JUEVES 7 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť Octavio Rodríguez Araujo Ť

ƑNuevo régimen con Fox?

No es lo mismo derrotar un régimen político que construir otro. Desde 1982 comenzó la convivencia contradictoria de dos regímenes políticos, más claros que nunca a partir del gobierno de Salinas de Gortari: el régimen estatista-populista y el neoliberal-tecnocrático. Esta yuxtaposición de dos regímenes políticos, en tiempos en que la economía mundial domina a los gobiernos nacionales de casi todo el mundo, habría de resolverse a favor de uno de los dos: el neoliberal-tecnocrático que, con variaciones importantes respecto de los estilos de sus antecesores inmediatos, representa Vicente Fox.

Zedillo apostó a la continuidad de la política económica, ganara el PRI o ganara el PAN. En realidad a Zedillo (o mejor dicho, a sus convicciones) le convenía más que ganara Fox y su partido que el PRI y su candidato, entre otras razones porque éste (Labastida) no significaba, por su propia debilidad, la posibilidad de solución de la división interna del tricolor ni mucho menos la derrota de los estatistas-populistas que todavía están vivos y beligerantes, tanto en el viejo partido como en el PRD, como bien se ve en los coqueteos de las facciones legislativas de ambos institutos políticos.

Hasta ahora, y sobre todo a partir de su discurso de toma de posesión como Presidente, Fox ha querido diferenciarse de los gobiernos tecnocrático-neoliberales (supuestamente priístas) por medio de sus acciones políticas de honda repercusión inmediata (y mediática): el caso Chiapas en primer lugar (que no es cualquier cosa) y sus referencias --que todavía no son acciones-- a la lucha en contra de la corrupción y la impunidad, por el estado de derecho, por el impulso a la participación ciudadana, por el combate a la pobreza y a la desigualdad social (que es la tónica --šojo!-- del Banco Interamericano de Desarrollo desde que incorporó el pensamiento de Amartya Sen), y por el respeto a los derechos humanos. Pero en lo económico, sobre todo en lo que se refiere a la macroeconomía, todo seguirá igual y ésta, la macroeconomía, es el botón distintivo del neoliberalismo y de la subordinación de los gobiernos nacionales al poderío de las 200 empresas que controlan los mercados mundiales. Y aquí está el quid del asunto más importante.

Varios autores, como R.B. Reich (The Work of Nations), han percibido a los Estados nacionales, señaladamente fuera del primer mundo, como autoridades locales del sistema mundial, pues en realidad no pueden afectar los niveles de actividad económica o de empleo en sus propios territorios, ya que éstos son dictados por las necesidades del capital internacional. El papel de los Estados-nación es como el de las municipalidades: proveer la infraestructura y los bienes públicos que los hombres de negocios necesitan a los más bajos costos. El control sobre los medios de comunicación, sobre las comunicaciones vía satélite, sobre los flujos de capital, especialmente especulativo, e incluso sobre las inversiones productivas, se ha ido perdiendo nacionalmente. Lo único que no han perdido los Estados-nación, señalan Hirst y Thompson (Globalization in Question), es el control de sus fronteras, por lo menos formalmente (como bien se sabe en México, especialmente en el norte del país) y el control de su población --si exceptuamos a la elite de negocios o profesional y a los migrantes ilegales que huyen de las desesperantes condiciones en que viven en su propio país. Por lo tanto, lo que pueda hacer Fox en este terreno es muy limitado y más si de veras pretende, como bien sugiere José Blanco (La Jornada, 5/12/00), hacer compatible la macroeconomía con la justicia social.

Con el gobierno de Fox ciertamente fue derrotado el viejo régimen, el régimen que estaban destruyendo los gobiernos "priístas" de De la Madrid, Salinas y Zedillo (razón por la cual el partido del régimen, que no del Estado como está de moda decir, entró en crisis hasta perder el poder nacional y pasar a la oposición), pero no ha quedado destruido el nuevo régimen, yuxtapuesto al anterior, que estaban construyendo los gobiernos neoliberales. Con Fox no podemos hablar del mismo régimen, de ninguno de los dos que estaban sobrepuestos hasta el 30 de noviembre (o quizá hasta el 2 de julio), pero tampoco podemos decir que estamos en presencia de otro régimen. Si acaso, vivimos en el inicio de la construcción de un nuevo régimen. Pero éste sólo será distinto de uno de los anteriores sobrepuestos o de los dos, si Fox logra un nuevo híbrido entre el estatismo y el neoliberalismo; es decir, el desarrollo nacional (crecimiento con distribución equitativa de la riqueza) y, a la vez, la recuperación del concepto de democracia que se lee en el artículo tercero de nuestra Constitución: "no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo".