LUNES 4 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Ambos toreros salieron a hombros en la mejor corrida de la temporada
Indultó El Zotoluco a su enemigo; Ponce cortó 4 orejas en la México
Ť El factor del "exitoso" festejo, el juez Dávila Ť Modestia profética del ganadero Martínez Urquidi
Lumbrera Chico Ť En términos de relumbrón, la de ayer fue sin duda la mejor corrida de la temporada menos chica 2000-2001: Enrique Ponce cortó cuatro orejas, Eulalio López El Zotoluco inmortalizó a su primer enemigo; ambos salieron a hombros y el ganadero Eduardo Martínez Urquidi se homenajeó a sí mismo al negarse a dar la vuelta al ruedo tras el indulto del segundo de la tarde, tapándose con modestia profética porque su bonito y bien presentado encierro de la vacada de Los Encinos resultaría a la postre más bien mansurrón y desprovisto de clase.
En términos de estricto apego a la objetividad, el factor esencial de tan "exitoso" festejo fue el contador público Jesús Dávila, juez en turno, quien regaló tres de las cuatro orejas otorgadas a Ponce y ordenó que los despojos mortales del segundo astado del diestro europeo fuesen arrastrados por las mulillas a todo lo largo del redondel, pese a que el bicho había saltado a la arena con inocultables intenciones de regresar a sus dehesas.
En términos financieros, por último, la tardeada de ayer logró la menos catastrófica recaudación en taquilla: la gente llenó los asientos numerados, pero dejó notablemente vacías las azoteas de sol y sombra, lo que habla del reiterado ocaso comercial de Ponce en la México y de lo mucho que le falta a El Zotoluco para consagrarse como ídolo de la afición capitalina.
El indulto
Romerito se llamó, y se llama todavía, el cárdeno oscuro, delantero de pitones y alto de agujas que fue corrido en tercer turno con 475 kilos, y peleó con ira y fuerza bajo el peto del caballo, tomando así dos puyazos, antes de ceñirse con El Zotoluco en un espléndido quite por chicuelinas. Eulalio López, que toda la tarde estuvo muy puesto y muy valiente, entendió de maravilla el noble estilo del animal, y lo toreó con enorme suavidad con la muleta, ligándolo por la derecha en una serie de pases en redondo que puso a la gente de pie y la elevó al paroxismo cuando el maestro remató la tanda con un martinete antes de recogerlo por la izquierda y despedirlo con un bellísimo natural de pecho. En ese instante, entre dianas y lluvia de prendas, brotaron miles de pañuelos blancos y entonces el juez accedió a indultar a la res, que tardó cerca de 15 minutos en volver a los corrales. Dávila, sin embargo, no otorgó los trofeos simbólicos al autor de la hermosa obra de arte, y éste dio una cálida vuelta al anillo, sin el acompañamiento del ganadero.
Con Berrinchudo, de 528, el de más presencia y trapío, que peleó en dos varas aunque sin mucha enjundia y llegó crudito al tercio final, con la cabeza alta y desarrollando sentido, El Zotoluco hizo lo indecible por evitar que el peludo se le huyera y rajara, jugándose el pellejo en este inútil empeño. Después de matar al tercer viaje, fue invitado a salir al tercio, en justo premio a su labor de toda la tarde.
Las orejas
Vinatero, de 485, y Peluquín, de 496, fueron, en ese orden, manso y muy manso. Cortos de cuello uno, enmorrillado el otro, tardo el primero, débil y sin recorrido el segundo, ambos fueron convertidos en toros de éxito debido al oficio, las innegables facultades histriónicas y el ballet estetizante de Enrique Ponce, quien tras matar de media estocada a Vinatero recibió las dos orejas ante las protestas de la parroquia. Para culminar la lidia de Peluquín, al que metió en la franela por la izquierda, pero siempre muy despegado, entusiasmando a villamelones y sensibleros con su extraordinario juego de piernas, el valenciano sepultó el acero hasta los gavilanes, ejecutando con limpieza la suerte del volapié, pero dejando el estoque algo caído. Más villamelón que nadie, en una claro arrebato de deshonestidad, si tal es posible, Dávila regaló una de las dos orejas que anunciaban sus pañuelos y mandó que los restos del bovino fueran paseados en son de triunfo, bajo los renovados gritos de repudio de la multitud.
Falta consignar que ante Avellanito, de 538, que se despitorró; Bellotero, de 515 y Quillo, de 480, estuvo en la plaza un tal Miguel Espinosa Armillita Chico. Decir más sería rudeza innecesaria.