fresco y una oportunidad para resolver, con nuevas actitudes, las añejas y múltiples distorsiones de la administración pública. Ciertamente, la circunstancia presente abre perspectivas para el ejercicio de la voluntad política, del saneamiento y la moralización del aparato gubernamental, pero suponer que la mera llegada de Fox a la Presidencia acabará por sí misma con los principales vicios del sector público, sería un injustificado exceso de optimismo. 

Por otra parte, en la sociedad se han hecho escuchar fundadas preocupaciones ante los peligros más evidentes para esta transición histórica: por una parte, los barruntos de continuidad entre el nuevo gobierno y los tres precedentes, sobre todo en materia de política económica; por otra, los antecedentes de intolerancia y autoritarismo de sectores ultraderechistas cercanos al foxismo y que, a partir de hoy, podrían verse tentados a emprender una regresión nacional en gran escala en aspectos educativos, religiosos y de libertad de expresión y creación. Un tercer factor que genera inquietud en la opinión pública es la falta de experiencia y de lo que podría definirse como "modales de gobierno" por parte del equipo que rodea al nuevo presidente. 

Con todo, la faceta más auspiciosa del nuevo tiempo mexicano es que inicia un ejercicio presidencial con contrapesos reales en el Legislativo, en el Judicial y en los niveles estatal y municipal, y en condiciones de una fiscalización ciudadana sin precedentes. Tales circunstancias son la mejor garantía de concreción para los buenos propósitos expresados por el nuevo mandatario y para una consolidación de la cultura democrática en el país. 

Cabe hacer votos, finalmente, porque el gobierno que comienza sea capaz de dejar atrás, así sea en alguna medida, las desoladoras distancias, agigantadas en el curso de los últimos gobiernos priístas, entre el poder público y la ciudadanía, entre las palabras y las acciones, entre los discursos oficiales y la realidad nacional.

 

 

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