MIERCOLES 6 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť Luis Linares Zapata Ť

Las líneas de Fox

Después de formar su gabinete, las fiestas por la llegada de Fox al poder, la protesta y su discurso inaugural marcaron líneas definitorias de su administración o, al menos, aquéllas diseñadas para el arranque de su periodo sexenal. No todas fueron armónicas y muchas de ellas bastante preocupantes. En la sustancia hubo un enorme avance: sus intenciones de reformar la práctica y concepción de la seguridad nacional. Este propósito, sin duda crucial, persigue auxiliar, desde la cúspide, la implantación de una cultura ciudadana respetuosa de las libertades individuales y de los derechos colectivos. Proyecto que, hasta unas horas antes del cambio de administración ha sido, en la práctica cotidiana, contrariado por los órganos encargados de velar por la seguridad del Estado.

Las violaciones a las prerrogativas de la persona así como las de organizaciones sociales y políticas de la nación todavía son nefasta constante. Desde esta perspectiva, Fox y su equipo se adentran no sólo a un cambio de escenario y actores, sino que, de llevarse a término, implicará un alejamiento, casi definitivo, del antiguo régimen que tenía, por esa sola característica, varios males endémicos: espía de intimidades, amedrentador, chantajista, mentiroso, pues siempre negó lo que Fox tuvo que reconocer como rasgo distintivo.

Pero tal promesa, enunciada como política a seguir en su discurso, chocó con la simbología y los desplantes usados por Fox durante y a lo largo de la dilatada jornada de inauguración. Por un lado ofreció escuchar, dialogar con un Congreso que será quien disponga y, por el otro, provoca a los opositores hasta el mero límite de sus presentes tribulaciones. Y, por si ello no fuera suficiente, al serio ofrecimiento de comportarse como madura bancada priísta, manifiesto en el discurso del senador Enrique Jackson, y a la discreta pero firme postura de los perredistas, se les contestó con la agresiva catilinaria del líder de la fracción panista (Calderón).

El inicial saludo a sus hijos, pasando por encima de quien encarna, mejor que ninguna otra institución de la República, a la soberanía popular, es un dislate personalista que no es posible soslayar. Si no hay un reclamo de la sociedad crítica, después podrán, a discreción, jerarquizarse otros valores, conceptos o simples caprichos acordes con el más rancio presidencialismo autoritario. Fox no sólo intentó subordinar, a sus muy individuales sentimientos filiales, que no están ni en duda ni a discusión, a los diputados, senadores y demás ilustres invitados presentes, muchos de ellos representantes de gobiernos cercanos a las preferencias e intereses de los mexicanos; sino que, como al pasar, ninguneó a la mayor de todas las dignidades, la de simple ciudadano que tiene, en esa clase de actos formales, la más alta prioridad. Este solo desplante bien merece un extrañamiento, el segundo de lo que parece será una serie creciente, por parte del mismo Congreso. Similar razonamiento y crítica rige para el voluntarioso agregado al texto constitucional, de rigor en los juramentos del Ejecutivo. Manosear, así sea con la más caritativa o altruista de las intenciones, un mandato expreso y conciso de la Carta Magna no es un asunto menor.

La simbología religiosa desplegada por Fox lleva, al parecer, la intención de penetrar en ese intramundo de las sensaciones colectivas profundas para propiciar el aprecio de la masa o de la clientela con el ánimo de movilizarla tras distintos objetivos y en determinadas urgencias. Pero esto significa horadar ahí mero donde los temores de variadas clases y tonos, los guías iluminados, las tierras prometidas, los pueblos escogidos y los fundamentalismos, tienen sombría cabida. Eso se puede derivar claramente de la expresión de su coordinador de imagen (F. Ortiz), cuando afirma que esta campaña ya prendió. Pero los rituales y gestos de tinte religioso no son asuntos que se agotan en la persona de un simple creyente. Y no es así porque, en todo caso, tal creyente es presidente de una República laica con una tradición respetable, marcadamente plural en sus posturas, que ha dado y padecido cruentas luchas contra los tribunales de alzada, los fueros de las sotanas, los diezmos incautatorios, las inquisiciones, y con héroes aclamados por la historia mundial (Juárez y sus liberales, muy a pesar de la fatiga de Fox ante el reclamo de los priístas). Apelar a los sentimientos religiosos es, también, un descarnado mecanismo manipulador afiliado al más ramplón de los populismos. De ese populismo que trata de utilizar el fervor de las masas como un instrumento adicional para las negociaciones difíciles o donde los riesgos políticos son grandes y se quieren pulverizar. No puede menos entonces que retraerse al hecho, inminente, de una dolorosa reforma fiscal que tiene que ser negociada con el Congreso.

Ya se verá si ese respaldo popular conseguido con tanta difusión, cristos, comuniones, fuegos artificiales, promesas y regocijo inducido, juega frente a una fracción priísta que fue lastimada y que ahora se le convocará a compartir los costos de llevarla a cabo con la ferocidad que el cobro masivo de altos impuestos requiere.