Jorge Edwards es un escritor iluminado por las metáforas del tiempo, el olor de las palabras, la poética del espacio y las odas verticales del himeneo. Edwards pertenece al limbo literario intensamente reflexivo; su voz es la del narrador en meditación constante de la historia, los mitos, las utopías y los derroteros de la condición humana. Artista y diplomático en Cuba durante la gestión de Salvador Allende, de aquellos años y experiencias extrajo la materia emocional de Persona non grata (1973), especie de novela de aprendizaje y libro de memorias, que le valió el juicio sumario de la izquierda radical que durante aquella década --en pleno apogeo del entusiasmo y el fervor por la revolución cubana--, interpretó la obra como un atentado contra la imagen de Fidel Castro, y cuyo defensor más denodado fue Octavio Paz, quien publicó en las páginas de la revista Plural una serie de artículos demoledores sobre la obcecación de aquellos puntos de vista maniqueos y sectarios, secundado por Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante.
Edwards es reconocido, también, por el resto de su obra: El museo de cera, El whisky de los poetas, Fantasmas de carne y hueso, El origen del mundo, y el retrato en prosa de Pablo Neruda, Adiós, poeta, que le confirió a su autor el III Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias, auspiciado por la Editorial Tusquets. Galardonado con el Premio Cervantes 1999, Jorge Edwards ha publicado recientemente El sueño de la historia, también en Tusquets, una irónica, sorprendente y divertida historia cuyo hilo conductor es la evocación que el Narrador --principal protagonista del relato--, establece entre los avatares de su retorno al Chile de los últimos años de la dictadura, y las vidas escritas del arquitecto italiano Joaquín Toesca y su mujer Manuelita Fernández de Rebolledo --ilustres personajes del siglo xviii--, que emergerán de los enmohecidos documentos a resguardo en la madriguera en la que se refugia el Narrador, como si a través del porvenir y sus absurdas coincidencias, Edwards ilustrara el exilio dentro del exilio en un país asfixiado por la violencia, el caos y la represión.
El sueño de la historia es el parsimonioso itinerario por la serenidad del hombre que contempla la futilidad de las luchas ideológicas e imaginativas (el Narrador), las contradicciones del amor cortés, siempre derrotado por la nomenclatura del deseo que converge en el deshonor y el adulterio (Toesca), y la lucha salvaje por la libertad del cuerpo que reclama, soberbio, lúdico e ingenuo, su pasaporte hacia el placer (Manuelita).
Sobre esto y sobre su visión global del arte literario, conversamos con Jorge Edwards, un escritor que ha revelado que el recuerdo de los otros (y de uno mismo), como los viejos edificios, algún día desaparecerán, ocultos por la niebla o derruidos, del paisaje de nuestras frágiles memorias.
¿Cómo sitúa la figura del escritor en la actualidad?
--La situación del escritor es cambio permanente. Sin embargo, el escritor ha sido --y es--, un personaje necesario en una sociedad. Pero ahora que estamos en la época de la globalización, en la época de la tecnología y de internet, uno se puede preguntar si todavía tiene sentido seguir escribiendo. Sobre todo, seguir escribiendo libros. Mas yo creo que, por un lado, las sociedades siempre han respetado a la creación por medio de la palabra escrita. Digamos la posición que tiene un Shakespeare en Inglaterra, un Cervantes en todo el mundo hispano. Son posiciones superiores. En cierto modo, Inglaterra se define por Shakespeare y España por Cervantes. ¿Y qué sería México sin Alfonso Reyes, sin Octavio Paz? El escritor parece necesario siempre. Incluso ahora, en este comienzo de siglo, porque el escritor es, básicamente, una conciencia crítica, independiente. O por lo menos en los grandes casos ha sido así. Y la sociedad, si se pone complaciente, pierde su autocrítica y no admite la diversidad de opiniones, decae. Eso ocurría en el pasado y puede ocurrir hoy. Imagínalo ahora, que vivimos en una época en que la inteligencia y la transmisión de la información y el conocimiento son clave. Y aunque el escritor no aporta un conocimiento de tipo científico, aporta el conocimiento de la sensibilidad. Un buen escritor debe aportar, más que la inteligencia, el conocimiento o la información, la sabiduría.
--Pero la literatura también es una forma de subversión
--Efectivamente. La literatura ha sido subversiva e incómoda en toda su historia. Por eso se produce esta situación tan extraña, en que las sociedades han castigado y perseguido a los escritores cuando están vivos y luego les pone estatuas. Es algo típico de la relación del escritor con la sociedad. El escritor debe tener una vocación subversiva, por lo menos a nivel de lenguaje. Debe plantear una distancia entre la realidad y la ficción, porque ahí es donde el narrador descubre lo que la gente no ve.
--Lo que sucedió con Persona non grata
--Bueno Yo viajé a Cuba como chileno, enviado por un Chile que comenzó en la revolución. Y pensé: esta forma que ha adquirido la revolución en Cuba no le conviene a Chile: llegaba un hombre de derecha y se indignaban; llegaba un hombre de izquierda y le cantaban alabanzas. Pero ninguno de estos fenómenos concordaba con mi posición. Yo pensaba que había razones para la revolución cubana, algunas muy válidas, pero definitivamente no alcanzaba a comprender el denodado enfrentamiento entre Cuba y Estados Unidos, por ejemplo.
Por tanto, consideré que las condiciones de Chile no eran tan extremas como para llegar a ese nivel de disputa ideológica. Y debido a la misión diplomática que yo tenía, era menester adoptar una postura equidistante, equilibrada, para evitar todo tipo de conflictos. Sin embargo, Persona non grata es un libro que, como muchos críticos y amigos me han comentado, se caracteriza por el equilibrio. Y bueno, esta mirada se debe a que el llamado equilibrio no es otra cosa que la independencia. Porque cuando uno está matriculado en un grupo o una corriente determinada, pierde la ruta de navegación.
--¿Qué conclusiones le otorgó escribir Persona non grata?
--El escritor no tiene conclusiones. No propone fórmulas definitivas. Y aunque sugiere una manera de mirar, una visión posible, el escritor siempre relativiza. Sale de la posición dogmática o por lo menos la pone en tela de juicio. En toda mi vida, la mirada marginal ha sido mi elemento creativo. Y esto puede advertirse desde mi primer libro, El patio, un volumen de relatos sobre la sociedad adulta contemplada por los niños, donde, paradójicamente, la mirada de los mayores es un punto de vista entre ingenuo y sorprendido, donde estos niños-personajes sienten que los mayores son grotescos, un poco absurdos, que hacen cosas inexplicables. Y este libro, curiosamente, es la admonición del futuro de mi obra: la visión marginal, disidente, crítica; la visión del mundo burgués desde los márgenes: de la sociedad santiaguina de la periferia, de la taberna, del prostíbulo, desde los sitios más oscuros, para ir desanudando el mundo interior y exterior, hasta llegar a El sueño de la historia que es, también, la mirada de la historia chilena, por un personaje que no sólo retorna a Santiago, sino que viene de vuelta de las ideologías y llega a un país completamente sacudido y enfermo de ideología, pero que después de dicha enfermedad, convalece en la dictadura. Así que este personaje se encuentra con una historia del pasado de esta nación y, por diversas circunstancias, la relaciona con el presente. ¿Por qué sucede esto? Porque una de las características esenciales del Narrador de El sueño de la historia consiste en que él jamás se reincorpora a la sociedad chilena como un hijo pródigo, sino que lo hace con cierta timidez, dubitativo...
--En estas circunstancias que usted alude como parte del espíritu del Narrador, en El sueño de la historia aparece una intensa reflexión sobre el olor de las palabras...
--El sabor, el olor Las palabras son constelaciones. Tienen más de un sentido, tienen historia. Las palabras son el comienzo de todo
--Y en una visión global de la obra de Jorge Edwards, ¿cuál es el olor de las palabras?
--Yo escribo desde una visión que corresponde al interior de los personajes. Y como mis personajes son chilenos en su mayoría, el tono es el del realismo chileno. Entonces, su olor es a vino tinto, a madera chilena, a calles, a barrio. El olor de las palabras en mi obra corresponde al clamor callejero, a la frase coloquial, a la expresión cotidiana, un poco como el del Sancho Panza de Cervantes, que redescubre el sentido y la inspiración de la lengua cada vez que habla.
--Pero además de revelar y redescubrir el lenguaje, el Narrador de El sueño de la historia también es como una criatura proustiana en constante aprendizaje.
--Nadie me ha comentado esto, pero tienes mucha razón. El Narrador es, definitivamente, una criatura proustiana. Él mismo es como Proust. Quizá porque yo soy un escritor de la memoria, que tiene a la memoria secuestrada y luego la libera. Y El sueño de la historia es la integración de la memoria privada del Narrador y la memoria histórica de la ciudad, del país entero: basta con mirar al personaje de Joaquín Toesca, que pensaba a las piedras como la materia primigenia de lo imperecedero.
Toesca es un obseso de la solidez, de lo eterno, un ser cuya vida fue de lo más contradictoria, si pensamos en las tribulaciones que padeció con Manuelita, su mujer, que representaba la gracia, la fuerza, la naturaleza, pero, al mismo tiempo, la inestabilidad. Toesca es lo que perdura, Manuelita lo efímero, con todas sus virtudes. Así, hay otro elemento simbólico inherente a El sueño de la historia: el encuentro de dos mundos. Toesca es el viejo mundo, Manuelita el nuevo mundo, el Narrador es el presente de la dictadura, y en esto es en lo que coinciden la represión y la libertad. No obstante que Manuelita es lo efímero, al mismo tiempo es la lucha por la libertad. Y lo sólido es a veces muy represivo.
--¿Se planteó usted el pasado como un sueño?
--El sueño es pasado. La poesía es pasado. Pero también existe la pesadilla del pasado, como en ocasiones soñamos el futuro. Se sueña lo que va a venir. Así que en El sueño de la historia hay una alusión al paso del tiempo. Al pasado como sueño, como poesía, como pesadilla y como preparación para el futuro. Quizá esto se refleja en el medio ambiente, con el carácter cíclico de la historia: los desastres naturales, las tragedias de la atmósfera que se involucran o que tienen una estrecha relación con la conciencia, los actos y las actitudes de los personajes: Manuelita busca la libertad, busca el placer, y justo antes de consumar el adulterio se desata una terrible tormenta sobre Santiago. Una lluvia furiosa que sólo se apaciguará después de que ella experimente los placeres y delicias de su cuerpo con el cuerpo de otro, no de su marido.
--Toesca es la poética del espacio, Manuelita la poética del aire
--Efectivamente. Manuelita tiene mucho que ver con el aire. Ella
cree en el mito de "la estampita voladora", un milagro histórico
de Chile. Por eso,
en busca de la libertad, trepa por las paredes, busca la altura, sube
por el aire como una gata
Y esto es el vuelo en constante lucha con el
espacio organizado de Toesca. Un espacio domesticado, que no se desperdicia.
Porque al construir el Palacio de Moneda, Toesca lo proyecta como un palacio
que iba a tener otro palacio dentro. Un espacio con su espacio propio.
Un sitio que pudiera atesorar a otro universo, regido por la idea del infinito.
Toesca es un esclavo del orden ilustrado, del orden moderno y, por qué
no, del despotismo ilustrado.
--Pero, asimismo, como uno de los creadores de la ciudad, es un hombre inmerso en la pasión.
--Porque detrás de la ciudad y su sociedad toesquiana existe una pasión secreta que está ocurriendo en todos lados. La Manuelita con el hijo del vecino, las otras Manuelitas que reclaman su derecho al placer, las Manuelitas de todos los tiempos, de todos los mundos
--Mujeres maravillosas que están presentes en toda su obra, mujeres que no forman parte del retrato de familia
--Claro, las mujeres que más me interesan son las que representan la posibilidad del desorden. Mujeres enigmáticas, mujeres que buscan la aventura. El mundo femenino que más me apasiona es el de aquéllas que no son parte, como dices, del retrato de familia, sino que buscan la épica de lo sensual, que conquistan la tierra del cuerpo, de la carne.
--¿Qué opina del linchamiento colectivo de artistas y escritores?
--Eso me parece atroz. Lo digo como un escritor al que intentaron linchar por Persona non grata (cosa que no consiguieron), mas te puedo decir que en ese momento observé muchas complicidades, algunas incluso vergonzantes. Es decir, mucha gente estaba de acuerdo con el libro, pero para conservar su imagen no hizo absolutamente nada con respecto a esos apasionamientos. Ángel Rama, por ejemplo, me envió una carta de siete páginas en apoyo a Persona non grata, pero nunca publicó nada. Y como él, otros hicieron lo mismo, ya que quien me defendió abiertamente fue Octavio Paz --al que yo no conocía--, porque ninguno de ellos se atrevieron a hacerlo. Todo lo contrario: la gente con la que yo llevaba alguna relación se sumó a los ataques al libro. Julio Cortázar, por ejemplo. Aunque yo creo que Cortázar tenía una visión un tanto ingenua de la política. Era un gran escritor pero con una visión un poco simple, ya que él salió de un Buenos Aires muy intelectual, muy europeo, y llegó a París casi como un escritor francés que escribía en castellano y, a su vez, como el resto de los franceses, Cortázar descubrió América en Cuba.
--¿Prevalecen los fanatismos de la derecha y los sectarismos de la izquierda?
--No del todo, gracias a Dios. Pero siguen existiendo los brotes de radicalismo, las miradas ambiguas, ocultas en lo "políticamente correcto", que son como la vista agazapada de una conciencia colectiva.