Patxi Landeros
y Leticia Flores Farfán
entrevista con
Eugenio Trías
La razón fronteriza
Patxi Landeros
es catedrático de la Universidad de Deusto, Bilbao, y Leticia Flores
Farfán es catedrática de la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM. Unieron sus fuerzas para entrevistar al filósofo
catalán Eugenio Trías. Los temas de sus dos últimos
libros, La razón fronteriza y Ética y condición
humana, constituyeron el núcleo central de una entrevista en
la cual las tres inteligencias concluyeron que "el filósofo, desde
Platón, es gran escritor o no lo es". Por último, Trías
propone hermanar a Platón con Nietzsche, pues ambos mantenían
vivo el gozo por la escritura y el estilo.
El filósofo y ensayista Eugenio Trías (Barcelona, 1942), profesor de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona, ha recibido diversos premios, como el Nacional de Ensayo en 1982 por Lo bello y lo siniestro, Premio Nueva Crítica en 1974 por Drama e identidad, Premio Anagrama de Ensayo en 1976 por El artista y la ciudad, Premio Ciudad de Barcelona en 1995 por La edad del espíritu, y el Premio Internacional Nietzsche en 1995 otorgado como reconocimiento al conjunto de su obra. Entre sus obras, además de las arriba citadas, se encuentran: La filosofía y su sombra (1969), Filosofía y carnaval (1970), Teoría de las ideologías (1970), Metodología del pensamiento mágico (1971), Meditaciones sobre el poder (1976), La memoria perdida de las cosas (1977), Tratado de la pasión (1978), El lenguaje del perdón (1979), Los límites del mundo, Lógica del límite, La aventura filosófica (1988), Pensar la religión (1996), La razón fronteriza (1999) y su último libro, Ética y condición humana (2000).
Usted se insertó desde muy joven en el panorama de la filosofía española, en un momento en el que España salía de un largo periodo de ayuno de creatividad filosófica. ¿Qué recuerdo tiene de aquellos primeros años de creación y riesgo?
Fueron años de una creatividad extraordinaria, especialmente en la Barcelona de la segunda mitad de los sesenta. Mi primer libro aparece al finalizar esa década, recién acontecida la Revolución de Mayo. Volvía de una doble aventura por el pensamiento alemán (con estancia de dos años en Colonia) y el pensamiento francés de entonces, que me permitió dialogar con las ciencias humanas. Me refiero al estructuralismo (en sentido estricto): Benveniste, Levi-Strauss, el Foucault de la Historia de la locura y de Las palabras y las cosas, Dumezil, etcétera. Con todo ello (con Heidegger, con el marxismo de entonces, con el psicoanálisis de Freud y de Lacan, con la filosofía analítica) dialogo y polemizo en ese libro primero que fue La filosofía y su sombra, un libro que marcó para siempre mi orientación y mi trayectoria. Fue un verdadero novum en el panorama, algo deprimente, de la filosofía española de aquel tiempo. Y enseguida siguieron los ensayos de mi primer acto público en el teatro de la filosofía de entonces: Filosofía y carnaval, con su explosión de máscaras, con su teatralización de la vida y de la existencia. O Metodología del pensamiento mágico, que ya prefiguraba mi interés y mi orientación, casi tres décadas después, hacia la religión y sus formas simbólicas (especialmente en La edad del espíritu). O bien La dispersión, un libro de aforismos en el cual se halla, in nuce, mucho de lo que después he ido desarrollando y desplegando. Con Drama e identidad inicié una inflexión hacia los territorios que constituyen mi "mundo propio": el arte, la música, la literatura; el recorrido por las culturas renacentistas y barrocas; el interés por la "forma sonata" (y su disolución) y por el entramado mitológico-musical de Wagner. Drama e identidad fue fundacional en estilo y escritura: inauguró una suerte de ensayo filosófico que luego ha sido una y otra vez prolongado y proseguido por filósofos y ensayistas de mi generación. Y a él siguió otro libro importante en mis años de aprendizaje, El artista y la ciudad, que era quizás el primer fruto maduro de esta forma de ejercer escritura y estilo en los negocios conceptuales del pensamiento filosófico; una síntesis, que siempre he buscado, entre aventura de escritura (y de ensayo) y conceptuación estricta (filosófica).
Sus primeros ensayos, bellamente escritos, anunciaban en cierto modo el porvenir de su pensamiento. El tema del límite se suscita ya en su primer libro: La filosofía y su sombra. Y otros temas como la pasión y la ciudad van reclamando espacio propio. ¿Considera usted que hay continuidad en su pensamiento filosófico o hablaría, más bien, de una ruptura?
Mis primeros ensayos, desde La filosofía y su sombra hasta Lo bello y lo siniestro (ya a principios de los ochenta), son incursiones en todos los territorios posibles de mis propias referencias culturales y artísticas. Hay en ellos recreaciones de películas (Vértigo de Hitchcock), de pinturas del renacimiento (cuadros de Botticelli), de literatos alemanes (Goethe, Thomas Mann), de músicos (Haydn, Mozart, Wagner, Mahler), de novelas de caballerías (Tristán e Isolda), de poemas (Rilke, San Juan de la Cruz, Joan Maragall), de estilos arquitectónicos (manierismo, barroco); de la modernidad en todas sus formas también (Malcolm Lowry, Eliot, la música postmahleriana, etcétera). Pero en ellos se está indagando un punto de apoyo para una reflexión ontológica, o para internarme en la filosofía primera. Para decirlo de forma rotunda y sin falsos pudores: hacia la metafísica. Sólo que en esos tiempos ninguno de los puntos de apoyo que encuentro me resultan suficientes para el proyecto que oscuramente intuyo. Lo busco en el poder; luego en la pasión; o antes en la relación dialéctica entre la creación (eros y poiesis) y la ciudad, o bien en el límite mismo entre las categorías estéticas positivas (bello y sublime) y su más llamativa "sombra" (lo siniestro). Yo quería, como Arquímedes, como luego Galileo, alcanzar un punto de apoyo que me permitie se mover el mundo, mi mundo, el mundo propio que quería configurar a modo de ciudad (y cosmos) de naturaleza filosófica. Y al fin lo hallé leyendo a Wittgenstein, o releyéndolo atentamente: "los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo". Era importante detenerse en esa frase. Lo mismo que en aquélla en que dice, enigmáticamente, "el sujeto es un límite del mundo". Al fin supe "lo que somos"; al fin se me hizo la luz, no sólo sobre mi orientación filosófica, la que ya estaba latente desde La filosofía y su sombra, sino la más excelente respuesta a la gran pregunta filosófica, la que resume todas las demás (¿Qué somos? ¿En qué consiste esa asombrosa e inquietante condición que somos? ¿Qué es el hombre?). Al fin di con la respuesta que buscaba a una posible teoría de la subjetividad, una vez cuestionada y descentrada ésta (o la versión moderna y poscartesiana de ésta). El sujeto es "un límite del mundo". El sujeto es el ser capaz de habitar ese límite que es y encarna; el sujeto es el límite entre la matriz física y el mundo; y entre el mundo y el arcano: ideas que ya están explicitadas en Los límites del mundo y que voy recorriendo desde entonces.
No, no hubo ruptura alguna; hubo crecimiento, despliegue, inflexión; como sucede en toda obra de creación (y la mía es obra de creación, verdadera poiesis filosófica). De hecho el ensayo reaparece al final mismo de Los límites del mundo (diálogo con el Gran Vidrio de Duchamp), o en La aventura filosófica (diálogo con Calderón de la Barca, con el Fausto de Goethe, con Hölderlin, con una plaza barcelonesa del arquitecto Viaplana); y lo mismo sucede en mi obra posterior, que es toda ella realización de esa tensión entre Ensayo y Tratado a la que me refiero en mi temprana obra, en el prólogo, El artista y la ciudad.
Y del ensayo al sistema. ¿Cómo comienza usted a elaborar su filosofía del límite?
Hay tanto ensayo en mis obras de los años ochenta y noventa, como sistema en esas primeras obras. Lo que ocurre es que en éstas no poseo ni domino todavía todo el vasto territorio que puedo abarcar en las últimas. En aquellos años (sesenta y setenta) ni por asomo hubiera intentado un ejercicio de rememoración histórica de las ideas tomando como base los orígenes de la humanidad y extendiéndome, en forma ecuménica, hacia la filosofía oriental, la islámica, incluida la tradición bíblica judeocristiana, y la síntesis de ésta con la paideia griega, tal como lo realizo al fin en La edad del espíritu, mi libro más ambicioso, el más extenso e intenso de todos los míos. Y sin embargo ese libro es un ensayo. Quizás su mayor valor es literario. Pocos libros he cuidado tanto en su estructura formal, en su escritura, en su estilo, en sus formas de expresión.
Mi obra es una work in progress; cada libro es un mundo; una especie de "mónada" filosófica que tiene su propia perspectiva; uno es el "mundo" de La edad del espíritu; otro el de la Razón fronteriza. Pero creo, o estoy convencido, de que unos y otros, en sincronía o en diacronía, guardan "aires de familia", como sucede con los juegos de lenguaje del segundo Wittgenstein. Sin embargo, el mejor modo de comprenderme es leerme en sucesión, pues en cierto modo mis libros son como estaciones de un único viaje en tren; o como anclajes en puerto o en alguna playa tras alguna singladura por el mar.
Tras las críticas de distinto signo a la razón, tras las denuncias a la filosofía sistemática y la irrupción de la posmodernidad, ¿cuál es a su juicio el lugar de la filosofía, y particularmente de la filosofía sistemática en el pensamiento actual?
Yo tengo una idea unitaria de la filosofía; sencillamente, me interesa todo lo que la filosofía puede ejercer; por eso he cultivado casi todos su géneros literarios (ensayo, tratado, aforismo, meditación; incluso el trabajo académico, aunque siempre de forma poco convencional). Por eso también me ha importado desplegar la filosofía por casi todos sus barrios o domicilios: el arte y la estética, la ética, la reflexión sobre el hombre, la reflexión sobre el posible relato y reconstrucción de nuestra memoria con relación a ideas y pensamientos, la filosofía de la religión, y sobre todo la ontología, la metafísica; y todo ello en el marco de la Ciudad, como decían los antiguos. ¿Es eso un Sistema en el sentido convencional? En todo caso es un extraño sistema, muy abierto; un sistema que se ejerce en una escritura con antenas poéticas y de claro signo literario. Una extraña combinación, desde luego. Pero en ella es en donde encuentro mi propia voz, mi expresión y propuesta propia. Yo prefiero hablar, más que de sistema, de construcción arquitectónica de las Ideas, o de fundación de una Ciudad: la Ciudad fronteriza.
Es una propuesta para el siglo que comienza. Dejamos atrás el siglo pasado, el XX. El posmodernismo fue su último (y patético) episodio. Algo así como la encarnación del "último hombre" de Nietzsche: el que no asume el nihilismo consumado sino que retrocede hacia una especie de "todo vale" deprimente y depresivo. El nihilismo, si es radical, desencadena una renovación de ideas y valores. Y allí es donde la propuesta de una filosofía del límite puede tener todo su sentido, así como su plena solvencia y responsabilidad (moral, histórica).
El eje de su "filosofía del límite", prefigurado ya en Los límites del mundo y Filosofía del futuro se presenta, ya adulto, en esa magnífica "fenomenología" que es La aventura filosófica. Posteriormente, aparecen una lógica y una filosofía de la religión hasta llegar a la propuesta de un concepto de razón propio: la razón fronteriza. ¿Era preciso tanto tiempo y tanto esfuerzo, configurar minuciosamente ámbitos como el del arte y la religión para producir un concepto de razón capaz de superar tanto los racionalismos de corte ilustrado como los irracionalismos de vario signo y carácter?
El dolor creador es, también, el goce de la creación, que me ha indemnizado de las miserias de una recepción siempre insuficiente en razón de las grandes carencias de la época y del medio. Todo ese despliegue de ejercicios filosóficos por todos los rincones en que la filosofía puede ser solvente ha sido mi forma de supervivencia, mi manera de perseverar en el ser en un tiempo poco apto para la filosofía (y la poesía). Pero ahora comienzo a ver la salida de un túnel bastante espeso, que sobre todo en los años ochenta (años del "todo vale" posmoderno) fue opresivo. La razón queda rescatada de esta aventura tan singular en la cual se ha puesto a prueba con sus sobras (últimamente, sobre todo, con la religión). Queda rescatada como razón fronteriza, algo bien distinto del aburrido dogma de la razón comunicativo-hermenéutica de los Habermas y Apel, pero a la vez algo alternativo al posmodernismo en cualquiera de sus formas y versiones (pensamiento débil, deconstrucción, etcétera).
La última entrega de su obra Ética y condición humana desarrolla elementos ya presentes en Los límites del mundo y en La aventura filosófica, pero entraña un decisivo viraje de la razón fronteriza hacia el uso práctico. Dado que la ética es una de las disciplinas más transitadas de la actualidad, ¿qué elementos destacaría usted de su filosofía práctica?
Me importaba en ese libro conjugar dialécticamente los conceptos de Libertad y Buena Vida. E iluminar ambos desde su remisión a una común condición de donde la ética extrae su inspiración. Pero mi idea es que esa condición necesita de la ética para realizarse (para no malograrse, para que no sobrevenga la sombra de lo ético y de lo humano, que es lo inhumano).
Tras los antihumanismos, genealogías y deconstrucciones, ¿no es arriesgada la reivindicación de la "condición humana"? ¿No conduciría a un nuevo universalismo "etnocéntrico"?
Estoy vacunado contra el etnocentrismo. Mi libro La edad del espíritu es la prueba. Es un libro profundamente ecuménico. Viajé a Oriente, a la Edad Media (también islámica y judeocristiana). Cierto que no alcanzo a hablar de las grandes culturas precolombinas, o de las culturas africanas o del Extremo Oriente; uno no es omnipotente. Pero tengo excelentes lectores en toda América que saben imaginar, por analogía, muchas de las categorías que empleo con el fin de concebir esos tesoros culturales propios.
El imperativo pindárico ("aprende a ser lo que eres, haz la experiencia de llegar a ser eso que eres, límite del mundo, confín, finis terrae...) podría formularse también en el sentido de algún magnífico Upanisad ("todo eso eres tú"), o en la línea del Bhagavad-Gita. No veo dificultad alguna en la universalidad de una propuesta que apela a lo personal (pero que aborrece el concepto, etnocéntrico, occidental, específicamente anglosajón, de Individuo). Per/sona es la máscara a través de la cual esa voz imperativa (sé lo que eres, sé fronterizo) puede "resonar". Es un concepto estoico (una corriente ecuménica y sincrética de la Antigüedad tardía).
El ser del límite, la razón fronteriza, la ética... y el lenguaje. La filosofía es discurso, expresión; y su filosofía se ha construido meticulosamente como un modo propio de expresión, como voz perfectamente reconocible. ¿Cuál es, a su juicio, la relación de los distintos modos de pensamiento y acción humanos con el lenguaje?
Creo que la filosofía es sobre todo escritura; y sólo porque es escritura puede ser diálogo, comunidad dialógica o lo que se quiere. El filósofo, desde Platón, es gran escritor o no es. Y es que la escritura y lo literario pertenece a la esencia de la propuesta de pensamiento que puede llevar a cabo. Hay que volver a Platón: lo vengo diciendo desde siempre, de forma explícita, desde Lógica del límite. Pero hay que darse cuenta de que el único filósofo verdaderamente platónico, en este gozo por la escritura y el estilo, fue Nietzsche. Yo siempre he propuesto hermanar a Platón con Nietzsche.
En el mundo progresivamente globalizado, en el mundo de los intercambios económicos e informativos a escala planetaria, en un momento en el que la ingeniería genética promete cambiar incluso la forma de concebir en ambos sentidos del término al ser humano, ¿hay lugar para la filosofía?
Hoy la filosofía no es un complemento, un instrumento auxiliar de la cultura o un ornamento de ésta; es una necesidad de urgencia, y de primer orden. La filosofía tiene hoy uno de sus retos más apasionantes, ya que este mundo global, lleno de particularismos irredentos, y de individualismos desatados, donde la Tribu Universal se deshace diariamente en tribalismos étnicos y comunitarios, y en donde no hay articulación cuajada entre lo Universal (casino global), lo Particular (santuario local) y lo Singular (individualismo cínico, resignado o desesperado), ese mundo requiere ser pensado con responsabilidad y solvencia crítica.
¿Tiene sitio en este mundo la filosofía expresada en español?
Hay que ir consolidando la tradición de ese pensamiento
en lengua hispana; el panorama es prometedor, aunque las carencias son
grandes y graves; y una de ellas es el exceso de condescendencia epigonal
con los "maestros pensadores" de comunidades en franco retroceso filosófico
(Francia y Alemania, sobre todo).