DOMINGO 3 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť José Agustín Ortiz Pinchetti Ť

En primera persona

Rara vez he utilizado este espacio para una noticia autobiográfica. Lo he hecho en cada coyuntura en que he tomado una decisión para actuar o no en la política, y hoy que me veo convertido en secretario de Gobierno del Distrito Federal quiero compartir con los que frecuentan mis artículos los motivos que tuve para aceptar la invitación de Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno electo.

Se me ha invitado para cumplir una misión que incluye tres vertientes principales: colaborar en la cristalización de la reforma política del Distrito Federal, empresa en la que he participado desde 1993, cuando organizamos el plebiscito ciudadano; trabajar en el establecimiento de relaciones respetuosas y de colaboración con los poderes formales que interactúan y "colindan" con el gobierno capitalino, y finalmente participar en la construcción de la estrategia del nuevo gobierno.

Contrastando con los oscuros augurios de muchos que me felicitan condolidos (te sacaste el tigre, hermano), estoy optimista por varias razones. La primera es que estas tareas representan la posibilidad de tender puentes políticos e impulsar reformas democráticas. Para eso me he preparado en 15 años de actividad ciudadana, realizada desde los grupos y clubes "maderistas" y sin los recursos del poder político con los que ahora contaré.

Esta es una razón personal, pero hay otra llamémosle ambiental. La misión que me han encomendado se dará en un ambiente nuevo y mucho más favorable. El Distrito Federal a partir de 1997 estuvo acosado con verdadera ferocidad por el sistema presidencialista monárquico, lo que dañó al primer gobierno democrático y a la capital. Sin hacernos demasiadas ilusiones, creo que el nuevo gobierno federal es radicalmente distinto de su antecesor inmediato. Lo es por la simple razón de que no surgió del dedazo de un testador agonizante, sino del voto indisputable de millones de mexicanos, incluyendo una buena cuota de capitalinos. El nuevo Presidente ha proclamado que colaborará con el gobierno capitalino. Vicente Fox ha designado como su principal oficial político a Santiago Creel, a quien no pueden disputarse sus méritos como activista de la transición democrática. Ha sido nuestro cómplice, junto con otros muchos, en la batalla que muchos creímos brega de eternidad y que ahora culmina con la alternancia que abre las puertas de la democracia y de la modernización de México.

Por lo que toca a mis colaboraciones en La Jornada y otros medios, es probable que les dé un nuevo giro. Mis opiniones políticas no pueden tener -mientras las publique siendo secretario de Gobierno- el talante de genuina independencia y libertad que he mantenido -como a todos les consta- hasta la última de mis colaboraciones. Este cambio de giro o este alejamiento entristecen. Es doloroso renunciar a la producción semanal del "huevo colérico", según calificó don Fernando Benítez al producto de los opinólogos. Hoy contemplo con cierta ternura maternal de una gallina a los casi 700 artículos que produje durante 15 años. La actividad de opinólogo es una de las más estimulantes y satisfactorias de mi vida. La que me abrió las puertas no sólo del fascinante mundo de tribus, amores y odios del periodismo mexicano (que está esperando ansioso a uno, varios, muchos novelistas), sino también a la vida pública (que también necesita muchos novelistas).

Le agradezco profundamente a Miguel Angel Granados Chapa que me hubiera invitado, y a Carlos Payán y a Carmen Lira, los dos directores de este periódico, que me hubieran soportado. Podría decir adiós, hasta luego, o hasta pronto, pero prefiero decir hasta muy pronto, porque cavilo ya alguna forma de colaboración testimonial sobre mis actividades que pueda resultar interesante para los lectores sin estar contaminada con el veneno de la política activa.

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