LUNES 4 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť León Bendesky Ť
Animo
El inicio del nuevo gobierno fue un acontecimiento complejo que provoca distintos ánimos. Si tras las elecciones de julio pasado había ya la conciencia de que en el país cambiaron las cosas, esa disposición es más grande después de que Fox ha tomado posesión como Presidente.
Ver al PRI fuera de la Presidencia es un hecho verdaderamente notable. Para la inmensa mayoría de la población esa presencia se había convertido en parte de la vida cotidiana, y para muchos de los 40 millones de mexicanos que nacieron en los últimos 20 años se volvió una realidad asociada con las crisis económicas, con peores condiciones de vida y con menores oportunidades. La alternancia en el poder, un signo de la apertura democrática, es, como se ha repetido ya muchas veces, una verdadera y cara conquista de la sociedad. Esa cuestión no puede y no debe ser menospreciada.
Vicente Fox lo sabe y aprovecha bien esa condición. Así, ha podido convocar a una especie de entusiasmo o de expectativa de que las cosas pueden y van a ser distintas. No está nada mal que esto ocurra en una sociedad como la nuestra, cansada, desigual y escéptica, a la que le hará mucho bien una renovación profunda que todavía está por alcanzarse.
Su primer discurso ante el Congreso marcó de modo muy claro la diferencia que hay entre lo que se propone hacer y el gastado e inverosímil discurso del PRI. También la marca respecto a la incapacidad que tuvo el PRD de hacer una propuesta que convocara el ánimo de la gente. Con el contenido de su discurso puede haber discrepancias, pero en lo fundamental expresa, a su manera, muchas de las cosas que se quieren ver en el país. De todos modos no puede dejar de apreciarse que mucho de lo que dijo, especialmente en el terreno de lo social, hubiera tenido un eco muy distinto si lo hubiese dicho, por ejemplo, Cárdenas, de haber estado en ese mismo lugar, o si lo dice López Obrador como próximo gobernador del Distrito Federal.
Así es la política, y Fox se ganó legítimamente el espacio para poder decir lo que dice, para sonar convincente y ser aceptado. Es como el caso de la elección en Estados Unidos, ya que si lo mismo que ocurre con los votos en Florida pasara en un país subdesarrollado, los políticos, la prensa y los analistas de allá habrían ya no sólo expuesto sus fuertes dudas sobre el proceso electoral, sino que ejercerían una presión para orientarlo según su propia idea de la democracia.
Mientras reconocemos la virtud de la transformación política de México, tenemos que aceptar también que seguimos teniendo diferencias de apreciación y, sobre todo, de propósitos en cuanto a la visión de la sociedad que queremos. Eso también es legítimo. Estas diferencias se plantean en muy diversos planos. Pero del inicio de este gobierno hay uno que parece evidente y tiene que ver con la separación de lo público y de lo privado. Estos son ámbitos que no deben confundirse en el entorno del Estado, del gobierno y del ejercicio del poder.
Aquí hay cuando menos dos cuestiones que fueron sobresalientes. Y las señalo sin ánimo solemne, y sólo a la manera de los principios que seguían los samurais.
Las cosas profundas pueden tratarse con ligereza, y a las cosas ligeras debe dárseles la importancia que ameritan. El señor Fox, como todos los que vivimos en México, tiene sus creencias personales y religiosas y está en libertad de seguirlas, pero la visita a la Basílica, que es un acto eminentemente privado, lo convirtió explícitamente en un asunto público. La esencia de ese hecho lo repitió en la reunión que se organizó en el Auditorio Nacional después de la investidura oficial como Presidente de la República, cuando recibió una imagen religiosa de manos de su hija.
Los asuntos familiares son igualmente privados, y ojalá lo entiendan así muy pronto y de una vez por todas los miembros de la familia Fox. En ese mismo terreno está la forma en que el nuevo Presidente principió su comparecencia ante el Congreso. La toma de posesión es un acto público que el Presidente comparte con todos los mexicanos y, obviamente, con sus seres queridos, pero esa relación afectiva corresponde al campo de lo íntimo y, por eso es privada. Del Presidente queremos liderazgo claro y efectivo en la conducción del Estado y en las acciones de la administración pública, en el terreno de lo moral, de lo religioso y de lo familiar será mejor ampliar el espacio de la diversidad y de la libertad individual.
El ánimo de la sociedad es hoy favorable al nuevo gobierno, a sus propuestas de gestión y a la imagen de un país mejor. En eso deben concentrar sus energías el propio Presidente y su equipo de gobierno. Ese debe ser el campo privilegiado de las disputas políticas con el Congreso y de las diferencias que existen entre quienes conformamos esta sociedad.