DOMINGO 3 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Angeles González Gamio Ť
El cuarto del tesoro
Nadie puede negar que en México existe una enorme tradición librera y aquí me permito incluir los bellos libros, que ahora llamamos códices, de nuestros antepasados prehispánicos. Este amor por los libros ha llevado a su recopilación, lo que ha conformado grandes bibliotecas, tanto de particulares como de instituciones. Se habla de que en Texcoco, en donde reinaba el sabio y culto Nezahualcóyotl, había una nutrida biblioteca. Desafortunadamente la mayoría de esos maravillosos documentos indígenas fueron destruidos, de manera muy principal por el obispo fray Juan de Zamarraga, quien los consideraba contrarios a la fe cristiana. Se habla de que la hoguera en donde los quemo, duro ocho días a fuego vivo por la cantidad de papeles que la atizaron. Paradójicamente, el mismo fraile logró la autorización real en 1534, para formar una biblioteca con cargo a los fondos de Catedral, para facilitar las consultas de carácter teológico.
A pesar de las limitaciones que establecía la Inquición, durante el virreinato entraron a la nueva España cientos de libros "prohibidos", entre otros las obras de Erasmo y de clásicos profanos, como Plutarco, Virgilio, Homero e igualmente de escritores españoles como Lope de Vega, Garcilaso y Cervantes. Esto llevó a que varios particulares conformaran buenas bibliotecas, aunque tuvieran libros escondidos. También hubo religiosos que no resistieron la tentación. Con seguridad Sor Juana era de esos; su colección particular conjuntaba cuatro mil volúmenes. Desde luego las bibliotecas mayores estaban en los conventos; el de San Francisco llegó a tener 16.400 libros.
Ese rico acervo conventual, tras la desamortización de los bienes de la Iglesia, paso a conformar lo que se conoce como Fondo de Origen, semilla con la que nació la Biblioteca Nacional, que se estableció en el antiguo convento de San Agustón, por decreto expedido por Benito Juárez en 1867. El magno edificio, ahora en estado lamentable, pues padece severos hundimientos diferenciales, fue remodelado el siglo pasado por los arquitectos Vicente Heredia y Eleuterio Méndez, para quitarle el aspecto religioso. Por fortuna no destriuyeron la hermosa fachada principal, que conserva un gran relieve en el que aparece San Agustín, parado sobre tres heresiarcas y rodeado de ángeles, frailes y prelados.
Ya con indicios de problemas estructurales y en nuestro eterno afán de modernidad, en 1979, la Biblioteca Nacional se trasladó a un soberbio edificio en el Paseo Escultórico de la Ciudad Universitaria. Por su grandeza y hermosura, es el equivalente actual del antiguo convento, en donde permaneció el Fondo Reservado, en una bóveda de seguridad hasta 1985, en el que el terremoto causo daños mayores al inmueble, lo que requirió hacer a toda prisa un edificio anexo a la nueva Biblioteca, para trasladar el valioso acervo. Ambas construcciones, obra de los arquitectos Orzo Núñez y Arcadio Ortíz, se comunican por el llamado "túnel del tiempo".
El bello espacio de maderas doradas, comunica al mundo fascinante de los libros muy raros, muy antiguos, muy bellos: el Fondo Reservado. Quizás lo más impactante es la sala conocida como el Cronológico Mexicano, que bien podemos llamar "El Cuarto del Tesoro", ya que el luminoso espacio circular, custodia los impresos mexicanos más antiguos y valiosos. Como muestra, se puede mencionar la Dialéctica Resolutio, de fray Alonso de la Veracruz, que data de 1554.
En estos impactantes inmuebles, muestra de la mejor arquitectura contemporánea, se encuentra también la Hemeroteca Nacional, que merece su propia crónica. Ambas pertenecen al Instituto de Investigaciones Bibliográficas, que dirige el talentoso Vicente Quirate, escritor, editor y amante de los libros. La Coordinadora de la Biblioteca Rosa María Fernández de Zamora, comenta que custodian š1 millón 100 mil unidades de información!, el Fondo Reservado bajo el cuidado amoroso de Liborio Villagomez, quien lleva 30 años a su cuidado, consta de 200 mil volúmenes y 60 mil manuscritos.
Aunque la Biblioteca Nacional funciona más como un reservorio, ya que no hay préstamo a domicilio y la consulta de varias colecciones esta muy restringida, es un lugar que desde todo punto de vista vale la pena visitar y con la ventaja que en las cercanías esta el restaurante El Encino, con el mismo menú del Prendes y Bellinhausen, así es que no hay pierde. El pescado es siempre fresco y lo preparan excelente. Sólo siga por Insurgentes hasta el núm. 3846.