Ť En vez de un crucifijo, López Obrador recibió un retrato de Juárez
Primer round de dos modelos: el de la austeridad republicana vs el gerencial
Ť El presidente Vicente Fox escuchó serio el largo discurso del jefe del Gobierno capitalino
Julio Hernández López Ť Ayer fue el turno de la declaración de buenas intenciones del populismo de izquierda: los pobres por delante; la austeridad republicana; los programas sociales; la justa medianía patrimonial; los héroes que nos dieron Patria.
Hablaba, el declarante del sureste, con las jotas en lugar de eses en algunos pasajes discursivos, dueño nuevamente de su tabasqueñismo modulado cuando tiempos de campaña eran. Le escuchaban, atentos y aplaudidores, los seguidores de la Nueva Iglesia Mormona de Izquierda, presuntamente conversos al puritanismo presupuestal, al sacrificio en la nómina, a la purificadora privación de secretarios privados, viajes al extranjero, remodelaciones de oficinas y demás instrumentos del pecado político.
La búsqueda del contraste
No hizo otra cosa que estar presente, pero el destinatario de una buena parte de los danzones tropicales allí interpretados fue el presidente Fox, que estuvo serio, quieto, sin mayores concesiones a la tribuna ni audacias escénicas memorables. Nadie le entregó allí un crucifijo pero, en cambio, la diputada perredista Carmen Pacheco subió a la tribuna, recién llegado el tabasqueño, para entregarle al propio Andrés Manuel un dibujo en sepia de Benito Juárez. Estuvo, pues, callado el presidente Fox. Pocas veces, por no decir nunca, se le pudo ver tanto tiempo en silencio durante un acto público. Ni siquiera en guadalupanas misas.
En cambio, el nuevo jefe de Gobierno habló con largueza. Hizo de las promesas entusiasta competencia con las que en su ámbito ha hecho el guanajuatense. Si aquél ha dibujado un México gerencialmente exitoso, donde todos podemos dejar de ser pobres tan sólo con seguir las tesis de administración de empresas, control mental y etiqueta social que sus funcionarios han comenzado a destilar, el ex presidente del sol azteca resucitó y reinstaló en el escenario las tesis color sepia de la defensa de los marginados en la que ahora será La Ciudad de la Esperanza.
El balcón central
Hablaba el hombre de Nacajuca y en lo alto, en el balcón principal, los empresarios sobrellevaban el esfuerzo de escuchar tantas veces la palabra pobre. Allí estaban Carlos Abedrop, Juan Sánchez Navarro, Roberto González Barrera, Valentín Díaz Morodo, Carlos Slim, Roberto Hernández y Fernando Senderos. En esa misma sección, Juan Francisco Ealy Ortiz, director de El Universal y, en primerísima fila, Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez, de Televisa, y Norberto Rivera, jefe de la Iglesia católica mexicana. No aplaudían ni tantas veces ni con tanto entusiasmo como la mayoría de los invitados, que eran perredistas, izquierdistas o pejelagartistas. En ese mismo balcón, pero en la otra ala, al frente, los tres hijos varones de Andrés Manuel. Atrás, Cuauhtémoc Cárdenas con sus tres hijos y Julio Moguel, esposo de Rosario Robles. Más atrás, Nora Rosas y Carlos Torres Larriva, José María Pérez Gay, Lilia Rosbach, Emilio Zebadúa y un asistente de Ealy Ortiz. No fueron ni doña Amalia Solórzano viuda de Cárdenas, ni Celeste Batel de Cárdenas. En la tercera fila, a pesar de tener asiento en primera, junto a sus hijos, estuvo Rocío Beltrán, la esposa del nuevo jefe de gobierno.
El jazzista y sus acompañantes
Y Andrés Manuel seguía hablando. Anunciaba su estilo mañanero de empezar a trabajar a las seis y media de la mañana, y de los programas de salud y vivienda, y de la Universidad de la Ciudad de México, y de proteger el acervo cultural y artístico, y del apoyo a los enfermos de sida, y del respeto a la inversión, y de que no habrá aumento a las tarifas del transporte público, y del combate sin cuartel a la corrupción, y del Fobaproa, y de cien cosas más.
Pero no levantaba Andrés Manuel grandes emociones más que en sus seguidores naturales. Los panistas se mostraban respetuosamente gélidos. Los priístas también pintaban su raya.
Además, en las secciones del poder confrontado, las manos o no aplaudían o lo hacían con poca emoción. Por ejemplo, las manos que saben ordeñar llevaban un ritmo sincopado, de jazz, contrastante con el rápido batir de palmas de los lopezobradoristas. Los grandes empresarios y el jefe de la Iglesia católica mexicana tampoco se esforzaban en mostrarse jubilosos.
La sana distancia
Cuando al fin terminó el discurso de toma de posesión --tan largo que el mismo orador así lo comentó a su principal invitado, sin darse cuenta de que el señalamiento era recogido por los micrófonos de las televisoras--, Andrés Manuel, con la voz cansada y el cabello un poco movido de lugar, había fijado al fin la sana distancia entre el proyecto de Fox y el suyo.
Urgente
Ya de salida, saludando a algunos de los asistentes que se cruzaban en su camino, el presidente Fox se detuvo en donde estaban algunos gobernadores. Hay que hablar, urge hacerlo, le dijo el zacatecano Ricardo Monreal. El Presidente mostró extrañeza por la presunta urgencia. Qué pasa, por qué urge, indagó. Tenemos un proyecto alterno de presupuesto y queremos discutirlo. Somos varios gobernadores. Sería importante platicar, le contestó el zacatecano. Cuándo, repreguntó el mandatario federal. Hoy, le reviró Monreal con buen sentido cronológico foxista. A un lado, Arturo Montiel, Leonel Cota, Antonio Echavarría, Pablo Salazar y, todavía en veremos, César Raúl Ojeda. Según eso, hay unos veinte gobernadores dispuestos a proponer un proyecto alterno de presupuesto.
El embajador de la discordia
Terminado que fue el acto solemne, el nuevo jefe de Gobierno se encaminó al Hemiciclo a Juárez. Desde antes, pero ahora con más soltura, se hablaba con insistencia de la presunta designación de Ricardo Pascoe como embajador del gobierno foxista en Cuba. Este sábado habrá Consejo Político Nacional del sol azteca. Buen momento para discutir asuntos de ruptura como el de este ex troskista ahora acogido a una embajada útil.
La tatachunda
De frente al sol, López Obrador parecía escenificar una película de años pasados. Contingentes tradicionales de apoyo. Mantas con leyendas diversas: el grupo 4 de taxistas, el Frente Popular Francisco Villa, los cristianos evangélicos, trabajadores del Metro y, en plena rotonda juarista, dominando los espacios principales, las telas enormes de la Central Unica de Trabajadores del estado de México, la CUT, que demanda la libertad de Héctor Castrejón. Por allá, única, una manta con el escudo del PRD y la leyenda "Amanecer Arenal", y la advertencia de jóvenes del sol azteca: "Siempre habrá un Juárez para un Foximiliano".
Tal vez por ello hubo varias bandas de música traídas de Oaxaca para amenizar la sesión pueblerina del Hemiciclo a Juárez y la marcha hacia el Zócalo: la banda Tierra del Sol, de Cosoltepec, Huajuapan de León; la Lachopa, que quiere decir Seis Hojas, entre otras.
Liébano
Un día en el que hubo otros júbilos, como por ejemplo el de los hombres de empresa y de iglesia al encontrarse, antes que iniciara la sesión, apenas al otro balcón, en primera fila, a un invitado especial, Liébano Sáenz, el ex secretario del ex presidente que se sigue apellidando Zedillo. Gusto de veras, a tal grado que el chihuahuense salió de su sección y entró a los cielos del poder económico y religioso para saludar de mano y compartir alegrías.
Ya con ésta me despido
Fue, a fin de cuentas, como el encuentro de dos mundos. Los pobres, la organización social, la historia patria, la austeridad, del lado lopezobradorista; enfrente, aunque hoy no haya hablado, el modelo gerencial, eficientista, moderno, neoliberal y extranjerizante. Como primer round, estuvo interesante.
Así fue el primer día del sexenio de la virtud republicana. Con el inicio inesperado de la figura central arribando en taxi a las cercanías de Donceles. Y la feria de las promesas posibles si un Congreso en el que el PRD ya no es mayoría le aprueba presupuestos e iniciativas. Y la búsqueda del contraste como definición, de la contraposición del estilo de la austeridad frente a los modos gerenciales. No fue Andrés Manuel a la Basílica, pero oró por los pobres. No tuvo fiesta particular en el Auditorio, pero fue a hacer profesión de juarismo a la Alameda tradicional y en la noche tuvo su verbena de traje esto y traje lo otro. No se arrancó el saco al grito de ¡Mijares allí te voy!, pero sí hizo sonar la tambora y los platillos y los vientos oaxaqueños. Y no tuvo cena en ningún alcázar porque tenía que madrugar para estar, tempranito, gobernando esta ciudad de caos a la que ahora se quiere injertar la esperanza.