DOMINGO 3 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Alrededor del Zócalo y en el antiguo Ayuntamiento, estrictas medidas de seguridad
En México están mis mayores relaciones afectivas: Castro
Ť Esta es la "patria del hemisferio" para refugiados, perseguidos y revolucionarios, afirmó
Ť Simpatizantes del mandatario cubano le llevaron mariachis la noche del viernes
David Aponte Ť Los recuerdos se agolparon en Fidel Castro: la ayuda de los mexicanos, el puerto de Tuxpan, el Granma y la llegada de los rebeldes a tierras cubanas el 2 de diciembre de 1956, hace 44 años, para iniciar la Revolución. Y dejó atrás las reservas: "De ningún país he leído tanto como de México. Con ningún país tengo tantas relaciones afectivas como con México".
México, la "patria del hemisferio" para los refugiados, los perseguidos, los revolucionarios. El México de 1955, donde un puñado de personas, el propio Fidel, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos, preparó el movimiento armado. El México que ahora tiene que ser "salvado y fortalecido" ante los muchos problemas sociales. Todo eso en sus propias palabras.
De pie, durante una hora con 55 minutos, el presidente cubano hizo un recorrido por la historia y la inevitable relación entre ambas naciones. Apenas hace una semana, el líder cubano criticaba el acercamiento de México con las posiciones de Estados Unidos. Ayer se mostró cálido.
"México siempre está presente en la memoria histórica del pueblo de Cuba", afirmó en el Patio Virreinal del Antiguo Ayuntamiento.
Ceremonia de la jefatura del gobierno capitalino para declarar a Castro huésped distinguido y entregarle el pergamino, la medalla y las llaves de la ciudad. Alrededor de 300 invitados, ninguno del nuevo gobierno federal. Asistentes de la izquierda mexicana vestidos con elegantes trajes sastre oscuros, excepto Salvador Martínez de la Rocca, El Pino.
Los invitados empezaron a llegar antes de las 9 de la mañana. El Estado Mayor Presidencial cerró la zona aledaña al edificio, y más tarde el Zócalo, desde la avenida 20 de Noviembre. Los grupos Fuerza de Tarea y Alamo ocuparon los techos de los edificios aledaños, con rifles de alto poder.
El Patio Virreinal recibió a los invitados, a los funcionarios que ya se van, a los legisladores del PRD, al nieto del ex presidente Lázaro Cárdenas, el ahora senador, del mismo nombre. La calle, a cientos de personas con pancartas, que desde lejos buscaron mirar a Castro, quien a los 29 años visitó por primera vez la capital mexicana.
Aunque más tarde el propio mandatario cubano dijo sentirse seguro en tierras mexicanas, por aquello del atentado que prepararon grupos anticastristas en Panamá, los invitados tuvieron que sujetarse a estrictas medidas de seguridad, coordinadas por agentes de la isla.
Poco a poco, los asistentes ocuparon sus lugares. Lo mismo el ex delegado en Cuauhtémoc, Jorge Legorreta, Amalia García, Martí Batres, Imanol Ordorika, Ramón Sosamontes, que Superbarrio y el diputado Félix Salgado Macedonio. Y en los corredores, los comentarios sobre las actualmente desastrosas relaciones político-diplomáticas entre México y Cuba, herencia de la administración federal que entregó el poder al PAN.
"Peor no podían estar", comentó la noche anterior el canciller cubano Felipe Pérez Roque, quien llegó al hotel Intercontinental acompañado del canciller Jorge G. Castañeda. Posibles signos de una mejor relación bilateral
Pero, Fidel no olvida a México. La madrugada del sábado estuvo con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en una tertulia con mariachi. El cubano pidió que le tocaran Cielito lindo.
Las autoridades del gobierno capitalino lo recibieron a ritmo de marimba, con Las perlitas y Ay Jalisco, no te rajes. Fidel llegó al inmueble a las 11:08 horas. Rosario Robles lo recibió en las puertas del Antiguo Ayuntamiento. Ambos sostuvieron una plática privada durante 20 minutos. Después, el mandatario salió a uno de los balcones para saludar a cientos de personas que se congregaron en el Zócalo.
Adentro y afuera le gritaron vivas a Cuba y al propio Fidel. De elegante traje gris oxford, el invitado bajó al Patio Virreinal, abrazando a Robles. Los dos ocuparon su lugar en la mesa de honor, flanqueados por Armando Quintero, presidente de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, y el presidente del Tribunal Superior de Justicia de la capital, Juan Luis González.
Caminador incansable
Rosario Robles pronunció un breve discurso, para recordar los fuertes lazos de amistad entre México y Cuba, y el paso de cubanos ilustres por esta ciudad, desde José María Heredia, José Martí, hasta "el caminador incansable", Fidel Castro. Por supuesto, no faltó la mención del apoyo mexicano al movimiento revolucionario y el nombre del compatriota Alfonso Guillén, quien zarpó en el Granma en noviembre de 1956.
Entre gritos de "šFidel, Fidel!", recibió la medalla con el escudo de la ciudad, el pergamino y la llave. Al momento que pasaba al atril, el diputado Salgado Macedonio le gritó: "šDuro, comandante!" Y el cubano comenzó a hablar en voz baja, muy baja, que fue subiendo de tono conforme escuchaba los aplausos que le prodigaron los invitados.
Incansable, recordó el atentado que le prepararon los miembros de la "fundación gusano americana" en Panamá, en el contexto de la décima Cumbre Iberoamericana, y se burló de la CIA: "Algunos me preguntan por qué llevo tanto tiempo al frente del gobierno... Porque la CIA ha fracasado, si ya hubiera atentado contra mí no estaría dando tantas molestias".
Luego comenzó el recorrido por la historia, sus lecturas sobre la Independencia, el Imperio, Benito Juárez, Emiliano Zapata, Francisco Villa, los embates de Estados Unidos contra Cuba y el nuevo orden económico que saquea las riquezas de los países pobres, ya no mediante la explotación de los recursos, sino de los movimientos especulativos de capital.
Muchos temas en la memoria del cubano, incluso los pesares de los migrantes mexicanos que buscan llegar a territorio estadunidense, donde ahora los esperan los modernos "Búfalos Bill" para cazarlos.
Así llegó hasta el 2 de diciembre de 2000, fecha en que "se cumplen 44 años desde el día en que desembarcamos en Cuba", procedentes del puerto de Tuxpan, Veracruz, para iniciar la Revolución.
Los recuerdos de sus días en la ciudad de México, las semanas tortuosas de 1956, ocuparon una parte importante de su discurso.
Obviamente, no pasó por alto la figura de Ernesto Guevara, el hombre que intentó una y otra vez subir el Popocatépetl "y nunca lo logró". Como lo hiciera en 1988, justificó que los líderes de la guerrilla cubana utilizaran el territorio mexicano para realizar los preparativos del movimiento revolucionario. En el plano jurídico violamos las leyes, dijo, pero en el moral tiene una explicación: "México fue una patria para todos los perseguidos del hemisferio. šNo había otro país en el hemisferio" que pudiera jugar ese papel.
"Los rebeldes no queríamos hacer ningún daño a México, sólo que no deseábamos correr ningún riesgo ante los agentes de Fulgencio Batista", siguió ante los aplausos de los asistentes.
Fidel jugó con el presente y el pasado. Desde su llegada leyó la historia mexicana. En alguna ocasión pasó por sus manos un texto de Vida y milagros de Pancho Villa, "de más de 900 páginas".
Intercaló los tiempos una y otra vez para insistir en sus afectos y los cambios del país que él conoció en los años 50. Y para ilustrarlos, mencionó que si hoy lo dejan en cualquier lugar de esta gran ciudad, "estaría más perdido que en la Sierra Maestra".
"De ningún país he leído tanto como de México. Con ningún país tengo tantas relaciones afectivas como con México. Y la Revolución Mexicana fue la primera revolución social... México está lleno de historia. Me pregunto si hay otro país que tenga igual historia. Nosotros no tenemos nada parecido...", expresó.
Fidel no cerró sus afectos para este país con esas frases. Siguió con el presente. "Veo una acumulación de problemas para 100 millones de habitantes, pero veo el deseo de hacer algo por México. Deseo de trabajar con México. ƑCómo hacerlo? Eso nadie tiene que decírselos. Lo saben ustedes mejor que nadie... Les deseo éxito", concluyó.
A las 14:05, el presidente cubano salió del Antiguo Palacio del Ayuntamiento, luego de saludar de mano a funcionarios del gobierno capitalino, y algunos miembros de la izquierda mexicana. Varios cientos de personas lo corearon en la calle.
"šViva Cuba!" "šFidel, Fidel, Fidel!", gritaban los capitalinos detrás de las vallas del Estado Mayor Presidencial. El presidente cubano alzó la vista y saludó con las manos entrelazadas, en señal de afecto. Después, se fue a una reunión privada con intelectuales. Por la madrugada, regresaría a La Habana, según fuentes diplomáticas.
Otro sector comenzó a gritar consignas contra Robles, por el enfrentamiento del viernes entre miembros del CGH y el cuerpo de granaderos.
Prevaleció la calidez
Si por la mañana Fidel Castro fue cálidamente recibido, por la noche, ya casi de madrugada, también obtuvo el afecto de los mexicanos. Con banderitas de los dos países y grandes carteles con la figura del líder revolucionario, integrantes del Movimiento de Solidaridad con Cuba inundaron el lobby del hotel donde se hospedó.
Contentos, ansiosos por escucharlo y hablar con él, esperaron por más de hora y media. Le habían llevado mariachis y sólo aguardaban su presencia para empezar el festejo en su honor.
Poco después de la medianoche, comenzaron a llegar los jefes de Estado al lujoso hotel de Polanco donde se hospedaron desde el pasado jueves; venían de la cena que habían tenido con el presidente Vicente Fox en el Castillo de Chapultepec. Su arribo fue la señal de que en breve llegaría Fidel Castro.
Y en efecto, el dirigente cubano llegó minutos después al lugar, por la calle de Andrés Bello. Los simpatizantes castristas se agolparon a su alrededor; todos trataban de saludarlo, de verlo, de hablar con él, pero pocos fueron los que tuvieron el gusto, pues como ya es costumbre, su equipo de seguridad evitó cualquier acercamiento tratando de evitar un posible atentado.
Tres círculos de guardaespaldas rodearon a Castro, mientras los mariachis empezaron a tocar a la entrada del hotel y las decenas de simpatizantes cubanos coreaban consignas a su favor. "šCuba sí, yanquis no!, šCuba sí, yanquis no!, se escuchó, al tiempo que las decenas de banderitas ondeaban vivamente en medio de la fría noche.
Castro lucía contento. Con un traje negro y un abrigo del mismo color, escuchó a los mariachis y a los contados simpatizantes que lograron acercarse a él. Tumultuoso como fue su llegada a la entrada del hotel, también lo fue su ingreso al inmueble.
Ya en los elevadores, se topó con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien también en ese momento llegaba de la cena con Fox. Se abrazaron, bromearon y hablaron de beisbol, uno de los deportes favoritos de Castro.
Chávez aprovechó para mostrar sus habilidades histriónicas y le cantó al comandante Cielito lindo, con pequeñas modificaciones a la letra: "México, Cuba y Venezuela nunca nos iremos de aquí".
Para entonces el reloj ya marcaba más de la una de la madrugada y, sin embargo, ahí seguía Castro. Firme, a pesar de la agotadora y prolongada jornada del viernes, firme a pesar de los años, firme a pesar del acoso de más de tres décadas. (Con información de Georgina Saldierna y Blanche Petrich)